jueves, 31 de diciembre de 2009

Síntomas

Una sinfonía de tambores que laten desiguales, carentes de compás, taladrando insistentes, obligando a todo oyente a escuchar nada más que su insoportable sonido, un repiqueteo agobiante. Una gota de sudor a doscientos setenta y dos grados bajo cero deslizándose irreverentemente por la nuca, alegre, inconsciente. Dos labios que irresponsablemente claman por tu boca, por tu cuello, por tus hombros, por tu piel y por todos los espacios de tu cuerpo cubiertos por ella. Un cuadro de parálisis aguda en cada centímetro del organismo a excepción de los fluidos internos que, ignorantes, están de fiesta. Un desvelo, un insomnio y el calor de las sábanas que me envuelven aplastándome contra el colchón, saturando de humedad el aire que logra colarse entre mis piernas. Un sueño que te sueña y no me deja dormir, aunque ruego no despertar. Taquicardia. Un gramo del perfume que me impregnaste en el hombro izquierdo cuando me abrazaste ayer por la tarde, que me intoxica, me droga. Hiperventilación. Un punzante dolor abdominal, de tripas, de páncreas, de estómago, un vacío total, un abismo en el cual no cabe un solo bocado de nada. Hipertensión. Un caudal de sangre que viaja amontonado y frenético por mis venas, un leucocito que empuja a otro en una carrera por llegar al corazón y estallar. Un latido calamitoso, estrepitoso, adrenalítico en el bajo vientre. Un desierto dentro de las fauces, y su oasis entre tus piernas. Un temblor fuera de control en las rodillas, en los codos, en los dedos, en las palabras, que se acentúa en tu presencia. La gota de sudor helada que continúa su travesía hacia la perdición, atravesando mi espalda y haciendo escala en mi cintura antes de morir. Una hipnosis, un autismo autoprovocado, un rayo de gracia que cae desde el cielo cuando mis ojos se pierden en tu despreocupada imagen. Un control que te cedo o me arrebatas, no importa, es tuyo, no lo quiero. Una pérdida de conocimiento, de voluntad, una incapacidad intelectual absoluta, el bloqueo de todo pensamiento, de cualquier tipo de análisis, y los cinco sentidos en alboroto. Un deseo alimentado de nihilismo de ser fagocitada, y enredada entre tus manos, entregarme a un sin fin de petit morts. El éxtasis. Y un completo desinterés por conocer tu nombre.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Mugre

Prendí el último cigarrillo y salí a caminar. La calle estaba desierta, la negrura opacaba las copas de los árboles y sólo veía un par de metros por delante de mí. Habían anunciado lluvia, y la humedad podía olerse en el aire, mitad rocío de madrugada, mitad tormenta en camino.
Caminé solo un par de cuadras hasta que me detuve frente a su puerta. Ahí, con el frío calándome hasta la médula ósea, me detuve y observé la puerta. Nunca antes había notado cuán desvencijada estaba. Roída y oxidada, brotaba de ella una sordidez angustiante. La puerta que separaba su cuerpo y el mío. La puerta que había sido testigo de miradas cómplices y ardientes despedidas. La puerta a la cual habíamos victimizado tantas veces arrojándola con furia contra el marco, con la esperanza de partirla en pedazos para darle mayor elocuencia a los “Andate a la mierda, forro!”. La puerta que se había cerrado tras de mi el día en que me marche por última vez. Y ahí estaba, autista, sin quitarle la vista de encima, frente a frente con ella nuevamente. Ahora era ella quien me protegía del dolor de ver del otro lado, y verlo con ella. Era su puerta la que me impedía cometer un acto sin duda falto de sentido, pero el cual me sentía tan compelida a realizar.
“Puerta de mierda”, pensé en voz alta.
Eran las cuatro de la mañana, y escaseaba la vida alrededor. Dentro de mí también escaseaba. Debo haber estado, por lo menos, 25 minutos mirando el picaporte. Cuánto moho, cuánta mugre. Qué sucia mujer se buscó, si es que se le puede llamar mujer.
¿Por qué vine a esta hora, a sabiendas de que no iba a llamar a la puerta siendo tan tarde? La cortesía es algo que no se pierde, y mucho menos cuando uno está esmerándose en ser cobarde.
Logré salir del estupor, de la mugre, de pensar en si la cantidad de podredumbre de la puerta sería directamente proporcional a la cantidad de sexo que tendrían, y emprendí, cabizbaja, la vuelta a mi departamento. Seguro cogían como conejos. Seguro habría dado buen empleo a todo lo que le enseñé. Seguro era una hija de puta y lo iba a dejar antes de que cantara un gallo. Seguía vacía, la calle y yo también. Seguro serían felices y la única damnificada era la puerta. La puerta, y yo, claro. Estúpida, no vuelvo más.
Bueno, quizá sólo mañana a la noche.

EL REY ASESINO

Se había prometido no volver a caer en la trampa de algún impostor, que escudara sus mórbidas intenciones bajo el tibio velo de sus anteriores ilusiones fallidas. Se había prometido, y aún cuando casi nunca cumplía una promesa –y menos aun una propia-, mantenía su palabra. Ya nadie la tocaba, ni más ni mejor, que sus propias yemas debajo de las sábanas, pues alcanzaba el éxtasis tan solo con ellas y con el recuerdo de un amor tan intenso que no tuvo fin en su mente jamás. Y dormía por las noches, aferrada a su desazón.
Tuvieran las intenciones que tuvieran, sus amantes se sucedían unos tras otros en un sádico efecto dominó, sin causar en ella absolutamente nada más que desdén hacia la raza humana y más específicamente, hacia el género masculino. Eran todas figuras de un mismo tablero, los mismos colores, los mismos movimientos, y jaque mate al descubrirlos, sin mayores reparos, cínica y soberbia, azotaba el ego del oponente desenmascarando su estrategia.
Finalmente, un Rey privado de séquito y táctica, y dotado de un solemne semblante, y delicados movimientos, se apareció a su puerta. Obnubilada por sus encantos, se repetía incesantemente que no debía quebrar su promesa, que debía permanecer atenta a cualquier movimiento en falso de su oponente, que en efecto, era digno de serlo.
Tanto o más observador, el Rey elegía cuidadosamente cada palabra, gesto y caricia. Asentía cuando correspondía y sorprendía cuando menos se lo esperaba. Magnificaba y realzaba átomo de aire que se ponía en contacto con su persona.
No tuvo más remedio, que bajar la guardia. No era una figura del mismo porte que las anteriores, era potencialmente quien daría batalla en la partida más importante de su vida.
Quebró su promesa y no tardó en caer bajo los efectos estupefacientes de su mirada, y el delirio de su imaginación. Olvidó promesas, pasado, nombres y apellidos, incluso el propio. Sólo se sabía completamente suya, se sabía encadenada y esclavizada de por vida a ese Rey que había ganado su vuelo, que había logrado volver a someterla a una ilusión. Se decía una y otra vez, que había sido tonta, había sido presumida y pesimista, que finalmente no eran todos impostores, que su Rey portaba una corona de oro y plata, que no cesaba de brillar, se la pusiera bajo la luz que se lo pusiera, salía airoso de todas las pruebas.
Un buen día, ya convencida de su acierto y casi habiendo recobrado sus sentidos, su vitalidad y la belleza en su mirada, la ternura en su voz y el arrebato en su abrazo, se entregó sin más al frenesí cadencioso de su pubis, y sintió colapsar el universo a su alrededor. Lo inesperado.
Caía la cristalería de los vajilleros, las paredes resquebrajaban su ladrillo y los cimientos de la construcción se venían sobre ella como rayos que bajan de las alturas, clavándose certeramente en su vientre, presionando con tanta vehemencia sus entrañas que le resultaba imposible, inercialmente, no dejar caer una lágrima por sobre sus mejillas.
Amaba su ilusión, pero jamás la habían tocado manos menos vivaces, menos sabias de caricias, que aquellas que poseía su Rey. Como en un acto reflejo, su admiración, desenfreno y pasión, el amor y la plena entrega se deshicieron en pedazos en cuestión de segundos. No toleraba la incongruencia entre sus sentires y los de su sexo. Y, buena mujer de principios, no concebía la idea de amar sin alimentar el frenesí de su sexualidad cual fiera voraz, era preferible darse placer propio y morir en la agonía impúdica de la masturbación.
Asi fue, como una fatídica noche, recostó su cabeza en su almohada cuasi vacía, resolvió no volver a entregarse jamás a esa ilusión, no brindarle a ningún indigno más su monte de Venus, tan venerado por ella e incomprendido por un millar de manos vacuas, no volver a intentar emular las alucinaciones propiciadas por la lujuria en su mente, que no existiría ya más que en su memoria, se propició una adecuada dosis de tibio placer, y murió mientras dormía, aferrada a su desazón, a sus recuerdos, y al dulce éxtasis de su entrepierna.

martes, 22 de diciembre de 2009

21 de Diciembre de 2009

¿Tendremos miedo de estar juntos? ¿Será pánico, terror, parálisis? Rechazo. Nos odiamos por ser libres y podernos poseer. No deseamos poseernos, sólo nos buscamos cuando somos imposibles. Cuando somos incorrectos, cuando somos inmorales, cuando él está comprometido, cuando yo voy un poco más allá que el resto de las mujeres, sólo por el placer de satisfacerlo. Por el placer de poder volverlo loco. Nos deseamos por que nos permitimos todo, cuando todo lo demás nos prohíbe todo. Ambos sabemos que no hay deseo sin libertad. Pero cuando él es libre y yo soy libre, hay fuerzas que nos repelen, con la misma intensidad con la que nos necesitábamos antes. Dos imanes, idénticos, que atraen todo lo demás mientras se rechazan entre sí. Demasiada energía concentrada. Explotamos. O mejor dicho, él explota, yo implosiono. Él lo sabe y yo lo sé, nos vemos, nos entendemos, aún cuando lo intentemos esconder, aún cuando juguemos a querernos.
No pasó mucho tiempo desde que nos buscábamos el uno al otro, provocándonos, hincando los dientes en los límites. La necesidad de su piel me quemaba como una yaga en carne viva. Deseaba tanto que fuese libre, deseaba tanto poseerlo, quería sus pensamientos, sus noches y su cuerpo, lo quería todo. Podría tenerlo todo ahora, si lo intentara, pero me repliego en mi caverna como una sombra y desaparezco. Soy yo quien tiene temor. Le temo, le amo y le huyo. Es el único hombre a quien podría entregarle la vida, si el lo exigiera. Pero me niego a entregarle todo, porque no lo quiere todo, no de mi, no de nadie, y yo lo sé. Alimentarse de mí, fagocitarme, mientras eso le brinde un escape, una válvula, una salida, mientras tenga de dónde escapar, de qué o de quién. Sólo siente su libertad cuando intentan atraparlo, sólo entonces es cuando despliega las alas y vuela, aunque sea por tan sólo un momento, para sentir el golpe del viento en la cara, llenar sus pulmones, vivir. Si pudiera poseerme por completo, y lo puede, no lo haría. Se justificaría en un sin fin de pretextos altruistas e iría a parar a los brazos de otro fracaso. Conmigo no fracasaría, y odia tener éxito, detesta que lo amen. Yo, en cambio, tengo mucho más que perder: mi juventud. Y yo amo, amo con cada fibra de mi persona. Quizá por eso me alejo, temo no poder evitar darme toda y perderlo todo, todo lo que tengo, lo único que tengo. A mí misma. Ya perdí suficiente: mis pensamientos le pertenecen, mis fantasías le pertenecen, mis orgasmos le pertenecen. Todo lo demás lo voy a proteger.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Enceguecedora bolita de papel

El café está frío y me estoy quedando sin cigarrillos. En alguna parte del mundo, en este momento, en este preciso segundo, está amaneciendo, y yo me pregunto en dónde. Una pareja se está conociendo, otra besando, alguna otra está teniendo sexo increíble y otra, esta evitando tenerlo. Yo estoy pensando en la noche en que nos conocimos, la noche en la que nos besamos, la noche en la que tuvimos sexo increíble – Si, está bien, es la misma noche para todo -, y la noche en la que las excusas fueron más fuertes que las ganas. Claro, tus excusas y mis ganas. Estoy pensando en cuántas veces más se repetirá la misma historia, con otros protagonistas, en cuántas veces mis ganas desaparecieron sin decir adónde iban, en cuántas excusas habré escuchado. En que no creo en la suerte, en el karma, en el destino o en la fortuna, pero decididamente alguno de ellos está en mi contra. Sino, ¿Cómo se explica que esté tomando café frío y no quede un cigarrillo en 7Km a la redonda? ¿Cómo se explica que esté pensando en tus manos mientras acarician el cuello de otra mujer?
Quizá sea que he leído demasiado ya. No tolero que le llamen escribir a poner una palabra delante – o detrás – de otra. Las palabras también pueden decir nada. El símbolo es símbolo en tanto represente y tenga un sentido. Por eso nunca me gustaron los Cronopios. ¿Qué demonios es un cronopio? “La noche es espejada, la enceguecedora bolita de papel que se arrastra entre tus manos se duerme al unísono de los claveles”. Es una palabra detrás de otra. Se lleva un Nobel, y yo sigo tomando café frío y rezándole a cualquier ser que esté vagando por el éter que me traiga un cigarrillo. Y pensando en lo estúpida que es la dueña de ese cuello por caer en tus brazos. Ya verá, ya verá lo implacables que son tus excusas y lo rápido que se fugan tus ganas detrás de otro cuello. Y entonces quizá, habrá en alguna parte del mundo, una pareja que se está conociendo, otra besando, alguna otra que está teniendo sexo increíble y otra, que esta evitando tenerlo, además de dos tazas de café frío y dos mujeres con incontrolables deseos de fumar. La buena noticia es que en algún lado, siempre amanecerá, aunque sólo sepa dónde, cuando suceda en mis narices.

jueves, 22 de octubre de 2009

TIEMBLO

Vuelvo a temblar. Vuelvo a temblar y significa que aún vivo, que no han logrado desgarrarme por completo, que todavía algo late por dentro, todavía algo siente. Vuelvo a temblar mientras te siento. Te vuelvo a sentir en cada temblor, como si te hubiera tenido antes, como si supiera a qué saben tus besos, como si temblar fuese un estado natural, como si hubiese nacido temblando, hubiese transcurrido la vida catatónica y ahora se restaurara el orden universal, todo dentro de mi propio ser, en una vibración constante y etérea.
Tiemblo despacio, tiemblo en el interior de mi pecho, entre mis senos, por debajo de los huesos. Como si una brisa ladrona entrara a hurtadillas desde mi boca y me arrebatara un suspiro, sin querer, solapadamente y en silencio. Tiemblo en el alma, tiemblan mis anhelos y la esperanza de saberte en alguna parte de este mundo, también tiembla. Se desliza entre el corazón y los pulmones tu fotografía, y tiemblo completa.
Tiemblo a través de mis manos, tiemblan mis palabras mientras te escribo y tiemblan las teclas que aprieto, como si pudieran absorber el roce de las yemas de mis dedos que ansían morir en tu piel, en tus labios, recorrerte la boca como quien toca por primera vez, como quien sólo ve a través del tacto. Puedo ver esa suave boca desde lo digital de mis huellas y trazar el camino exácto desde las comisuras de tus labios hasta impunemente robarte un beso. Me tiemblan y me sudan las manos cuando existes. Existen mis escritos cuando te tiemblo.
Me tiembla la vista, por el amor de dios, cuando mis ojos encuentran los tuyos en medio del vacío que reina en el océano, cuando la luna es testigo de nuestras miradas, cuando es cómplice. Cuando la miras desde allá, cuando la miro desde acá, y temblamos los dos, un poco de miedo, un poco de placer, un poco por insanidad. Me obliga a cerrar los ojos, a restregarme los párpados, a fruncir el seño, y a querer volver a mirar, a necesitar el temblor en los ojos, a convencerme de que no es un sueño, de que estás ahí, de que estoy acá, mirándote, aún tan lejano. Me tiemblan los ojos porque te puedo ver, más allá de la carne, más allá de la piel y más allá del mar.
Tengo un desfile en el vientre, tiembla. Un desfile estrepitoso, calamitoso, caótico, amazónico, angustiante, extasiante y febril. Un desfile que hace ruido, un desfile de temblores, agudos, intensos, voluptuosos, epilépticos. Todos tiemblan a la par, a veces alguno marca un cambio de compás, y los demás le siguen. Son temblores aventureros, que escalan del vientre al ombligo, se enroscan y piden una cesárea. Temblores que pujan por salir, que creaste con sincronismos y poesía. Mi vientre tiembla con tu poesía. Ansía tu poesía creadora en lo más profundo de su abismo. En el infinito, desea temblar y bailar al ritmo de tu rima. Mi temblor quiere bailar con tu temblor.
Me tiemblan las rodillas, las pantorrillas, los meniscos, las articulaciones. Me tiembla el esguince que tuve en el tobillo a los dieciséis. Me tiemblas por todos lados, indiscriminadamente, absurdamente, descaradamente. Me tiembla la voz, cuando pronuncio tu nombre. Ese nombre del que poco sabes y yo sé tanto, que tengo sabido por demás desde antes de encontrarte. Ese nombre que tantas noches perteneció a otro, que tantos soles eclipsó y que ahora me encandila nuevamente. El sincronismo tiembla hasta en tu nombre, que es ahora sólo tuyo, al igual que yo. Me tiemblan el pensamiento y los sentidos, la imaginación. No. No tiemblan, colisionan. Colisionan como estrellas fugaces, sin saber si son producto del azar o de la fortuna, o estuviste ahí esperándome todo este tiempo, todo el mismo tiempo que estuve yo esperándote. Si siempre estuviste del otro lado del horizonte, cada vez que miraba el mar, pensándote, soñándote, sabiéndote. Siempre supe que había algo detrás del horizonte, el horizonte temblaba acompasando mi deseo de que existieras. Me tiemblan la voz, el pensamiento y los sentidos, si, todo junto y articuladamente se desarticulan entre sí, y agradezco que no escuches lo que digo, o leas lo que escribo, la coherencia se me escapa, también tiembla, y me pregunto si es posible temblar tanto sin morir. Luego, recuerdo. Recuerdo, que en cada explosión tiemblo. Recuerdo, que cuando muero, tiemblo. Y recuerdo, que cuando tiemblo, vivo. Y que ahora, tiemblo deseándote a mi lado, para vibrar en cada estallido cuando el mar finalmente se seque y la humedad esté toda entre nosotros.

domingo, 30 de agosto de 2009

DOS

Eran dos. Dos conciencias, dos destinos, dos flujos constantes y mortíferos. Dos seres atrapados para siempre el uno con el otro en una misma carne, una sola alma y diez mil caras, más otras diez mil caretas. Ahuyentábanse mutuamente, se repelían y luchaban entre las sombras de una sonrisa desdibujada y un anhelo de felicidad herido, quebrado.
Para uno, la plenitud era el sexo y el peligro. La noche completa lo enfurecía y excitaba, los ojos desorbitados, el escozor de los capullos que bebía y de su miembro endureciéndose más y más con cada sorbo que tomaba de sangre. Cazaba, se alimentaba, eyaculaba y se dormía. No buscaba más que morir, mas no lograba conquistar a la maldita parca y sentíase más vivo que nunca cuando encontraba una nueva víctima y volvía a comenzar su aguda danza. Estrellas colapsaban en su mente y cuerpo cada vez que esto sucedía, y en el devenir de los días, la danza concluía y volvía a comenzar, frenéticamente, a veces en horas, otras en días, otras en años. Pero siempre volvía, sin escapatoria, sin escrúpulos, sin piedad a arremeter su voluntad contra alguna desprevenida e inocente presa. Y siempre lo gozaba.
Para el otro, su némesis y más intrínseco compañero, la felicidad eran el amor y la belleza. El arte de una caricia, la más elevada de todas, un simple roce que inflara el pecho de vida y sacudiera el corazón con el más delicado tacto. Una palabra desbordante de poesía y darse, darse por completo, dar su energía, su calor, su abrazo, su protección. Cautivo de imágenes rebosantes de colores y formas, de pájaros en vuelo, de cuentos infantiles, de romances de cine francés. Dotado de una imaginación única, volátil, embrigábase en fantasías diurnas, se perdía en deseos de trascendencia y champagne. Aspiraba el aroma de las flores, del pasto, y el aroma de una mujer cual esencia de vida, cual oxígeno y se dejaba enamorar por el honor y el coraje de valientes mártires. Deseaba contenerlo todo, darlo todo, serlo todo y amarlo todo: deseaba ser un niño y deseaba ser un padre. Deseaba ser esposo, ser devoto, ser de alguien, pertenecerle y pertenecer. Ser un hombre, uno solo, que pudiese ser. Deseaba ser y deshacer. Deshacerse de sí mismo. Era el único deseo que compartían ambos, y ninguno lograba concretarlo. Coexistir era la única alternativa y era lo que los destruía.
Una mujer, los amó a ambos. Sólo ella pudo ser víctima de la noche y luz durante el día. Sólo ella soportaba sin morir sus arrebatos y lograba sonreír cual luminosa mañana de verano a la vez. Ella cautivaba a la bestia y la saciaba hasta agotarla, y ella misma alimentaba de sensaciones cada segundo de sus días y le besaba la frente, tiernamente. Sólo ella comprendía la euforia de su demencia y le daba forma a los colores. Sólo ella le entregaba sus entrañas para que las destruyera o hiciera de ellas calor de hogar. Sólo ella abría sus cuevas para que se adentrara y luego lo sacaba a ver el alba montado en un remolino de dulces miradas, y tomados de la mano, cantaban. Ella existió, y el flujo constante fue explosión. Los relámpagos hacían acrobacias en el cielo de la noche y del día, mezclándolos, uniéndolos y esculpiendo lo que sería el más grandioso de los seres. Era grandioso en sus ojos, fantástico, dios y demonio, en un extraordinario y único ser completamente fuera de este mundo. La unidad y la completud eran posibles tan sólo en su presencia. No había lucha y cada uno de ellos la amaba con demencia y cordura, todo a la vez. Era uno cuando eran dos.
Eran dos, hasta que fueron tres, y se unieron en el éxtasis del universo, siendo todo lo que se puede ser.

miércoles, 5 de agosto de 2009

LEE EL, LE A EL.

Cuando miran en sus ojos y logran ver la totalidad de las cosas,

Entre copa y copa la eternidad le acompaña, aunque no dure para siempre.

Cuando evocarle oprime los pulmones, las vértebras y las neuronas,

Una fotografía le zambulle en el pasado y le quiebra.

Cuando los dedos buscan en la almohada ya vacía, el calor de los cuerpos

La nada se llena de todo y las manos de recuerdos.

Cuando una sonrisa colada en un sueño, le despierta sigilosa

Y le abandona a la luz de un día nuevo, un día más, otro día.

Cuando late, cuando camina, cuando observa, cuando lee, cuando aprende,

Le extrañan, le piensan, le sienten.

Cuando aman su descendencia, su creación, su pensamiento, tanto o más,

Que el cuerpo, la sangre y el estigma, le endulzan, le acarician su verdad.

Cuando enseña, cuando ríe, cuando canta, cuando abraza, cuando gime,

Le miran desde una oscuridad impoluta, absurda, profunda.

Cuando su carne forma parte de la carne toda, cuando su alma desanda el camino,

Le protegen en el pensamiento, le envuelven en un nido de nubes.

Cuando se pierde, cuando pena, cuando divaga, cuando nace, cuando muere,

Le adentran en historias maravillosas, le plasman en una hoja en blanco.

Le aman en silencio.

Y le inmortalizan.

domingo, 26 de julio de 2009

ERECCION ESPINADA

Antes era puta. Y se lo confesé sin ningún tipo de remordimiento alguno. Mi carrera me había llevado a ver las ciudades más extravagantes del mundo, y la extravagancia, según se podía ir imaginando entre sorbo y sorbo del cognac que mecía de mano en mano sin dejar de mirarme el escote, era algo que ejercía una poderosísima influencia sobre mi.

Me había acercado a el hacía unos instantes, sutilmente, caminando despacio y cadenciosamente, sin quitarle la mirada de encima, inclinando levemente la cabeza a medida que lo recorría desde sus lujuriosos labios hasta su entrepierna, al ritmo del bossa que sonaba de fondo como acompañando mis intenciones. Era cierto, tenía un aire a Matthew Mac Fayden. Imposible no reconocerlo, aún con el vacío que emanaba de su mirada, ido, absorto en algún pensamiento culpógeno de seguro.

En aquel café de Recoleta, elaboré sin descaro y sin omitir detalles mis anécdotas en la profesión. Reconocí entre pitada y pitada que los hombres que habían pasado por mi carrera sin duda tenían tendencias exuberantes y poco convencionales, y yo me encontraba irremediablemente embelesada por aquellas exóticas prácticas.

Me miraba perplejo, y en sus pupilas se traslucía una combinación dicotómica de terror y calentura que acompasaba a la perfección el endurecerse de mis pezones y la tormenta de flujo que inundaba mi bombacha. Siempre me enardeció relatar mis anécdotas.

Continué.

Antes era puta, y era de las mejores, de las mejor cotizadas de Mendoza, y de las más hábiles e intrépidas. Podía tener al más avejentado de los hombres con una erección constante. Mi secreto era, justamente, un secreto y no pensaba develárselo sin antes darle una muestra personalizada de la vivacidad de mi lengua. Y alevosamente, él no podía esperar a que se la diera.

Hablamos durante unas horas, sin dejar de mirarnos respectivamente el camino que conducía por debajo de mi falda hacia mi humedad y su sorprendemente enorme falo ya erecto desde la palabra “puta”, que pujaba por escapársele del pantalón y correr hacia mis hambrientas fauces.

Una vez finalizado el protocolo imperioso y desfachatado de seducción al que debíamos someternos, pagó la cuenta y le propuse continuar con mi relato en una habitación de mi hotel del centro, a lo cual sin dudar una milésima de segundo, accedió gustoso y con el pene casi atravesándole la cremallera.

Siempre me pregunté por qué los hombres eran tan permeables, tan fáciles de manejar y corromper. Quizá eso era lo que me hacía ser tan buena en mi trabajo. Se comportaban después de un par de líneas prefabricadas como asnos en celo, quedando a merced de lo que se desease. Inocentes, inmóviles, indefensos. Víctimas de su propio crimen.

Así fue como lo conduje hacia los abismos de la perdición.

Debo confesar que me costó muchísimo llevar a cabo mi deber. Era hermoso por dónde se lo mirase, ardiente y seductor. Y sin lugar a dudas, sabía a la perfección como complacer a una mujer exigente, como quien lleva años ensayando el arte del sexo. Aún así, continué, pues ya estaban pagos mis servicios.

Como tantas otras absurdas, pero no por ello menos adrenaliticas prácticas, le exigí que vaciara su esencia espesa y abundante en un recipiente.

“Para que me la pueda tomar”, dije, afiebrada y tenaz. Claro que después de agotarlo física y mentalmente, no podía negarse a tal requerimiento. Después de todo, esa sustancia lactosa me pertenecía, era mi premio por haberle mamado hambrienta toda su hombría.

Y así lo hizo. Había semen de sobra para llenar una olla y cocinar a toda su descendencia. Y luego, adormecióse ingenuo, exhausto, complacido.

No fue hasta horas más tarde, que despertó aullando los nombres de los demonios de las profundidades. Hallóse en un profundo dolor, con el miembro clavado a una tabla de madera espinada cual retoño de árbol en una plaza, y en un grito desgarrado tras otro, clamaba por esa mujer que lo habría acompañado durante los últimos 12 años de su vida. Cómo si ella fuese a socorrerlo, iluso. “¡Nora!, ¡Por dios, ayúdenme!, ¡Nora! ¡Nora!”

“Antes era puta”, le recordé en un segundo de silencio, entre llanto y grito, grito y llanto.

Sus ojos tenían el mismo terror que cuando le contaba mis aventuras, pero esta vez no había dicotomía alguna. Era todo terror, toda desesperación, todo suplicio, llanto y arrepentimiento, continuó gritando el nombre de su esposa por unos minutos. Debo admitir que verlo tan indefenso, tan atrapado, atado a la cama y con el pene entablillado a esa maderita tan cubierta de espinas y semen, que lo mantenía parado, me generó un sentimiento de angustia y pena.

Decidí entonces brindarle el placer de verbalizar mi secreto, aunque ya lo tenía por sabido. Las erecciones se mantenían eternamente, más allá de la muerte, clavadas perpendicularmente. Víctimas de sus propios crímenes.

“Antes era puta, y lo sigo siendo. Pero, mis clientes nunca fueron mis víctimas, sino sus mujeres”, le susurré al oído, con la mirada poseída en desdén hacia ese falo ficticiamente parado.

No quería dejarlo desangrándose sólo en esa fría habitación, pero debía reunirme con mi cliente, tenía que hacerle la entrega antes del mediodía.

No quería dejarlo sólo, me partía el corazón. Fue por eso que, en un acto de honor y humanidad, asfixié su último suspiro con una almohada, limpié cuidadosamente mis huellas, me vestí y salí del hotel. Me apresuré hacia la clínica de inseminación artificial con su esencia aún caliente en el recipiente. Nora me esperaba ansiosa en la puerta.

“¿Todo bien?”, Inquirió.

“Sí, todo salió según los planes. Un hijo de puta, te estaba cagando como intuías, se lo merecía. Acá está el tarro.”, balbuceé mientras le daba el esperma a la naciente viuda y agarraba el sobre con mis honorarios.

sábado, 25 de julio de 2009

HERMANO DE TINTA

En tu estrella sopesa la noche,
Parte en calma, amigo del alma, hermano de tinta.

El cielo alumbraba tu nombre,
Sol de noche, astro de vida.

Cansado, emprendías el viaje,
Corazón embebido de esperanza prometida.

Con el destino a cuestas, nunca por delante.
No olvides, aún escribes tus letras.

Treinta más siete has visto,
Cuántos amaneceres aún te esperan.

Reinventa el coral de tus orillas,
Todo acaba, más nada termina.

Paciente pulso, no sueltes la pluma,
Regálate entero desde aquella bahía.

Descansa la magia del corazón herido,
Atrévete al sueño, amigo del alma, hermano de tinta.

Diste vuelo a tus alas, diste amor a tu vuelo,
Canta el viento con tu risa.

Arrullas el niño que duerme aún no nacido,
El otoño se aleja, el sueño comienza.

No más colillas humeantes, fragancias efímeras,
Sábanas revueltas de nada.

Águila triunfante, busca el horizonte,
Y dime a qué sabe la vida.

Reposa la historia en tus yemas, y un cuarto vacío,
Maletas repletas de sabiduría.

No dejas atrás nada, te lo llevas todo contigo,
La frente en alto, la postura erguida.

Que el espejo no mienta, bello espíritu,
La fiesta se deja bailar en prosa.

Con música en los labios y ardor en el suspiro,
Es que te despiertas, amigo del alma, hermano de tinta.

martes, 16 de junio de 2009

QUIERO ESCRIBIR

Tengo demasiado para leer, me procuro siempre tener en la biblioteca más de lo que puedo hojear, me angustio con mi necesidad de absorber más de lo que me permiten las horas y las obligaciones, y lo único que deseo hacer en este momento es escribir y mandar al diablo las obligaciones. Deseo escribir toda la noche, sin pensar en que mañana debo ir a trabajar, o en que en pocas semanas debo estar lista para dar exámenes. Escribir toda la noche, toda la semana, procurando sólo dormir de tanto en tanto y tomar algún té caliente, o comer algo cuando sea imperativo. Escribir como solía hacerlo, desenfrenadamente, como quien poseído no controla sus pensamientos o los dedos que los plasman en la hoja en blanco, llenando de repente de maravillosas historias el desafiante papel, o metaforizando el vuelo de una mosca, sin más que agregar que algún acento, alguna coma apropiada. Pero estoy falta de contenido, no es la coma ni el acento lo que me turba, es el saber que no logro la expresión de la que siempre fui capaz, de la que siempre me jacté. Me estoy perdiendo a mí misma.

Estoy en el ojo del huracán, en la calma mustia que antecede al desastre. Sé que no escribo porque no tengo sobre qué escribir, o peor aún, no tengo nada que decir sobre lo que acontece, adormecida, inutilizada, quebrada por demás, calma, quieta, expectante. O bien nada es lo suficientemente valedero como para explotarme, o estoy deliberadamente escondida en algún oscuro pasaje de mi mente, anestesiada, reprimiendo todo aquello que debería liberar para poder expandirme entre mis letras. Sé que estoy reprimiéndome, sólo que aún no logro descubrir porque, o que, o donde. Y tengo más que sabido que esta quietud no va a durar. O por lo menos eso deseo. Detesto la quietud. Desabrida.

No puedo. Necesito la explosión y no hallo la mecha, ni la pólvora, y perdí de vista el encendedor. El estupor que me provocan las realidades cuando me golpean de lleno en la cara. No me dejan volar, no me permiten ser libre, libre de todos, libre de mí, irme. Intolerables y nauseabundas realidades que me atan al suelo, y este maldito poder de no dejar de verlas, de saberlas, de entender. Quisiera ser idiota. De seguro escribiría más a menudo si lo fuera. Temo no tener talento para escribir realidades, para desarmarlas como quien rompe un cubo mágico para aprehender sus partes, pero las capto y no puedo evitarlo.

Está matando mi creación. Mi realidad me anula los sentidos, me deja absorta en una colilla de cigarrillo que humea sin dejar rastro de su veneno, la vida que estamos adecuados a vivir y que aceptamos como vida, me está matando. Pero no logro evadirme de ella por completo, sólo por un par de horas de intensa creación que ahora se me escapa, burlona se aleja de mi castigándome por haber deseado alguna vez una vida normal, una vida como la que lleva todo el mundo, me arrastra a la mundanidad que alguna vez deseé y que hoy resiento, me compele a vivir en esa realidad de supermercado y cuentas a pagar, de sueldos y quitamanchas, de dietas para adelgazar y ofertas de sexo adolescente, me cruza carteles en el camino con publicidades de gaseosas que invitan a descubrir la felicidad plena en un sorbo, me atrapa en una red de televisión por cable y consejos idiotas a gente idiota, que, paradójicamente, está incapacitada para ver su propia realidad. Quisiera ser idiota. ¡Quiero ser idiota! Quiero crear, quiero expandirme, quiero volar. Quiero inventar mi propia realidad.

Quiero escribir. Quiero inspirarme de una buena vez por todas. Quiero vivir.

jueves, 4 de junio de 2009

AROMAS

Una mañana fría de otoño desperté, y su perfume rodeaba la habitación. Desesperadamente, comencé a oler de manera frenética cada objeto que presenciaba mi angustia. De seguro, ella habría estado ahí mientras dormía. No podría haber llegado el perfume de su piel de otra manera hasta ahí, un perfume dulzón, ni floral, ni cítrico, ni ácido ni amargo. Indescriptible, pero tan suyo, tan de ella.
Olí como canino, investigando nasalmente cada rincón, cada grieta, cada prenda de ropa, olí al hurón que me miraba atónito, al cenicero, al televisor. Husmeé en la ventana, en el potus avejentado, debajo del sofá. Apresuradamente, lavé las cortinas, los platos sucios de la cena del día anterior, las paredes ennegrecidas por el dióxido de carbono de la estufa. Olí la estufa. Observé el techo, el suelo y su fotografía. ¿De dónde demonios procedía su embriagante aroma? Aroma que conocía a la perfección, del que habría respirado tantas noches, del que habría fagocitado su esencia con voracidad alguna vez.
Con su piel clavada en el alma, caí rendido a los pies de mi cama y sollocé como un niño. Poco a poco iba perdiendo el sentido, a medida que el fatídico perfume se evaporaba en el abismo de la ventilación, y como quien intenta atrapar una mosca, comencé a vapulear mis manos entre el aire, a llevármelo a la cara, a la nariz, a la boca, adonde pudiese permanecer un tiempo más. Luego me desvanecí.
No fue hasta unas horas después que desperté en un cuarto de hospital. Podía oír el llanto desconsolado de mi madre de fondo y la voz melódica del médico que intentaba explicarme acerca de la metástasis que había esparcido a todo el sistema nervioso, el tumor que se alojaba permanentemente en el hipotálamo.

DE LA HYBRIS

Es ante la grandeza omnipotente del relativismo que en reiteradas ocasiones me abstengo de emitir un juicio.
Verdades absolutas que son defendidas pasionalmente, fervorosamente, e incluso logran colarse entre mis pensamientos, debo reconocer, y entre mis acciones, son aquellas a las que más debemos temer, pues sin lugar a dudas son ensombrecen la razón, nos aquietan la capacidad crítica y nos obligan a caer de rodillas frente a un mal pandémico, la ignorancia.
Pero, luego me resulta inevitable caer en la paladeica desabridez del “puede ser”, y sin convicción alguna por nada, la mediocridad acecha, se ensobran los ideales y se guardan en el cajón de la infinidad histórica, sin dejar rastro de un motivo por el cual hervir la sangre.
Nadie desea pecar de soberbio, le huimos a la hybris temerosos de la Némesis, los dioses nos amenazan con encerrarnos en terroríficas cárceles con el fin de estrecharnos en nuestra carne y no permitirnos la dicha de extendernos más allá de la piel que nos contiene y desdibujarnos de nuestra etérea humanidad por un rato. Nos condenamos a tramitar nuestro paso por el mundo, canjeando humildad programada y una falsa modestia, sin olvidarnos de un altruismo reconocido por nuestros semejantes, por una migaja de un cielo inerte, vacuo, y quizá un abrazo que nos transporte hacia algún vestigio latente de nuestro primer hogar, un útero calentito que nos cobije de este infierno al que llamamos vida, desde donde se nos ataca por desear respirar.
Alguna vez me han dicho, que la soberbia no es un defecto. Por supuesto, reí estruendosamente durante algunos segundos para luego observar a mi interlocutor y cuestionar sus creencias. Tardé meses en comprender que mi reacción provenía de aquello de lo que me estaba riendo. Fue mi soberbia, y la que acompasa a todas mis creencias, heredadas, aprendidas e intrínsecamente ligadas a lo profundo de mi persona, la causante de mi jolgorio.
Y me pregunto: ¿Puede ser calificado de “malo” algo que es tan netamente natural?
Hoy, sin dudar un segundo, califico la soberbia de “humana”, sin juicios de valor morales, no como un “algo” extrínseco que debe ser amedentrado con castigos divinos de ser adquirido, sino como una característica de la raza humana, tan imprescindible como el tacto, puesto que la naturaleza es creadora y ella es parte de la naturaleza de nuestro ser.
Y luego, vuelvo a dudar de mis certezas, pues la inocencia también es natural.

domingo, 31 de mayo de 2009

SENTIRTE Y NO SENTIR

En el letargo de la noche que parece no tener fin,
Reposa tu cuerpo cansado, sueñas nubes verdes,
Y una caricia te roba el perfume de la nuca.

Las horas se suceden con sigilo, temen agazaparse
Y yo espero lo que jamás vendrá, sueño con tus manos,
Tus caricias, perfume y nuca.

Debajo de tus párpados encuentro la vida.

Dedos voraces entre las sábanas hurgan en mi inocencia,
Penetran agónicos en una humedad que no les pertenece,
Y un gemido huye de mis labios, seguido de tu nombre.

En tus sabanas no cabe lugar ya para gemidos,
La inocencia es un insulto, la humedad se evapora
Y agónicos están los verdaderos dueños de mis labios.

Tu vida la encierro entre mis pechos.

Susurras deseos, el anhelo de un ideal,
Moribundo clavas tu angustia en el último peldaño
Miras al vacío de la habitación y absorbes su negrura.

Donde no queda ya luz, se esboza la verdad
Y un antagónico reflejo me encandila,
Muero en tu vacío, arrastro todo con el.

Abre los ojos, mira el ocaso de nuestro paraíso.

Y duerme para siempre, sueña con tus nubes verdes y yo,
Yo procuraré humedades desdeñosas, invitaré coros,
Festejaré la parodia de estar viva y no sentir.

La irónica certeza de sentirte y no sentir.

domingo, 19 de abril de 2009

TU SECRETO

Comprenderé cuando cierres la puerta y finjas un adiós
Bordearé las aceras, errante, imaginaré sus besos en tus labios
Te sabré visceralmente mío, y aguardaré tu retorno.

Los quejidos de tu conciencia menguarán, los oiré morir
Cada noche será un eterno renacer de fidelidad, vivirás
Y tu secreto dormirá en mi almohada.

Ataré fuertemente mis deseos, olvidaré los tuyos
Seremos eternos en la parodia de la vida
Lejanos, los cuerpos, más nunca las almas.

No contarás la historia de la mujer que te amó,
Con distancias estelares, borrarás mis caricias
Y serás devoto de tu prisión, noble, austero.

Soñaré, y en cada luna gritaré tu nombre al cielo
Maldeciré al destino, aborreceré mi suerte
Desearé que regreses, libre, pleno, completo.

Descansarás de mis arrebatos, te aferrarás a su cobijo
Te veré en mis recuerdos, me verás en los tuyos
Y te sabrás amado, aun cuando me haya ido.

sábado, 18 de abril de 2009

LEER A LA HORA DE LA SIESTA

No quiero reprimirlo más, no pienso reprimirlo más. Si es con el sólo evocar tu recuerdo, la imagen de tu piel desnuda, el tacto de tus manos sobre mis hombros, sobre mis pechos, sobre mi ser, que no puedo contener la excitación, el rocío húmedo que inunda mi lencería, producto de tan inigualable cristalización de la memoria. Siente un llamado, si, un llamado. Mi sexo a punto de explotar entre mis muslos, sin siquiera ser rozado por más que la sedosa tela de la ropa interior que llevo puesta. Un volcán llamado a hacer erupción, sin más remedio que soltar su calor, su lava, su infierno. Llamado a la distancia, que quema el pubis, que nubla la vista, que despoja de sentido cualquier otra imagen que no sea la de su complemento adentrándose en el abismo al que lo invita. Dios, el complemento. Dios o los demonios, que divertidos de los placeres que causan en mi vacío tus embestidas, que ahora sólo imagino, pueden hasta oler el jugo de mi femenidad recorriendo cada milímetro desde mis adentros, buscando la luz, la gloria, el destello de electricidad que sólo tener tu arma sólida, tu puñal de piel, tu alimento de lujuria dentro, tan adentro como si fuese a quebrar todas las hendijas, tan adentro como para no sentir más mis propias vísceras sino rogar que fusiones con mi piel hasta tus caderas, hasta tus testículos, todo dentro, tanto que si entrara tu persona por completo no alcanzaría, no llenaría, tan insaciables labios, tan enardecido sexo que clama por entregarse por completo, que clama por perder identidad de sexo femenino y ser parte de tus carnes, de tus reliquias, de tu colección, y sentirlo tan adentro como si hubiese nacido llamado a eso, tan adentro como para fundirse en la carne, derretirse en el grito desesperado de la furia, eterno grito, eterno gozo, eterno orgasmo, eterna lluvia. Comerse por completo el uno al otro, tu sexo al mío, el mío al tuyo, que todas las partes de mi cuerpo desaparezcan entre tus labios, entre tus dientes, entre tus besos, entre caricias, entre desenfrenos, que ni devorando estos, mis enardecidos pezones que sólo buscan tu boca para morir en ella, descansen en paz, ya que nunca podrás saciar apetito tal, nunca, siempre voy a pedirte más, siempre más, siempre más.

viernes, 20 de marzo de 2009

CUANDO FINALMENTE LA VEAS

Cuando finalmente la veas, vas a sentirte orgulloso, pero no de tu creación, sino de haberla abandonado. Enseñaste a través de la ausencia, del dolor, esa fue tu más magnifica acción para con ella, desaparecer.
Cuando finalmente la veas, quizá no sea usando la vista. Quizá la percibas desde alguna dimensión paralela, dudo que la veas en esta vida. Y dudo que exista otra vida para resarcirte.
Cuando finalmente la veas, maldecirás a tu soberbia por no haberte permitido verla antes. Era tan hermosa. Era tan plena. Era tan tuya.
Cuando finalmente la veas, sin lugar a dudas será demasiado tarde. Y la gente miente, se hipnotiza idioticamente haciéndose creer a si misma que siempre hay segundas chances y que nunca es demasiado tarde. Se equivocan. Cuando la veas, finalmente, será tarde. Será tardísimo para que te dé un abrazo, será tarde para que te profese amor infinito, será tarde para tu beso de las buenas noches, pues ya habrá amanecido sola, con tu recuerdo clavado en las venas, supurando nostalgia de lo que nunca sucedió.
Cuando finalmente la veas, sabrás que tu ausencia la hizo mujer. Y llorarás una lágrima por cada sonrisa que no viste, por cada logro que no compartiste, por cada pensamiento suyo que debía pertenecerte y sólo fue desgracia.
Cuando finalmente la veas, no podrás verla en verdad, porque dejó de ser una niña. No podrás verla correr, jugar, abrazarte, no podrás dormirla en tus brazos, no podrás curarle una herida. Cuando la veas, la niña habrá muerto y la mujer que tomó su lugar, no sabrá quién eres.
Cuando finalmente la veas, morirás. Y trágicamente, morirás sin verla.

lunes, 9 de marzo de 2009

Del yugo.

- ¿Quién es?

Preguntó asombrada, para éstas épocas ya casi nadie tocaba a su puerta, y mucho menos con tal desdén, como quien intenta derribar el estorbo entre una víctima y su victimario.

- Sabés perfectamente bien quien. Abrí.

¡Diablos, era él! El asombro se había convertido en temor en cuestión de segundos. Parecía remembrar aquella promesa lejana ya en el tiempo, como si hubiese sido ayer. Promesa que jamás creyó que debría de cumplir. Pudo sentir un escalofrío naciendo en su nuca.

- Abrime, dale. Hace frío.

Dubitativa, miró el picaporte, de donde colgaban majestuosas las llaves, invitándola a enfrentarse con su soberbia, a dejar pasar a su hogar aquel a quien habría, hacía ya algún tiempo, neurotizado de deseo.

- Busco las llaves, dame un segundo.

Ganar tiempo, le valdría de poco. Tarde o temprano debería tener que erguir la espalda y mirarlo a los ojos. O darle la espalda, dependiendo de cómo quisiera él perpetrar el acto.

Inmutada frente a la puerta, deseaba pensar rápido, aún cuando corrieran los segundos y no lograra hacerse de un pensamiento coherente. Blanco, completamente todo en blanco. No podía dejarlo fuera. No podía dejarlo entrar. No habría vuelta atrás, y ella lo sabía.

- ¿Las estás fabricando? Dale que no tengo mucho tiempo.

No estaba preparada, probablemente nunca lo estaría. Continuó mirando la puerta, en silencio, temblorosa y transpirada. Maldijo haberlo provocado, maldijo sus mentiras. Maldijo su compulsión a provocar a quien no debía, y su compulsión a provocar, a secas. Maldijo su apetito incesante por aquel hombre que la obligaba a someterse a sus perversos deseos. Maldijo haber asegurado dar lo que no tenía para dar. Lo maldijo y le abrió la puerta.

- Tanto tiempo princesa.

Lo maldijo y se entregó al furioso ímpetu de su embestida. Tragó una lagrima y volvió a perder aquello que nunca había sido suyo. La inocencia.

viernes, 20 de febrero de 2009

ETERNOS

Bajo las estrellas, no podría haber sido jamás de otro modo. De esa manera se habían conocido, bajo la eterna y relampagueante luminosidad de la noche más estrellada de verano, que fundía el calor de los cuerpos con una agobiante humedad y la frescura de la juventud que ambos aún poseían, radiantes como los astros, eternos como el universo que los rodeaban, brillaban.
Ella titilaba a lo lejos, cruzaba la calle meneando la falda que traía puesta, cual campana de monasterio, el pelo lacio largo y dorado, y una blusa ajustada, levemente traslucida que permitía con algo de esfuerzo, admirar sus más delicados atributos. El la observaba del otro lado, sonriente, perplejo, mientras la esperaba. La había esperado desde hacía siglos, y finalmente allí estaba, tan perfecta como lo había presentido en sus sueños. Se preguntaba si tendría demasiado perfume puesto, y si la corbata combinaría con sus zapatos, tal y como se lo habría recomendado su madre alguna vez antes de una entrevista importante de trabajo. Sus miradas se entrelazaron y en un instante, estuvieron solos en el planeta, el tiempo pareció detenerse y la multitud nocturna que ronda por Buenos Aires acalló todos sus murmullos, sólo para que ellos pudieran encontrarse en esa mirada, reconocerse de entre miles, saberse únicos, entender finalizada una, hasta ahora, incesante búsqueda. Fueron dos entre millones, y fueron solo dos, solamente dos en el mundo. Sólo un segundo bastó, para que ambos se supieran. El resto, fue protocolo, cortesía, tradición, necesaria, si, pero redundante. La cotidianidad vulgarizaba los sentidos, pero los sentidos le regalaban cuerpo y color a la cotidianidad.
Transcurrieron noches completas en vela, siempre con las estrellas a su lado, o por encima de ellos, estuvieran donde estuviesen. Noches en cuartos encerrados, enamorándose de sus mutuas y reconfortantes caricias, perdiéndose mutuamente en sus frenéticos deseos de completarse el uno al otro, olvidándose de los minutos moribundos en el intento de detener el tiempo, de clausurar las puertas, en el permiso de la irresponsabilidad juvenil que da su visto bueno a interminables sesiones afrodisíacas perpetuadas en la negrura nocturna. Amando cada roce, cada aliento, cada gemido, cada pequeña muerte compartida, conociendo el éxtasis más pleno del hervor sanguíneo, desde lo intangible hasta lo corpóreo, desde lo vago hasta el detalle, desde la dulzura hasta lo brutal, desde el cielo hasta el infierno. Juntos lo recorrieron todo, lo exploraron todo, lo alcanzaron todo. Se vivieron, se respiraron, se sofocaron y se resucitaron infinita cantidad de veces en cuestión de horas, durante muchas noches, muchas semanas, y algunos meses.
Pero deseos concretados dan lugar a nuevos deseos, más inalcanzables aún que los primeros, que conocieron su tumba en los brazos de otros amantes, menos fervientes, menos sensibles, y tanto más ciegos, ya que todo lo que mucho alumbra, siempre encandila la vista promedio.
En la misma oscuridad estrellada, y con más pena que gloria, dividieron sus caminos, paralelos hasta el momento, para sembrar su luminosidad en dos mundos opuestos.
Siempre serán complementos, aunque nunca más vuelvan a cruzarse. Siempre serán únicos. Siempre tendrán ese instante, en donde el mundo se detuvo sólo para que ellos se vieran.

sábado, 31 de enero de 2009

CADA NOCHE

Te sueño, te pienso, te imagino. Le doy forma y gusto a tus labios, te creo, te veo. Anhelo su tacto en los míos, agua de un oasis en medio de un desierto de caras inertes y pavimento. Presiento tu roce, suave pétalo de jazmines en verano, brisa de mar. Invadida por un millar de imágenes, sé exactamente la medida de tu porte, el vaivén de tu caminar y la fortaleza de tu abrazo, refugio de ilusiones tardías, que nunca llegan a respirar, que sobreviven en el vientre, latentes, esperando finalmente tu llegada. Dueño de mis noches y mis despertares, sólo en tu mirada cobran sentido los sin-sentidos, sólo de la mano de tus luces camino entre mi oscuridad. Recuesto mi mente en la almohada, y concilio lo utópico de tu calor que me rodea, sintiéndote en mi piel, amándote desde mi imaginación. Tanto ardía, que se consumía lentamente, provocando la muerte de la esperanza. Hervores, incandescentes.
Penetras en cada espacio, y te mantienes ahí. No atravesaste. Entraste y te quedaste mofándote de mi ignorancia, de mi necesidad de vos. De la lujuria en mi mirada, que juzgaste algún día prefabricada. Mirada que se enciende al nacer tu recuerdo en mi pubis.
Duermes a mi lado, me abrazas y acaricias mis pensamientos con tus yemas.
Sabes que cada noche, duermes a mi lado, aún en la distancia, y le haces el amor a mi memoria, dicotómico en cada embestida, único.
Y despierto cada mañana, sabiéndote.

EFIMÉRIDES

Todo tiende a terminar demasiado rápido. Demasiado. Tiende a evaporarse en la nada como un huracán que, aún después de haber revolucionado continentes enteros, se eleva hacia el cielo y desaparece. La raza humana, en su totalidad, cada día, a cada hora, en cada segundo, tiende hacia lo efímero, hacía lo rápido, lo inconstante. Repudiamos la rutina como algo que debe ser evitado a toda costa a riesgo de perecer de aburrimiento. El hombre en particular, a diferencia del resto del reino animal, que busca el equilibrio, tiende al desequilibrio. Buscamos amor en camas vacuas. No nos relacionamos, no nos abrimos, no creamos lazos, meramente nos entrelazamos brevemente y vagamente, con el hilo lo suficientemente flojo como para no atarnos demasiado a otro. Queremos amor, pero tememos amar. Queremos amor, pero deseamos tener algo de qué quejarnos, historias nuevas para asombrar y generar la admiración de mentes propagandistas, para realzarnos en la magnificencia de lo absurdo, de lo inservible, de la nada.
Vivimos en la perpetua búsqueda de algo mágico, de mariposas en los estómagos, de cuentos de hadas, de hechizos que nos permitan volar, que nos realcen las células del cuerpo y la mente hacia lo desconocido, hacia la plenitud, hacia el gozo. La búsqueda eterna de la felicidad, aun cuando nadie tiene la certeza de conocerla, o incluso de poder afirmar su mera existencia. Me pregunto si sabemos, si somos verdaderamente conscientes de que, como en cualquier otro ámbito de la vida, no podemos conquistar aquello que desconocemos. Y como el tiempo apremia, y las cosas deben hacerse de manera práctica, rápida e indolora, por supuesto, no malgastamos un segundo de nuestros días en intentar aprehender aquello que se esconde detrás de la vitrina, en conocer profundamente algo. Al pan, pan. Y terminemos el vino y vayamos a la cama, que mañana tengo que seducir a otra. Prestame tus apuntes, que no tengo tiempo de leer todo el libro, y tengo que pasar escuetamente esta materia, para recibirme pronto y que el mundo alabe mis conocimientos titulados. Sin duda, un abogado cazador de mala praxis, debe ser el profesional con mayor éxito económico del mundo en boga.
Lo efímero. Lo efímero es lo que me repulsa. Es aquello a lo que le huyo, pero que constantemente logra atraparme en sus manipuladoras redes. Quizá debiera abandonarme a sus designios y practicar la tolerancia a mi era, a mi década, incluso a mi propia generación. Continúo negándome y me resulta inevitable sufrir de pequeñas regurgitaciones de ideas.
Me pregunto si alguien comprende, si alguien comparte. Si alguien existe. Si alguien verdaderamente sabe como amar. La soledad, por muy intelectual que pueda tornarse, cava sus propias fosas en mi, construye sus abismos y temo, en forma desesperada, perder la capacidad de conexión con otro ser humano. Los lazos, desgraciadamente, requieren dos partes. Pero inevitablemente generan ataduras, generan pesos. ¿Y quien, en la era del libertinaje absoluto, desea íntimamente, tener un lazo, ser parte de un todo?
Disfruto del sabor del Malbec, a solas, nuevamente. Nadie quiere un peso, nadie quiere cargar con nadie, y nadie quiere ser cargado. Somos todos muy autosuficientes. No nos necesitamos más que a nosotros mismos, y a nuestros analistas, para que diluciden forzosamente cómo sacarnos la tableta de clonazepam de las manos.
Esto me resulta verdaderamente desolador.
Continuamente escucho voces que vehementemente claman por valores, pero no acompañan sus pensamientos con acciones. Nos quedamos en el habla, nos decimos tanto, sin decirnos nada. Nos contamos cuentos maravillosos de sueños imbéciles que nadie oye, a nadie le importa el sueño del otro mientras se encuentran ensimismados en sus propios sueños imbéciles. Y lo trágico, es que ni el uno ni el otro se cumple. No solo por ser imbéciles, sino porque el sueño primario, el deseo primario radica netamente en la completud, en la pertenencia, en la necesidad de integración completa con otro ser humano. El retorno al vientre materno, el calor, la cercanía, y hasta la dependencia. ¿Acaso no confundimos necesidad del otro con amor, constantemente? ¿Acaso no creemos a otro necesario imperativamente para la vida cuando creemos estar enamorados? Me resulta hasta paradójico y absurdo que no notemos el hecho de que estamos elaborando mal nuestras consignas de vida. Resumido: Buscamos el amor más profundo, la contención y la completud en lo efímero, en una anécdota, en las cosas más superficiales de la vida. ¿Acaso verdaderamente somos todos infradotados? ¿Qué es lo que no es obvio?

lunes, 19 de enero de 2009

EL HABLABA Y ELLA RESPONDIA

El hablaba y ella respondía. Ese habría sido el pacto desde el inicio, y muy a pesar de él, ella no lo quebraría. Después de todo, él tenía mucho más que decir. Y ella sólo debía admirarlo por eso.
En repetidas ocasiones, intentó quebrar el pacto, pero a la luz de la razón, cada intento se desenvolvía como una absurda caricatura de si misma, donde no lograba manifestar ni sus pensamientos reales, ni las emociones que la asediaban, mucho menos el amor que por él sentía. Simplemente se atropellaba en una verborrágica maratón de idiotez, rebalsada de palabras que no tenían sentido alguno, siquiera para ella. El, atónito, la observaba y se compadecía.
Eso dio lugar al pacto. Pacto implícito, puesto que de la única manera que podían comunicarse era si ella se limitaba a responder, intentando y con un alto grado de esfuerzo psíquico, aquello que él planteaba. Y el pacto servía, eran felices.
El se levantaba, preparaba el desayuno y lanzaba su primera incógnita, a la cual, en la mayor parte de los casos, hasta respondía, puesto que el resultado de los inconmensurables esfuerzos de ella, casi nunca llegaban a buen puerto, y por supuesto, se equivocaba, hasta cuando sólo debía responder. El, atónito, la observaba, sonreía y se compadecía.
Así transcurrieron varios meses, de frustración para uno y fascinación para el otro. Para él, entre cada mirada y cada sonrisa, la compasión crecía a pasos agigantados y comenzaba a transformarse en frustración. ¿Verdaderamente sería tan difícil comprenderlo?, pensaba. ¿Verdaderamente, ella sería, por siempre incapaz de ser quien hablara? Guardó un resto de esperanza, no en ella, sino en quien él creía que ella sería, y continúo su monologo. Ella, por su parte, sumida en una incomprensión a medias de sus palabras, creía entenderlo todo. Incluso hasta creía ver en sus palabras significados disparatados, como quien oye un cuento fantástico y sueña despierto con hadas y príncipes. Los creía fervorosamente, tenía certeza. La certeza no es algo menor, no menos que el disparador de sus silencios. No necesitaba más, no necesitaba hablar, no necesitaba comprender, ni mucho menos brindar una respuesta correcta, apropiada. Sólo necesitaba saber, que él seguiría hablando y ella seguiría intentando, y no se agotaría jamás la fascinación que el provocaba en sus entrañas, como quien intenta resolver un rompecabezas que no tiene fin. Sería algo in-eternum, y eso estaba bien.
Pero el comprendía, mucho, demasiado. Comprendía más allá, incluso de sus propias palabras. Comprendía y callaba mucho más de lo que decía, aún siendo la voz principal.
En su comprensión, su frustración permanecía in-crescendo y su compasión de tornaba en locura. El deseaba comprensión, un igual, un espejo. Y ella, divertida, cantaba bajito para que el no escuchara.
Una mañana, él determinó sin más, callar para siempre. Si él no hablaba, ella tendría que hacerlo, era inevitable, pensaba. Así fue, como él nunca más volvió a emitir un sonido. Y pobrecita, ella, en su interminable incógnita, jamás lo comprendió. Ella tampoco habló.
Y se sumieron en el más profundo de los silencios, por toda la eternidad.
El pacto, duró menos que sus vidas, pero al contrario de lo que pensaron sus allegados, tuvieron demasiado tiempo, antes de morir.

TE DIRE, JURARE


Te diré que seré tuya hasta el fin de los tiempos,
Que nada se interpondrá en nuestro camino, que seremos grandiosos
Juraré que hasta el último suspiro,
Seré tuya, y serás mío.

Te diré que alabo con fervor quien ha creado tu magnifico rostro,
Que jamás he visto hermosura y perfección tan plenas,
Juraré que es tu cuerpo aquello que admiran mis ojos,
Y se glorifican al encontrarse en tu mirada.

Te diré que creo en ángeles, destinos y suertes,
Que todo aquello que estaba perdido, lo he reconquistado a tu lado,
Juraré y desafiaré a quien lo niegue, que no existe mayor fe,
Que creer en tu amor, que saberte real, que existes.

Te diré que cada mañana te abrazaré, y sonreiré,
Que no existirá el rencor, que jamás se apagará nuestra llama.
Juraré a cada estrella, que en cada sol y en cada luna,
Nos amaremos con fervor, como el primer día.

Te diré que nuestros hijos serán los más hermosos, sólo por ser nuestros,
Que no les faltará nada, que todo el amor del mundo será para ellos,
Juraré protegerlos con la vida misma si necesario,
Serán el más vivo retrato de querubines terrenales.

Te diré que sostendré tu mano, cobijaré tu cuerpo cansado,
Que siempre sabrás reposar en mí, que siempre tendré fuerzas
Juraré abandonarme a tus brazos, y abrazarte con los míos,
Entrelazados no caeremos jamás.

Te diré que no existe gloria mayor que besar tus labios,
Que impregnan de aire mis pulmones, de vida mis centímetros
Juraré pasión y desenfreno, en cada beso, en cada roce,
Amarnos en la carne y el pensamiento.

Te diré que eres mi príncipe encantado, dueño de mis ilusiones,
Que en tus brazos no temo de brujas o hechizos, me protegen.
Juraré ser digna de magníficas proezas, que tendrás una reina en el hogar,
Viviremos por siempre en nuestro cuento de hadas.

Te diré que en tus brazos no existirán los males,
Que lavarás con tus caricias cada lágrima del pasado.
Juraré que eres el primero y el último, el único,
Almas gemelas se hallan sólo una vez.

Te diré, susurraré en tu oído cada noche con dulzura,
Que jamás padecerás a mi lado, que la vie será en rose,
Juraré que siempre tendré para ti una palabra justa, una mano tendida,
Ya nunca me apartaré de tu lado.

Te diré que cada noche antes de dormir, te abrazaré, siempre,
Que no pasaremos nunca frío, no padeceremos soledades.
Juraré acompañarte en cada batalla, en cada éxito, en cada derrota,
Serán nuestras todas las guerras y siempre ganaremos.

Te diré que haremos el amor apasionadamente, cada día,
Que nunca estaré cansada, que siempre tendré para darte de mi.
Juraré que te desearé siempre, aún cuando nuestros cuerpos se desgasten,
Hacer el amor, incorpóreamente rozándonos las almas.

Te diré que siempre tendrás a la mesa tu plato favorito,
Que aun cuando falte el dinero, te serviré como a un Rey.
Juraré que en nuestro hogar reinará la paz,
Sólo música y risas oirán los vecinos.

Te diré que está bien equivocarse, que somos falibles,
Que siempre intentaré comprender y explicarme, para que comprendas.
Juraré que no habrá peleas o discusiones, conversaremos,
Nos besaremos con las palabras, además de con la piel.

Te diré que antes de nacer, te amaba,
Que antes de morir, te amé.
Juraré que te amaré más allá de la muerte,
Nuestro legado al mundo será inconmensurable, nuestro.

Te diré que cada día te recordaré que te amo,
Que cuando no pueda hablar, te lo diré con imágenes,
Juraré que nuestro idioma será único en el mundo,
Con una mirada sabrás, con una mirada sabré.

Te diré que no existen las certezas o las garantías,
Que aprendí de joven a no confiar en los milagros.
Juraré no dejar al azar nuestro nido, no abandonarlo a la suerte,
Enamorémonos diariamente.

OJOS NEGROS

Ojos negros, mirada profunda, profundísima, de esas que te penetran y te masturban la mente con sólo observarte. Ojos negros, que imaginan, que descubren mundos paralelos de aventuras extasiantes, que sueñan con el amor pero producen deseo de torturarlos con los venenos más placenteros que existan. Cabellos suaves, finos, en caída vertical perfecta, tan negros como sus ojos, complementos ideales que conforman una belleza consecuente. Cabellos que provocan enmarañar, tironear y morir en su perfume. Perfume. El perfume único de una piel sedosa y rosácea, que reclama las caricias más suaves, que grita exigiendo los arañazos más firmes, una piel dicotómica, creada para enloquecer a cualquiera con el sólo roce de su tacto. Tacto, de sus manos finas, de mujer, elegancia suprema que no se denigra por introducirse con magia, avidez y descaro en cualquier orificio que invite a la invasión. Dedos como plumas, manos pequeñas pero perspicaces, y propiciantes de los orgasmos más intensos, del fuego más candente, del sollozo más húmedo. La humedad de sus labios. Por dios, sus labios, carnosos, firmes, voraces, que sólo se detienen ante la gloria de su saciedad completa y ni un segundo antes. Labios que conforman la boca más perfecta, para besar, para morder, para empaparla de orgasmos, y una lengua que resiste las más agrios brebajes, que es destino de esencias vivas, que es la morada final de tantas pequeñas muertes, que las provoca con su fluctuante movimiento, su sabiduría de serpenteo. Serpenteo que sensuales curvas, prominentes pechos, voluptuosos y firmes, con pezones de invierno, dulces y a la vez tan mordisqueables y caderas que al moverse de un lado a otro, tintinean gluteos sabios de embestidas, y un abismo creado para la imaginación más perversa, que invita a hundir los besos más húmedos en un círculo de perfectas dimensiones, para deleite de sus espectadores, de los más entusiastas jóvenes y de los más experimentados adultos también. Sus veintiséis abriles sólo empañaron jubilosas expectativas de amor eterno, más no opacaron ni un solo centímetro de su frescura, de su picardía. Por el contrario, fueron sus incontables experiencias las que, aún tan joven, la embebieron de placeres y venenos, la azotaron con extasiantes pensamientos, la atraparon en una vida aventurada y no desventurada, plena de fervores y hervores, romance y pasiones, del sabor de una caricia funesta, que al darse muere en la piel y no conquista el alma. Plena ella, aún sin plenitud. Mujer, sin ser la mujer de nadie. Sirvienta sólo de sus conquistas y emociones, esclava sólo de sus pulsiones y sentidos, dueña de si misma y de todo aquello que la rodea, dado que con el sólo observar su mundo, cada átomo se torna aprehensible, cada ser que entrelaza su camino con el suyo se consume en su interior, se vuelve carne en su esencia, se palpa y crea, reinventa, la nutre, la alimenta y la explota.

EN SU ABRAZO

Magnificencia. Inmensidad. Eternidad. Tanto más, de repente envolvía su mundo, pequeño, frágil, y la elevaba en un estado de conciencia absoluto, nunca antes saboreado por sus frescos labios. Supo desde el primer instante, que no sería un hombre más en su vida. Que no sería simplemente otra copa de motel, otro perfume desperdiciado en su almohada. Abrazó el deseo de su carne como nunca antes lo había hecho, conoció. Se conoció, entre la somnolencia anestésica de sus placeres y la vulgar lucidez que la atormentaba hasta saciar sus miedos, certeramente clavados en su alma. No existe la perfección, ella lo sabía. No la buscaba tampoco. Sólo se dejó llevar, en ese primer contacto con el, se dejó caer. Cerró los ojos, y cayó, rendida. Se abandonó a sus deseos, sus virtudes, su seducción, su protección. Se abandonó a una caída que de seguro no tendría fin, acalló sus demonios y simplemente, se dejó caer. El cumplió su palabra, no la soltó. Aún cuando el peso dolía tan profundamente que rasgaba y abría heridas casi cicatrizadas, no la soltó. Había prometido no soltarla, no dejarla caer. Y no lo hizo. Pero no la sostendría por siempre, no. Remendaría algunas rasgaduras añejas, apuntalaría cimientos deteriorados, y le enseñaría cómo regenerarse luego de su partida. No la sostuvo mucho tiempo. No la sostuvo poco tiempo. Lo necesario. Hasta que pudo sostenerse nuevamente por ella misma. Su partida fue imperativa, angustiante y dolorosa. Inevitable. Un ángel quizá, que sólo de paso, extendió sus alas sobre ella y la glorificó. Un mensaje quizá, una carta astral de su vida en segundos, en palabras, en gestos, en caricias. Un camino, descubierto, alumbrado ahora, en el cual caminar con paso firme y ya sin temores. Un legado, semilla que debe de ser árbol, debe de ser naranja lima, para que algunos otros frescos labios se alimenten de su fruto. Una enseñanza, de esas que se abrazan, que se guarda en la memoria por todos los tiempos, eterna, sin final. Y un infinito agradecimiento, a quien dio vuelo a este pichón, que hoy intenta volar con alas de cóndor, en busca de horizontes más luminosos dónde encontrar su morada final, aún aleteando de tanto en tanto, pues no es sencillo volar a grandes alturas para quien recién comienza.

FEMINIDAD vs. FEMINISMO

Ok, basta. Llegué al límite del hartazgo de esta estupidez que las mujeres solemos llamar feminismo y que solamente encierra un altísimo grado de incomprensión de la realidad, de la mismísima naturaleza humana. Primero y principal, la mujer es mujer en la diferencia elemental con el hombre y no en su semejanza. O acaso nos estamos sintiendo menos que los hombres? Chicas, mujeres, señoras, por amor de dios! Aprendamos a valorar nuestra individualidad, nuestras diferencias con respecto a los hombres en lugar de calzarnos los pantalones para mucho más que salir a trabajar. Esto ya perdió el punto de poder votar y ser ciudadanas de la Nación hace mucho rato. Me encuentro por la vida con mujeres (mujeres?) que lo único que hacen es intentar superar económicamente a sus hombres, saber más de fútbol que de cocina, y tener sexo en forma libertina con cualquiera, pero ya no por placer, sino por exitismo, los contabilizan. Insólito. Pero no radica ahí el problema elemental. Si el hombre es hombre, y la mujer es hombre, por amor de dios, después no lloren por no poder mantener un hombre contento! El hombre necesita de una MUJER, y no de otro hombre, en una pareja. ES OBVIO! Así como por supuesto, la mujer necesita de un hombre, un HOMBRE. Me pregunto que es lo que lleva a una mujer del siglo XXI a no poder concebir algo tan sencillo que si concebían las mujeres de antaño, aunque por obligación y no por amor. Hoy por hoy, tenemos la libertad de poder elegir a quien amar hasta el día de nuestra muerte, pero AMAR, no torturar, no exigir, no pretender. Simplemente amar. Hay algo más sencillo que servir a quien se ama? Cuando se AMA? Como podemos dar si estamos siempre esperando que nos den? Ah no, que EL se amolde a MI, que EL me conquiste, que EL venga, que EL llame, que EL haga. Y nosotras qué? Cuando el hombre, después de cortésmente (pobre, necesita de nuestro sexo, obvio, y hace lo imposible para conseguirlo, aun a costa de su propia desvalorización y de que lo tratemos como a un perro o peor) haber cumplimentado cada imbécil requerimiento nuestro, pide que se lo cuide, como lo cuidaba la madre, porque la mujer está basada primordialmente en la imagen de mamá, nosotras nos negamos, alegando que tenemos derechos. Bien, tenemos derecho a estar solas entonces y a olvidarnos del macho protector y fértil que proveerá una linda imagen familiar. El orgullo ha llegado al paroxismo de lo estúpido. Me anula la razón ver como hoy por hoy, el feminismo y las idióticas ideas de autorrealización (que poco tienen de ello) arrastran las potencialidades de las mujeres más hermosas, más deseadas, más instruidas (no quiero ahondar en la inteligencia, si fuesen inteligentes se darían cuenta de las cosas más elementales y no nadarían en un mar de narcisismo) al más rotundo de los fracasos. La mayoría de las mujeres se mofan cuando aseveran que al hombre se lo conquista por el estomago, y se jactan a la hora de la seducción de sus habilidades culinarias, haciéndole, muy deshonestamente, creer a la victima que serán Martha Stewart y le proveerán de todo lo que mamá alguna vez les dio, pero después se niegan a cocinarle justificándose en el cansancio del día laboral. De nuevo, entonces, de seguro, estamos deseando más que derechos, más que independencia, estamos deseando soledad. Yo por mi parte, he comenzado a abrazar esta condición que el día de mañana me permitirá la gloria de ser madre, de ser MUJER plenamente. Nosotras exigimos continuamente, una lista interminable de condiciones prácticamente irrisorias, y cuando nos exigen un plato de comida, demandamos respeto! Somos demasiado para atender a nuestro hombre. Bien, entonces: a) no lo necesitamos a nuestro lado… y repito, a no llorar! A hacerse cargo de las decisiones, que después de todo las tomamos en libertad; o b) Somos solamente una consecuencia de la deformación del bien afamado feminismo, que nos aturde con su mensaje cotidiano e ilusorio, haciéndonos creer que por tener algo que los hombres desean, deben estar a nuestra merced. Yo le pregunto a cuanta mujer me lea, si nosotras no deseamos lo que los hombres nos dan. Si nosotras no deseamos la unión tanto como ellos. Si la respuesta es que si, dejémonos de joder y enorgullezcámonos de ser mujeres verdaderamente, de cuidar, de respetar, de completar, de complacer, de dar y no de tener un sueldo gordito en el cajero a fin de mes y mostrar la última cartera de Prada. Si la respuesta es que no, entonces, bien, creo que es hora de redefinir el feminismo, y no confundirlo con feminidad. La fémina completa, plena, sabe como satisfacer a un hombre. Y OJO, no hablo de someterse, sino de dar. De hacer feliz al otro, en las necesidades del otro, en tanto y en cuanto sean necesidades y no caprichos. La feminidad pasa por otro lado señoras, parte de la premisa de la diferencia, como expuse antes. Queremos, exigimos continuamente igualdad con el hombre. Queremos ser hombres. Jamás escuché a un hombre quejarse de que no lo dejaran pintarse las uñas. Ahora, las mujeres queremos tener equipos de futbol, como ellos. Es hora de dejar atrás la necesidad de tener falo y empezar a preocuparse por tenerlo introducido, como DEBE ser, y estar orgullosas de eso.
Cristina Lopez, una increíble profesora, literata y sumamente culta, digna de admiración, dijo una vez, para espanto de muchos en el aula, que estaba orgullosa de su vagina. Por supuesto, ante un grupo hormonalmente exaltado de 18 años, fue sumamente gracioso. Hoy en día, muchos y muchas de ese grupo aún no logran entender (y tampoco lo han intentado) a qué se refería. Se refería exactamente a esto. Cuidemos a nuestros hombres, que ellos aun cuidan de nosotras como si fuesemos de cristal. Hagamos renacer la feminidad en lugar de alimentar este monstruo social en que se ha convertido el feminismo despótico. O continuemos con la necia idea de la igualdad, aun cuando la naturaleza misma ha impuesto las diferencias, y aniquilemos a la raza humana.

QUISIERA

Quisiera tener poderes mágicos para hacerte feliz
Para hacer nacer sonrisas de la magnificencia de tu boca
Una notable habilidad para eliminar pesares
Quisiera

Quisiera cubrirte con mi piel de las tormentas
Protegerte de la lluvia, de las noches solitarias
Poseer en mis labios la calma de tu espíritu
Quisiera

Quisiera regalarte sueños, esperanza
Darte mis pensamientos más profundos, que te envuelvan
Para que a través de mis ojos, veas tu propia luz
Quisiera

Quisiera abrazarte en una caricia
Elevarte hacia lo divino, darte gloria
Desaparecer las angustias para siempre
Quisiera

Quisiera brindarte mi poesía, toda tuya
En una mayúscula y un punto aparte,
Embeberte de alegría, aliviarte
Quisiera

Quisiera tomarte de la mano y volar
Hacia donde no exista la corporeidad
Mostrarte que el mundo no es este que caminamos
Quisiera

Quisiera desligarte de las preocupaciones
Contarte que nada de eso importa, y que me creas
Abrirte en un pasar de manos a la aventura de la vida
Quisiera

Quisiera que nunca llorases, que nunca doliera
Transformar lágrimas en puentes, cruzarnos
Darte mi lecho para que descanses
Quisiera

Quisiera inundarte de canciones, música para el alma
Que un acorde calme toda tempestad
Sumergirte en una melodía que traiga hasta mis brazos
Y besarte, quisiera.

EL MURO

Saltar, trepar, bordear de alguna manera y esperar, aguardar para ver si en un segundo de gracia, quizá, tal vez, sea posible que sin grandes proezas, sin maratónicas destrezas, sin exhaustivos esfuerzos por demás, y simplemente porque está escrito que así debía de ser, me pueda encontrar con vos del otro lado.
Golpear cada puerta, espiar a través de cada agujero, aún cuando aparente ínfimo, soplar, soplar y soplar, hasta hacer caer cada gramo de cemento, o desgarradora y violentamente arrojarme, arremeter con todas mis fuerzas, con la furia de una leona, contra el, con la ilusoria esperanza de quebrarlo, atravesarlo, y poder encontrarme con vos del otro lado.
Indagando sobre pasadizos secretos, grietas mal remendadas, buscando el punto débil, el talón de Aquiles de semejante estructura, de aquellas con las más imponentes alzadas, algún ladrillo hueco que al tacto se desmorone, alguna hendija, algún túnel que camuflado en lo profundo del cimiento me permita el gozo de escabullirme y así poder encontrarme con vos del otro lado.
Alguna herramienta mágica, algún superpoder de mujer maravilla, algún conjuro que lo desintegre, la varita de algún hada madrina que me regale las necesarias alas para poder sobrevolarlo y mirarlo desafiante desde las alturas, algún caballo de Troya bajo el mando de mis voluntades cómplice de embaucarlo, algo, lo que sea, que me permita poder encontrarme con vos del otro lado.
Es mi deseo infinito el que inevitablemente se acota a mi ser finito, que no posee magias ni superpoderes, que conjuros rechaza por convicciones de terceros, al cual no le quedan más alas que las de la imaginación y que no cabalga aún voluntades ajenas, ni a caballo ni sin él, y que tampoco quiere aprender a hacerlo.
Por ello es que mi humanidad, imperfecta se somete frente a el, deteniéndose en el tiempo y el espacio, aún con la ilusión de que entre ambos, de a dos, con tus manos y las mías, podríamos quebrantarlo y encontrarnos en el medio.

ESENCIA HERMOSA

Tus palabras son mis marcas, me laceran las venas, me contraen los músculos y me invitan a una maravillosa comprensión de la que sólo yo me siento capaz de lograr, sólo yo. Creo que soy estúpida, no puedo ser sólo yo la receptora de tales mensajes, la única en el mundo hábil para entenderte, no puedo, soy sólo humana, y no soy especial, soy sólo yo. Aún, tus palabras me sostienen, me dan vida, me invaden y me elevan. Tus deseos se transforman en voluntades a cumplir religiosamente, en órdenes que de ser desobedecidas causarían la fatalidad más dolorosa, debo cumplirlos, quiero satisfacerlos, aún cuando esto carece de relevancia para vos. Tus pensamientos, aquellos que no llegan a verbalizarse, esos son los que me envuelven y me someten. Algunos los deduzco, otros quedan en el vacío de la incógnita, en la nada, y son esos los que quiero conquistar. Quizá, quizá serían el secreto, el arma, la herramienta para llegar a tu vida, a tu mundo, por el que alguna vez pasé, sin cruzarme, sin atravesarte, sólo pasé, te sonreí, te pedí que no desaparecieras de mi vista, y me fui sintiéndome más tonta, más niña, más falible que antes. La noche que te conocí, brillaba dijiste. Brillante como una estrella, creí. Ahora sé que ves muchas de esas, que amas mirar distintas luminosidades y que aún buscas la luz más enceguecedora. Quizá, como a mí, te duele ver. Pero te encanta que duela, necesitás que duela, porque es de la única manera en la que sabés ver. Y sabés que ver, te hace diferente, te hace especial. En un mundo de ciegos. En ese mundo, cuando dos que ven, que pueden ver se encuentran, se miran y sonríen, comprenden. Y se hallan, se elevan y se quieren. Se protegen entre sí de esos tontos ciegos, que sin malicia hieren al intentar abrirse paso en su caminar, cual invalido que bastonea a su alrededor para no tropezarse, y en un accionar de su instinto de supervivencia, le clavan el bastón al que indiscretamente paseaba por al lado, y quizá, hasta pretendía ofrecerles una mano para ayudarlos a llegar a destino.
Entonces, quizá si sea yo quien pueda comprender tus palabras. Pero quizá ese no sea el punto y no lo haya sido nunca. Quizá eso no sea verdaderamente amor, sino amistad, hermandad, comprensión y sólo eso. Quizá, el destino, si existe tal cosa, esté determinado para que aquellos que ven y comprenden. Que el camino a seguir, el sentido de su existencia esté marcado, para que poco a poco conviertan a ciegos en videntes, y se truncaría su finalidad si sólo se dedicaran a mirar y admirar a otro igual. Algo así como una vocación de docente que intenta enseñar a otro docente a enseñar, un sinsentido, una pérdida de tiempo.
Ay, pero que grato es encontrarse con quien comprende, y regalarse una estrella brillante. Que grato es saberte parte de este mundo. Que grato es poder evocar tus palabras en momentos de incomprensión y fundar sobre ellas esperanza. Que grato es haber comprendido, después de tanto andar en vano, que busco una estrella brillante también, que los opuestos no se atraen porque la naturaleza es cínica, sino sabia, que oscuridad con oscuridad sólo crea más oscuridad y que luminosidad con luminosidad es intolerable para quien puede ver, enceguece. Que el equilibrio es el secreto de nuestra búsqueda y que la búsqueda quizá, sólo quizá, requiera casi toda una vida.
Que grato es saberte parte de este mundo, y amarte, sólo porque creo poder comprenderte, más allá de lo que brindes. Amarte porque en mi tengo oscuridad y luminosidad, amarte porque en vos, también existen ambas. Amarte sin que me regales estrellas. Amarte sin que seas una idea, un concepto, amarte porque en la idea de lo que sos, está la esencia. Y no hay amor más noble, más real y más intrínseco, que amar la esencia de lo que se ama. Conocerla, comprenderla, y amarla. Que grato es amarte, esencia hermosa.

¿SEREMOS?

¿Será esta la primera vez que entreguen sus bocas a la pasión que los arrebata? O quizá… quizá, tal vez, sea esta la última vez que se puedan mirar a los ojos, con añoranza de tiempos mejores que supieran compartir cuando toleraban su mutua presencia, y hasta en algunas ocasiones, creían disfrutarla.
¿Le estará contando sus aventuras juveniles con fervor y gran encanto, imitando cuerpos de historias pasadas? O simplemente estará explicándole que su madre la quiere, que no quiso decir lo que dijo, que en el fondo, a su manera, mamá… “Mamá te adora gorda. Aunque odie todo de vos, a vos te adora”, con ademanes contundentes, a modo de convencer de lo inverosímil.
¿Será ese ardor en la mirada una profunda paz que lo sumerge en un mundo aterciopelado de fantasías y posibilidades? O la completa certeza de que no habrá castigo suficiente en esta tierra que pueda expiarle sus traiciones, y ella tan pura, ella tan ignorante, tan a su merced.
¿Existirá entre ellos esa agónica energía que todo lo arrastra, hasta perderse en ambos las esencias más profundas de aquello que fueron antes de encontrarse, para fundirse en una sola miel, una sola caricia, una sola, uno solo, solo eso? O quizá no, quizá solamente sea la desesperada soledad que de tanto en tanto se repara del frío en brazos de algún amante volátil y perezoso de coraje.
¿Serán? ¿Seremos?

DULCE HOGAR

Después de una ardua pero entusiasta y colmada de ilusiones búsqueda, finalmente la encontramos. Había imaginado en mi juventud, algo exactamente así, y sé que vos también, no hace falta que lo digas, lo sé. Fue verla y enamorarnos de ella, enamorarnos nuevamente, de nuestros anhelos compartidos, del fruto de nuestros sacrificios, de la posibilidad de poder, aún cuando algo se piensa más inalcanzable que las mismísimas estrellas en el cielo. Era ella, él. Era nosotros. No podía ser más perfecta, aún si hubiese sido construida teniendo en cuenta nuestros más profundos y acallados deseos. Quizá lo fue, quizá no sea fruto de la búsqueda obstinada de los dos, quizá si, era para nosotros, desde el primer ladrillo, desde su más íntimo cimiento. Quizá era nuestra desde antes de existir y nosotros, vos, yo, juntos, éramos de ella. Los chicos. Ahí, quizá los chicos también eran de ella, tanto como nuestros.
La belleza emanada desde lo más ínfimo de la textura de la puerta de entrada, áspera y cálida al roce de quien golpeara invitándose a la armonía que primaría de seguro en nuestro hogar. El porche, ese que ya no se construye, pero que buscaste hasta el cansancio sólo para satisfacer mi deseo de mates compartidos con la luna de testigo, en alguna noche de verano, ahora que el barrio nos permite hasta los juegos callejeros de los niños, igual que en nuestra infancia. El perfume impregnado en los rincones, producto de esa chimenea que sé que no vas a dejar de arder, y que agradezco que así sea, sabés cuánto amo el aroma de la madera quemando mientras leemos paradójicas historias que sólo terminan aseverando lo afortunados que somos de habernos encontrado, de entre tantos, de entre tantos otros. El verde que embebe el jardín, al punto de la angustia de sentirse completamente libres con sólo caminar descalzos en el rocío del pasto por la mañana, el mismo verde que amortiguará las caídas de nuestra princesa, que atolondrada en su niñez, todavía corre sin medir sus pasos, pero busca alcanzar aquello que aún no comprende, en pos de satisfacer sus ansías de vivirlo todo, experimentarlo todo, amarlo todo, con toda esa pasión que no logra limitar a su pequeño cuerpecito. Todo esplendor que escapa a la perfección, pero nos acerca tanto a sentir el paraíso dentro del mismo lugar, dentro de esas paredes donde construiremos sueños, mayores aún que los alcanzados, el sueño de envejecer el uno al lado del otro, de enseñarnos día a día a amarnos más y no menos, de acompañarnos en cada rincón de esa casa, humilde y discreta, pero tan perfecta para nosotros, tanto que sólo tus ojos y los míos, y ningunos otros, son capaces de apreciarlo, de sentirlo. Sólo vos y yo.
Entramos, por primera vez, y como no podía ser de otra manera, sostenes mi mano, con firmeza y dulzura, cómplice de los latidos que resuenan en mi pecho, palomos mensajeros de que podremos comenzar una nueva vida juntos y que todos los pesares de seguro seguirán ahí, pero tendremos ahora un refugio digno para la paz que sentimos cuando estamos juntos. Miras a tu alrededor, sé que pensas en todo lo que vas a comenzar a arreglar antes de mudarnos, pero nada puede borrar la sonrisa de tu expresión.
“Vida, estamos en casa”, y me dedicas la más tierna de tus miradas, que encuentra nada menos que el profundo amor que te transmite la mía, se sostiene por segundos que frenan el tiempo, eternamente nos hallamos el uno en el otro, y tus labios dibujan la sonrisa más auténtica que vi en mi corta vida, una sonrisa un tanto aniñada, pícara, que sólo puede adscribirse a la sensación de tocar el cielo con las manos y saberse completo.
Verte parado ahí, sosteniendo mi mano, me vuelve a llevar a mis primeras sensaciones, a mis primitivos deseos de ser tuya, completamente, en cuerpo, alma y espíritu. De seguro es el porte de toda tu hombría lo que comienza a desatar, casi como todos los días, la admiración de quien observa una obra de arte. Mantengo esa sensación, tan adrenalítica aún como en los primeros tiempos, buscando en tus facciones el mínimo rastro de imperfección, para convencerme a mi misma de que no sueño, de que no sos un ángel, pero ni el paso del tiempo pudo arrebatarte la vivacidad en el brillo de tus ojos, ni la calidez de tus besos, ni siquiera pudo arrancarte de tus ilusiones, que leo en tu expresión, ya tan cotidiano como respirar. Y todavía no logro despegar mi visión de tan sublime ser, no logro quitarte los ojos de encima, no logro desprender mi piel de tu suave caricia. Y así continúo, observando la personificación exacta de lo imposible hecho realidad, para quien mis manos nunca tendrán límites de caricias, para quien nunca el cansancio superará al deseo, para quien tendré siempre un poco más de mi que reinventar, un poco más de mi para regalar. Observo tus hombros, delineados en un perfecto complemento de suavidad y formato, creados para mi más elevada admiración, tu cuello, transporte de miel de mis labios hacia la gloria de tu boca, la más perfecta creación de los cielos, que el ni ángeles ni demonios podrían nunca resistir a su sabor.
El tiempo se detiene en esa visión de ensueño con la que te observo, ni los autos que pasan por la calle, ni la puerta aún entreabierta de nuestro nido, logran arrancarme del estupor que provoca en mi el poner todo mi ser a tu disposición. Aún perpleja, conoces esa mirada. Sabes que podría entregarme a mis pasiones en ese mismo instante, sin siquiera importar la posibilidad de que los nuevos vecinos atestigüen cuanta pasión puede existir entre dos seres humanos.
Sin poder resistir un minuto más a semejante invitación implícita, vos también lo ves en mi, se que podes sentir las yemas de mis dedos recorriéndote por completo, tocándote dentro, atravesándote la piel hasta el más recóndito escondite de tu psique, perdiendo la noción de espacio en mis caricias, saboreándote las esencias que brotan en trance desde el punto álgido de tu masculinidad, premiándome con la semilla que sólo reservaste para mi, para quien la supiera proteger.
Lejos de quebrar el velo que nos separa del resto del universo, en un suspiro, en un segundo, nos encontramos. Nos encontramos ahí, sumergidos en la hipnosis de un deseo que sólo merece satisfacerse, que sólo busca hallar entre nuestros besos la mayor de la virtudes que puede elevar a un ser a la plenitud, un deseo que parece no acabarse, no tener fin una vez alcanzado su premio, que no cesa, que no sabe cesar, no entre nosotros. Sólo puedo abandonarme, una vez más, a la curiosidad de tu lengua en mi boca, que se funde en la codicia de mantenerla para siempre en un eterno y apremiante beso, mientras imagino como recorre cada centímetro de mi cuerpo, de mi esencia de mujer, que me estremece en cada pliegue que transita, ávida de encontrar en un gemido la afirmación de que sigo siendo suya, por completo.Sin quitarme la vista de la profundidad del valle entre mis senos, observando cada detalle que despierta tus instintos más animales, cerras la puerta y me tomas de la mano, invitándome a subir hacia el destino mas esperado de cada uno de nuestros encuentros en soledad. Soledad que nos invade ahora en nuestro hogar, nido que debemos, no podemos no!, celebrar con la mas grande expresión de nuestros sentidos. Así, embriagada de la necesidad de sentirme por completo parte tuya, y de sentirte por completo parte mía, de entrelazarnos en uno, te sigo, amor, te sigo. La escalera se torna interminable, pero en cada mirada, comprendemos la voracidad que nos arrebata, nos despoja de todo lo moral que encierra a nuestros deseos, nos desnuda de prohibiciones, nos alienta a acotar el camino que nos separa del lecho que espera en la alfombra cuidadosamente elegida para nuestros lujuriosos inviernos, y te detengo entre el quinto y el sexto escalón para saciar aún una milésima del deseo que no me permite continuar esperando el sabor del ardor entre tu ombligo y tu pubis. Lentamente y con el alma mirándote a través de mis ojos, desaprisiono tu hombría oculta, lo convexo entre mis manos, con el único fin de menguar mi apetito, mi sed. Despacio, rodeando con mi aliento tu pelvis, marcando el camino andado con mis labios, jugueteando con la punta de mi lengua en los rincones más apetitosos de tus curvaturas masculinas, declarando mi espacio en tu entrepierna con la delicadeza de una pluma, con la violencia que se apodera de tus sentidos cuando percibís mis uñas rasguñándote suavemente los bordes del abismo de mi perdición. Noto tu piel erizada amor, te abandonas ahora vos ante mis labios húmedos que de a poco comienzan a besarte todo lo que te hace hombre. Mientras mis manos desorientan tus ideas entre firmes caricias en tus muslos y los delicados movimientos de mis pequeñas pero dulces yemas, te sumergís en la plenitud del placer de mi lengua recorriendo la base de tu miembro. Jugando a ser una nena inocente que poco entiende de lo que hace, pero tanto lo disfruta, te desnudo por completo y comienzo a saborear de lleno la textura de la piel que envuelve tu descendencia, primero despacio, de a sorbos casi, te los voy besando con desdén, como quien apasionado se brinda en un primer beso, voy recorriéndolos en círculos, serpenteando entre ellos, mientras escucho que tu respiración se torna más agitada a cada momento, vas perdiendo el control.

TERAPIA

Terapia o mucho más, con decir mucho menos, es esto que hallo en un sinfín de adjetivos que atraviesan mi pensar, amontonándose sin lograr el mal aventurado cometido, que borre tu imagen en un pausar eterno de mi mente.
Si escribirte sin ser leída calma mis temblorosos latidos, de seguro besar el néctar de tus labios me invitaría a la más inmensa demencia, incontrolablemente deseada por la psique que me aqueja desde que no tengo tus manos sobre mi piel. Anhelada locura, desdichada calma. Calma, desdichada, ten calma.
Millar de páginas desnudas de versos frente a mí, expectantes de mis pasiones, mis desenfrenos, mis profundas esperanzas de encontrarte nuevamente, de tenerte sin segundos, sin tiempos, maldito el tiempo. Maldigo, ese maldito tiempo, que sin avisos me dejó flotando, creyendo, anhelando, un segundo más, Dios, tan sólo uno.
Pido sólo aquello, que estas mis confidentes más intimas intercedan ante el universo, que conspira según quien más sabio que ésta que escribe un sinsentido, a la espera de un milagro, de magia, de brujería, de Dios mediante, de algo más que el vertiginoso dejo de un mero deseo. Sólo eso, un deseo. Te deseo.
Blanca terapia, blanca agonía, que permite desagotar este vacío, esta carencia de tu roce que me agobia, que me asedia hasta elevar el último pensamiento de mi mente hacia tus labios de nuevo, la imagen de tu boca. Por dios, esa boca.
Me descubren una vez más, desnuda, quizá hasta más que su dejo de blancura, sin otra ropa que sostenga mi tacto más que la de tu piel que sigue tocándome como si estuvieras aquí, escribiendo sobre este papel conmigo. Me descubren digo, pues yo no me descubro, miedos me acongojan hasta de mis propias palabras, no me resulta posible abandonarme a este sentir tan apremiante, temo de mi propio corazón, mis latidos mienten, esto no es amor. No, no es amor, no puede serlo, es sólo mi pensamiento desparramándose inconteniblemente de tintas y acentos, con el imperturbable fin de acallar el zumbido que retumba en mis oídos, susurrando tu nombre, repitiendo tus palabras, percibiendo por última vez, mis latidos. Mis últimos latidos. No es amor, no puede ser amor.
Es sólo mi terapia. Sólo eso, si. Sólo eso.

domingo, 18 de enero de 2009

DE TRUCOS

Fue magia. Si, magia, de la más sorprendente. De la que nos deja boquiabiertos en un truco, en un pasar de manos. La mano más veloz que la vista. Un truco, sólo eso, sí. Mágico. Letal para quien aún creía en ella, aún creía en paradójicas sincronizaciones que solamente pueden engañar al ojo humano, con un rápido movimiento estudiado. ¿Qué es la magia, sino la habilidad de hacernos creer que lo que no está pasando, en realidad puede pasar? De magos, trágicamente conozco bastante. Quizá aún ahora, después de conocer muchos trucos, todavía pueda caer en alguno. Letal. Todavía estoy de pie, todavía no me derribó, no logró hacerme desaparecer. Pero, ¿Y el próximo? Si la paloma que sale del sombrero ya no causa el efecto deseado en esta espectadora, ¡Dios! ¿Qué lo habrá de causar? La sierra, ¿La muerte misma? El deseo de ver trucos, el anhelo por descubrir el velo de lo inaprensible, el maldito impulso de saciar sedes de develar los misterios, de seguro será mi tumba. De seguro seré yo, quien ilusa, le regale la sierra a mi ejecutor. ¡Cómo entender que no debo! ¿Cómo anteponer la razón al corazón, cómo desear mirar hacia otro lado? Cómo, en su defecto, desear y apagar esa llama, esa ridiculez que me arrastra al fracaso. ¿Cómo? Si me gusta tanto la magia… ¿Cómo? Si aún espero como una niña, que me deslumbren con artilugios banales, aún cuando debo, y puedo, ser yo la que tome la varita entre sus manos y hacerlos desaparecer de entre mis sueños. Magia. Magia estúpida, irreal, engañosa. Magia que detesto, que con todo, desearía erradicar de la faz de este mundo y crear fantasías reales. Posibles. Estupida magia, el deseo, el aprendizaje. ¿Cuántos más habrá?. Debo abandonarme al conocimiento de sus venenos, debo. Debo echar raíces en lo más profundo de mi ser, raíces de desconfianza, raíces de recelo, raíces de ira, de agonía, de antimagia. Debo convertirme en ilusionista, para no caer en trucos ajenos. Debo, pero no está en mi naturaleza, aún cuando todo me indica ese camino, cuando cada señal, cada ínfima partícula de este mundo me guíe hacia eso. No lo deseo. No lo deseo. Acabaré por desterrar inescrupulosamente algún ser que aun crea en magias. ¿Y quien soy yo para quitar ilusiones? Si aun logro vivir de ellas. ¿Quién? No me las arranquen. Sé como es el truco, sólo quiero volver a creer que puede ser magia. No puedo dejar de creer. Y lejos de ser simplemente una necedad absoluta, es simplemente el saberme incapaz de trucar un corazón. Y la esperanza de no ser la única, que no se saca la galera para armar un escenario de palabras.