sábado, 28 de mayo de 2011

Diálogos crépusculares


Martín: Odio a Sabina.
Soledad: Vos te lo perdés, es un genio. 
Martín: Puede ser, pero no me gusta la música que hace. ¿Cómo estás?
Soledad: Acá. Bien, suponte. ¿Vos?
Martín: Bien, suponte.
Soledad: Jaque mate. Entre los dos podríamos jugar una ruleta rusa, y perderla. Siendo perder, que no se dispare el arma, claro.
Martín: Si, es probable.
Soledad: ¿No tendrás ganas de liberar un poco de tensión de casualidad, no?
Martín: ¿Perdón?
Soledad: Creo que acabo de entender por qué me gusta tanto el sexo. Libera, y yo estoy atada. Soy melancólica por naturaleza, y mi naturaleza tiende a necesitar liberación de sí misma, de esa melancolía. Quizá sea por eso que disfruto tanto del sexo. Igualmente, no me lleves el apunte, sólo estoy pensando en voz alta. No viene al caso.
Martín: Si, viene al caso. Me estás proponiendo tener sexo. No estoy acostumbrado a que me aborden de esa manera, pero me gusta tu pregunta. Aún así, creo que esa pregunta debe hacerse al menos a las dos horas de habernos conocido personalmente.
Soledad: Puede ser, sí. Socialmente está mejor aceptado. Yo no le veo mucha diferencia, si de todas maneras fuésemos a terminar en la cama, ¿Qué importa el momento en el que se dice? Igualmente no pensaba en someterte, ni en decirte “Hola, ¿Ése es el dormitorio?”. Soy liberal pero no tanto. Hablar y pensar, no cuestan dinero, sólo expongo lo que pienso. De ahí a que lo haga hay un abismo.
Martín: Tampoco me hubiera molestado que lo hicieras, no me preocupa en absoluto.
Soledad: No era una propuesta de sexo Martín. Sólo una propuesta que asocié con el sexo, por razones obvias. Sabés que no tengo filtro y digo lo primero que se me viene a la mente. Eso no implica que vaya a suceder. Quepa aclarar, me refería a tomar una copa, reírnos un rato, quejarnos del mundo un rato, criticar a la gente que pasa, otro rato. Si querés, en un acto completamente impulsivo, me doy una ducha y nos vemos. Necesito salir, respirar, conversar con alguien que comprenda, y vos sos el candidato ideal para tener una de esas fructíferas charlas que tanto me hacen falta. Creo que si vuelvo a escuchar a alguien hablando del precio de la carne, o del mundial, me voy a pegar un tiro.
Martín: Como querer, quiero. Lo que no sé es si quiero ahora, hoy. Es como que me agarraste demasiado encerrado y dispuesto a seguir así. Pero me dejas con una duda existencial: sé que debería decirte que sí, pero te diría de vernos mañana y eso tal vez sea un error. Sinceramente no sé.
Soledad: Me causa gracia que seas más dramático que yo. Es temprano, no hay ningún apuro y es sólo una propuesta, de sopetón, podés no querer, no tener ganas. ¿Querés pensarlo un rato?
Martín: Soy el gato floro, no lo olvides.
Soledad: No lo olvido, me causa gracia que seamos tan parecidos.
Martín: No somos parecidos en esto, vos arrancas y yo doy reversa o clavo el freno de mano.
Soledad: No, somos parecidos en el hecho de que cuando a mi me hacen un planteo así como el que te acabo de hacer, reacciono igual que vos. Nunca sé para dónde correr. Me agarran desprevenida, es un mal que tendríamos que evitar, la espontaneidad no es el cuco. Pero te entiendo, a mí me pasa lo mismo.
Martín: Empecé a tener palpitaciones, te juro. Sé que vos entendés.
Soledad: Tampoco es para tanto. Si tenés ganas, si no, no. No voy a ningún lado y, salvo que alguno de los dos se muera mañana, tenemos todo el tiempo del mundo.
Martín: Espero que no.
Soledad: Casi seguro que no, no te preocupes. Fue sólo una idea, si tenés ganas pasamos un lindo momento y si no, no hay problema. Incluso, te hago una promesa: no nos ponemos un dedo encima. Así te quedás tranquilo de que no tengo intenciones de nada. A veces es la duda de no saber si va a pasar algo o no lo que nos pone nerviosos, buen, te la saco: no va a pasar nada. Sólo tengo ganas de salir a respirar un poco y charlar. Créeme, soy una mujer de palabra.
Martín: Sole, me tratás como si estuviese aterrorizado.
Soledad: Y, sonaste aterrorizado, “tengo palpitaciones”.
Martín: Sí, pero no de miedo.
Soledad: ¿Emoción? No me hagas reír.
Martín: No sé. Es decir, no te conocí ayer en un boliche, creo que arrastramos una trayectoria virtual que me supera. Tanto dicho.
Soledad: ¿Tendremos el record de "las dos personas que mas chatearon sin verse viviendo a menos de 5km de distancia" del mundo?
Martín: Yo creo que sí. Dos años es mucho tiempo. Nos conocemos mucho, y no nos conocemos. ¡Como para no tener palpitaciones!
Soledad: ¿Lo estás pensando o me pongo el pijama?
Martín: Lo estoy pensando. Te juro que lo estoy pensando. 
Soledad: Estaba segura que lo estabas pensando, no hace falta que jures. Pensalo tranquilo, yo mientras me tomo unos mates. Eso sí: sin presiones. No hagas nada que no quieras, no es necesario, sólo si verdaderamente te gusta la idea. Si no, no.

Hora y media después.

Martín: Sole, perdoname. Estoy absolutamente bloqueado. Hoy no es el día. No te enojes. Podemos programar algo en la semana y todo bien. Pero hoy estoy particularmente bloqueado. No sé qué más decirte, es la verdad.
Soledad: ¿Cómo me voy a enojar? De verdad, quedate tranquilo. Una invitación no es una obligación, es una invitación y es solo si tenés ganas, y sos un ser humano, como ya te dije, podés no tener ganas. En serio, no te preocupes.
Martín: Gracias. No quería que te enojaras, ni que pensaras que no te quiero ver. Es el día, sólo eso.
Soledad: ¡Cómo te han culpabilizado tus mujeres!
Martín: Sos terrible. ¿Me leés la mente ahora? 
Soledad: No. Es simplemente que cuando digo que te entiendo, es porque verdaderamente lo hago. No soy de las personas que dicen “te entiendo” sólo para crear una ilusión de empatía.
Martín: Sí, lo sé. Pero, sabés exactamente lo que me pasa sin que yo te lo diga. ¿Cómo sabés?
Soledad: En realidad no es difícil de interpretar tu justificación. Yo alguna vez me he justificado así también, tan vehementemente remarcando el “no te enojes, por favor, disculpá”, porque siempre me han hecho sentir que hacer lo que tenía ganas de hacer, y no hacer lo que no tenía ganas era “malo”, “egoísta”. Es por eso que tantas veces me obligué a vivir situaciones que no quería vivir. Y es una gran patraña. Somos seres humanos, libres y si tenemos ganas o no, es nuestro derecho, tenerlas o no tenerlas, hacer o dejar de hacer. Podemos tener ganas de encerrarnos también, yo muchas veces las tengo. Y sé que por lo general, la mayoría de la gente no entiende esa necesidad de soledad y “déjenme solo”, y lo toma como una ofensa. O apatía. O mala onda. O cualquier cosa menos como lo que es: una elección personal, respetable y entendible. Y por eso nos cargan de culpas, porque nos hacen saber lo mal que hacemos en no tener ganas y no hacerlo igual, sin ganas, entonces cuando tenemos que decir que “no” a cualquier cosa, nos vemos en la necesidad de hiperjustificarnos e implorar perdón por nuestra falta de ética: ¿Cómo no vamos a querer adaptarnos a los deseos del resto? Somos unos criminales, dignos de ser azotados. Por eso leí culpa en tu justificación, como si sintieras que me hacías un daño a pesar de que te repetí incansablemente que era sólo si tenías ganas. Yo no soy como el resto de las mujeres Martín, que dicen una cosa pensando o deseando otra. Yo digo lo que pienso, sin vueltas y sin posibles lecturas entre líneas. Soy honesta, brutalmente a veces, pero honesta.
Martín: A veces pienso, que como algunas personas tienen a la biblia, vos tenés a la filosofía del Marqués de Sade. Tenés sus mismos mecanismos de manipulación. Su influencia es notable en tus palabras, te digo porque lo leí. Se nota que lo has leído y releído. Sus métodos de liberación de culpas. Muy convincente.
Soledad: Me hacés reír. Al Marqués sí, lo he leído, sólo una vez cada obra. Y aún no todas, aparentemente “Las ciento veinte jornadas de Sodoma y Gomorra” está agotadísimo. Pero lo de la liberación de las culpas es más influencia de Freud que de cualquier otro. Con el Marqués, de hecho, me atrevo a decir que el camino es a la inversa: me gusta porque encaja a la perfección con conceptos a los que yo adhería desde antes de leerlo. Y porque me provoca palpitaciones. Pero no soy manipuladora, y menos una tan desgraciada como los personajes de Sade. Al contrario, si te digo esto es porque valoro en demasía la libertad de cada uno, jamás me perdonaría influir sobre alguien para conseguir algo de provecho personal. Incluso, muchas veces pierdo cosas que no quisiera perder en pos de mantener ese valor bien alto. Maldita libertad, me importa más que mis propios intereses.
Martín: Me acunan tus palabras Sole.
Soledad: No sé cómo tomar eso. ¿Te duermo?
Martín: No, todo lo contrario. Tus palabras son como masajes en mi mente, y mi mente está necesitada de masajes. Me alegra haberte conocido, tenés una mente especial. A veces me molestan ciertas cosas que publicás en las redes sociales virtuales, pero creo que son para adecuarte, adaptarte de alguna manera a la plebe que te circunda.
Soledad: No es tan sencillo. A veces necesito sentirme parte del mundo, me volvería loca si no lo hiciera. Además, soy mujer, y una bastante sensible. Es duro sentirse sola cuando se es sensible, cuando dentro de la coraza hay algo de lo más frágil.
Martín: Si, y me lo decís a mí. El silencio me está aturdiendo. Creo que ya tuvimos esa conversación acerca de los amigos, casados, con hijos.
Soledad: Sí, me la acuerdo, hoy quizá más que nunca. Se casa mi ex la semana que viene. Me acuerdo de cosas vividas y me genera cierto escalofrío. Pensar en que pude haber sido yo, pensar en que pensábamos y hablábamos dando por sentado de que nos íbamos a casar, y ver que es inminente como se casa él, con otra, y yo mientras enhebro teorías acerca de qué será lo que es tan terrible en mí como para que él, que se portó como un perro conmigo sea tan feliz y yo me sienta tan sola. Creo que quizá sea el precio que hay que pagar por ver algunas cosas, sea la soledad. Aunque creo, honestamente, que no lo vale. Preferiría ser estúpida, o ignorante, o ciega.
Martín: No se si lo vale, coincido con lo que decís. Lo que veo, son matrimonios marchitos con hijos. Mujeres que se dejan estar, hombres que se entregan al control remoto y al consumismo. Y despues a vivir las vidas de sus hijos, y así hasta la muerte. Y yo me niego a eso, pero también quiero tener el derecho de negarme a la infelicidad.
Soledad: Si supieras cuánto te entiendo. Eso es lo que hace que me alegre de mi estado actual. Que vida de mierda, falta de sentido. Yo tampoco quiero eso, es más, creo que si lo hicieran consciente, nadie lo querría, nadie en sus cabales. Pero no se detienen dos segundos a pensarlo. Aún, creo que también quiero esa figurita de felicidad comprada que nos han vendido en algún lado. La familia tipo, el perro y la chimenea. Sólo que no así, ciegamente, no una vida chata y vacía que cumple horarios y sale de vacaciones quince días al año. Y no creo que la felicidad pase por ahí, ni por la figurita, sino por lo que hay debajo, eso que no se muestra en los finales felices de las películas pochocleras. Pero la imagen del anhelo es la de la figurita.
Martín: ¿Pero por qué la felicidad tiene que estar encadenada a una imagen familiar? ¿Por escupir bebés, llenarse de grasa y dar paseos interminables de shopping los domingos?
Soledad: El anhelo de la familia es un inevitable, es la imagen del amor, y no conozco a nadie que no desee amor en su vida. Pero se puede tener una familia distinta, eso queda en la elección de cada uno, de los que compongan esa relación, esa familia. Si terminás casado con una histérica, frígida, tiroidea, y “no-te-plancho-la-camisa-por-que-soy-feminista” escupebebés, que te sedujo porque tenía un culo infartante y se reía de tus chistes mientras se tocaba el pelo nerviosamente y no te molestaste en averiguar acerca de sus valores, principios, ideas, y demás, jodete. Vos elegís. Cada uno elige. Además, no hay muchas alternativas, es eso, o la soledad, o pensar que quizá exista algo diferente, y que podemos elegir algo diferente. Depende de nosotros, de nadie más. Y si no existe, de última, seremos promiscuos toda la vida, creo que me resulta más atractivo eso que estar casada pariendo hijos de un gordo comilón que no se quiere levantar del sillón. ¿O estoy justificando una vida espantosa?
Martín: No, estas justificando la vida que anhelan y lamentan en silencio esos matrimonios saturados.
Soledad: No creo que se den cuenta, no saben lo que quieren. De ahí devienen las crisis de los cuarenta, de los cincuenta, y demás. Todo amerita una crisis.
Martín: Exácto. Porque a la larga, tarde o temprano, el ser humano comienza a sentir su instinto animal, y no les queda otra que reprimirlo, y al reprimirlo, entran en crisis.
Soledad: No hay manera de ganar en esto, eh. ¡Qué hablo de crisis, si yo vivo en crisis!, y no porque reprima, sino todo lo contrario. El no reprimir es lo que me lleva a este estado. Quisiera aprender a cerrar la boca, a sublimar, a negar, a reprimir. Creo que tengo en cortocircuito todos mis mecanismos de defensa.
Martin: Siempre hay una manera. En poco tiempo vas a estar sobre el océano, yendo a donde muchos anhelan. Disfrutando de lo que disfrutaron los grandes. Creo que a la vuelta, vas a traer esa "manera" bajo el brazo.
Soledad: Tengo el presentimiento de que después de eso, voy a hacer grandes cambios en mi vida. Aún así, no creo que viajar y conocer lugares nos den la respuesta a esto. Es más, creo que los que viajan, son los que buscan, pero ninguno sabe qué, ni dónde está, ni siquiera si existe. Sólo, viajar es una gran búsqueda.
Martín: Es posible, pero no todos van a mirar esos lugares con los mismo ojos con los que los vas a mirar vos.
Soledad: Puede ser, no lo sé. Aún así, no dejan de ser lugares, cosas.
Martín: Sí, lugares que han visto muchas situaciones. Vos podés ver a través de cada lugar. No todos pueden hacer eso. Esa es tu respuesta, esa es tu manera, tu solución.
Soledad: Tengo miedo.
Martín: ¿De?
Soledad: De que eso me aleje más aún del resto de la gente. De quedarme más sola, más incomprendida. De volverme loca, de que nadie me quiera. Todo eso me causa terror, pánico, desesperación, angustia. Y lo peor es que tengo miedo de ser la que causa esa lejanía. Creo que soy yo la que se está alejando. Creo que todavía creo en la gente, y debo ser yo la causante, porque no es un delirio de superioridad, no me siento mejor ni peor que nadie, sólo… sólo no siento empatía, por nadie ni de nadie, salvo con vos y con dos o tres personas más. Hay una muralla china en el medio. No los entiendo y sé que no me entienden. A decir verdad, me suena hasta medio estúpido el planteo adolescente de “nadie me comprende”, exagerado, victimizado. Quizá me esté equivocando yo, viendo algo torcido, fuera de foco.
Martín: Yo lo dudo, no creo que eso te aleje, sino al revés. A mí me pasa igual que a vos. Y aunque parezca angustiante, debería alegrarte ser así. Sos alguien que brilla. Son ellos los que no pueden verte.
Soledad: Martín, ¿De qué sirve el brillo de algo que nadie puede ver? Es lo mismo que esté o no esté. O peor: lo ven, pero no les importa. Dicen: “Uy, mirá qué bárbaro esto cómo brilla”, y se dan vuelta y siguen su camino.
Martín: No pueden solventarlo Sole, le tienen terror. Les da miedo salir del fango cálido de sus pequeñas viditas, porque implica un riesgo que les genera incomodidad, esfuerzo. Y no están dispuestos a eso, y menos sabiendo que la superficialidad está dispuesta a abrazarlos. La vida liviana es más fácil. Eso no quiere decir que sea mejor, o más linda. Pero es más fácil. Hace poco escribí algo al respecto, te lo paso. Es una catarsis acerca de esto que justamente estamos charlando. Leélo, no ahora, pero leélo.
Soledad: Antes de ir a dormir lo leo.
Martín: Dale, cuando quieras.
Soledad: ¿Sabés qué? Te voy a hacer una confesión. Me inspirás.
Martín: Bueno, qué honor.
Soledad: En serio. Muchos de tus trabajos, de nuestras charlas, de cosas que me decís, mueven eso adentro mío que crea. Generás, algo así como un efecto rebote, por llamarle de algún modo. Ponés cosas en movimiento, es completamente destacable, me nutre mucho. Si supieras cuánto vale para mí eso, como escritora, como artista, como mujer, como persona.
Martín: Bueno, me alegra servirte de esa manera. A lo mejor en este momento hubiésemos estado revolcados como dos perros en celo y nos habríamos perdido de esta conversación.
Soledad: No creo, la habríamos tenido personalmente. Quizá intercalando con el celo, pero la hubiéramos tenido.
Martín: No me cabe duda de que sí.
Soledad: ¿Sos de los que se sonrojan cuando les dicen algo lindo?
Martín: Depende. ¡Pero de noche no se nota! Tengo mi timidez, pero cuando entro en confianza soy un tren desbocado.
Soledad: ¡Qué lástima! Estoy en la búsqueda del ser humano que no se sonroje cuando le hacen un cumplido y lo merece. Pensé que quizá sería vos la excepción a la regla. Yo soy una soberbia o la gente no sabe lo que vale.
Martín: En realidad, no sonrojarse también es un poco soberbio y poco humilde. Yo creo en la humildad ante todo. A pesar de que a veces soy un ególatra insufrible. Creo que la humildad es eso que te engrandece más.
Soledad: Creo que la humildad se deja ver en otras cosas, y no en no-valorarse a sí mismo. Creo que se la evidencia en la capacidad de reconocer un error, o en la de perdonar uno ajeno, por la mera comprensión de que somos todos falibles. Creo que eso es una muestra de humildad, la falta de orgullo es una muestra de humildad. La autovaloración, o el autoconocimiento, y la consecuente aceptación de un elogio merecido y fundamentado, no es soberbia, es sentido común. Sonrojarte cuando alguien te dice “qué bien que escribís”, cuando sabés que escribís bien, no me parece una muestra de humildad, sino de falsa modestia –lo que derivaría en hipocresía, y ya sabés lo que pienso de la hipocresía-, o en el peor de los casos evidencia de la falta de autoestima, no sentirse merecedores del elogio.
Martín: Si, es probable, pero tampoco podes alzar el mentón y mostrar una mirada orgullosa. Hay que buscar un punto intermedio.
Soledad: Sí, la honra. Depende de dónde venga el elogio y qué tan adecuado a la realidad esté, pero creo que una mirada orgullosa tampoco, eso sí sería egolatría. En cambio la honra, es saber aceptar el cumplido, reconocerlo, valorarlo y estar a gusto con eso, siempre que, de nuevo, sea adecuado. A mí me honra que me digan que tengo talento para escribir, cuando la persona que lo dice sabe de qué está hablando, y es alguien a quien respeto, por lo tanto valoro su opinión y confío en su palabra. De modo que, no tendría de qué avergonzarme, y el sonrojarse es síntoma de vergüenza. Al contrario, completa y desvergonzadamente, sonrío como una pavota, porque me honra con su elogio. Pero de ahí a sentir orgullo, hay un tramo largo. ¿Orgullo de qué? El elogio es acerca de una aptitud, o de algo en particular, de ahí a ser omnipotentes como para justificar la soberbia hay un abismo. Nada de lo que podamos hacer, ser o decir, es digno de autoglorificación, siempre hay una de cal y una de arena, que seamos buenos en algo no nos engrandece, ni opaca nuestras falencias. El orgullo es ciego, no ve eso. La honra si, la honra busca mejorar, siempre, porque siempre queda algo para mejorar. Por eso desconfío de los elogios totalitarios. O es falso, o es idiota, o es ciego. Y ninguno de los tres me sirve, ni a mí, ni a nadie.
Martín: Yo no entiendo porque no publicás todas estas teorías Sole. Deberías hacer a un lado el romanticismo, para darles una bofetada filosófica a todos.
Soledad: El romanticismo es una bofetada filosófica también. Además, no sirvo para escribir ensayos. No sabría cómo hacerlo.
Martín: Así como lo acabas de hacer, lisa y llanamente.
Soledad: Bueno, lo voy a intentar. Lo podría titular “Diálogos crepusculares”, quizá salga algo potable de ser leído, quién sabe.