jueves, 31 de diciembre de 2009

Síntomas

Una sinfonía de tambores que laten desiguales, carentes de compás, taladrando insistentes, obligando a todo oyente a escuchar nada más que su insoportable sonido, un repiqueteo agobiante. Una gota de sudor a doscientos setenta y dos grados bajo cero deslizándose irreverentemente por la nuca, alegre, inconsciente. Dos labios que irresponsablemente claman por tu boca, por tu cuello, por tus hombros, por tu piel y por todos los espacios de tu cuerpo cubiertos por ella. Un cuadro de parálisis aguda en cada centímetro del organismo a excepción de los fluidos internos que, ignorantes, están de fiesta. Un desvelo, un insomnio y el calor de las sábanas que me envuelven aplastándome contra el colchón, saturando de humedad el aire que logra colarse entre mis piernas. Un sueño que te sueña y no me deja dormir, aunque ruego no despertar. Taquicardia. Un gramo del perfume que me impregnaste en el hombro izquierdo cuando me abrazaste ayer por la tarde, que me intoxica, me droga. Hiperventilación. Un punzante dolor abdominal, de tripas, de páncreas, de estómago, un vacío total, un abismo en el cual no cabe un solo bocado de nada. Hipertensión. Un caudal de sangre que viaja amontonado y frenético por mis venas, un leucocito que empuja a otro en una carrera por llegar al corazón y estallar. Un latido calamitoso, estrepitoso, adrenalítico en el bajo vientre. Un desierto dentro de las fauces, y su oasis entre tus piernas. Un temblor fuera de control en las rodillas, en los codos, en los dedos, en las palabras, que se acentúa en tu presencia. La gota de sudor helada que continúa su travesía hacia la perdición, atravesando mi espalda y haciendo escala en mi cintura antes de morir. Una hipnosis, un autismo autoprovocado, un rayo de gracia que cae desde el cielo cuando mis ojos se pierden en tu despreocupada imagen. Un control que te cedo o me arrebatas, no importa, es tuyo, no lo quiero. Una pérdida de conocimiento, de voluntad, una incapacidad intelectual absoluta, el bloqueo de todo pensamiento, de cualquier tipo de análisis, y los cinco sentidos en alboroto. Un deseo alimentado de nihilismo de ser fagocitada, y enredada entre tus manos, entregarme a un sin fin de petit morts. El éxtasis. Y un completo desinterés por conocer tu nombre.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Mugre

Prendí el último cigarrillo y salí a caminar. La calle estaba desierta, la negrura opacaba las copas de los árboles y sólo veía un par de metros por delante de mí. Habían anunciado lluvia, y la humedad podía olerse en el aire, mitad rocío de madrugada, mitad tormenta en camino.
Caminé solo un par de cuadras hasta que me detuve frente a su puerta. Ahí, con el frío calándome hasta la médula ósea, me detuve y observé la puerta. Nunca antes había notado cuán desvencijada estaba. Roída y oxidada, brotaba de ella una sordidez angustiante. La puerta que separaba su cuerpo y el mío. La puerta que había sido testigo de miradas cómplices y ardientes despedidas. La puerta a la cual habíamos victimizado tantas veces arrojándola con furia contra el marco, con la esperanza de partirla en pedazos para darle mayor elocuencia a los “Andate a la mierda, forro!”. La puerta que se había cerrado tras de mi el día en que me marche por última vez. Y ahí estaba, autista, sin quitarle la vista de encima, frente a frente con ella nuevamente. Ahora era ella quien me protegía del dolor de ver del otro lado, y verlo con ella. Era su puerta la que me impedía cometer un acto sin duda falto de sentido, pero el cual me sentía tan compelida a realizar.
“Puerta de mierda”, pensé en voz alta.
Eran las cuatro de la mañana, y escaseaba la vida alrededor. Dentro de mí también escaseaba. Debo haber estado, por lo menos, 25 minutos mirando el picaporte. Cuánto moho, cuánta mugre. Qué sucia mujer se buscó, si es que se le puede llamar mujer.
¿Por qué vine a esta hora, a sabiendas de que no iba a llamar a la puerta siendo tan tarde? La cortesía es algo que no se pierde, y mucho menos cuando uno está esmerándose en ser cobarde.
Logré salir del estupor, de la mugre, de pensar en si la cantidad de podredumbre de la puerta sería directamente proporcional a la cantidad de sexo que tendrían, y emprendí, cabizbaja, la vuelta a mi departamento. Seguro cogían como conejos. Seguro habría dado buen empleo a todo lo que le enseñé. Seguro era una hija de puta y lo iba a dejar antes de que cantara un gallo. Seguía vacía, la calle y yo también. Seguro serían felices y la única damnificada era la puerta. La puerta, y yo, claro. Estúpida, no vuelvo más.
Bueno, quizá sólo mañana a la noche.

EL REY ASESINO

Se había prometido no volver a caer en la trampa de algún impostor, que escudara sus mórbidas intenciones bajo el tibio velo de sus anteriores ilusiones fallidas. Se había prometido, y aún cuando casi nunca cumplía una promesa –y menos aun una propia-, mantenía su palabra. Ya nadie la tocaba, ni más ni mejor, que sus propias yemas debajo de las sábanas, pues alcanzaba el éxtasis tan solo con ellas y con el recuerdo de un amor tan intenso que no tuvo fin en su mente jamás. Y dormía por las noches, aferrada a su desazón.
Tuvieran las intenciones que tuvieran, sus amantes se sucedían unos tras otros en un sádico efecto dominó, sin causar en ella absolutamente nada más que desdén hacia la raza humana y más específicamente, hacia el género masculino. Eran todas figuras de un mismo tablero, los mismos colores, los mismos movimientos, y jaque mate al descubrirlos, sin mayores reparos, cínica y soberbia, azotaba el ego del oponente desenmascarando su estrategia.
Finalmente, un Rey privado de séquito y táctica, y dotado de un solemne semblante, y delicados movimientos, se apareció a su puerta. Obnubilada por sus encantos, se repetía incesantemente que no debía quebrar su promesa, que debía permanecer atenta a cualquier movimiento en falso de su oponente, que en efecto, era digno de serlo.
Tanto o más observador, el Rey elegía cuidadosamente cada palabra, gesto y caricia. Asentía cuando correspondía y sorprendía cuando menos se lo esperaba. Magnificaba y realzaba átomo de aire que se ponía en contacto con su persona.
No tuvo más remedio, que bajar la guardia. No era una figura del mismo porte que las anteriores, era potencialmente quien daría batalla en la partida más importante de su vida.
Quebró su promesa y no tardó en caer bajo los efectos estupefacientes de su mirada, y el delirio de su imaginación. Olvidó promesas, pasado, nombres y apellidos, incluso el propio. Sólo se sabía completamente suya, se sabía encadenada y esclavizada de por vida a ese Rey que había ganado su vuelo, que había logrado volver a someterla a una ilusión. Se decía una y otra vez, que había sido tonta, había sido presumida y pesimista, que finalmente no eran todos impostores, que su Rey portaba una corona de oro y plata, que no cesaba de brillar, se la pusiera bajo la luz que se lo pusiera, salía airoso de todas las pruebas.
Un buen día, ya convencida de su acierto y casi habiendo recobrado sus sentidos, su vitalidad y la belleza en su mirada, la ternura en su voz y el arrebato en su abrazo, se entregó sin más al frenesí cadencioso de su pubis, y sintió colapsar el universo a su alrededor. Lo inesperado.
Caía la cristalería de los vajilleros, las paredes resquebrajaban su ladrillo y los cimientos de la construcción se venían sobre ella como rayos que bajan de las alturas, clavándose certeramente en su vientre, presionando con tanta vehemencia sus entrañas que le resultaba imposible, inercialmente, no dejar caer una lágrima por sobre sus mejillas.
Amaba su ilusión, pero jamás la habían tocado manos menos vivaces, menos sabias de caricias, que aquellas que poseía su Rey. Como en un acto reflejo, su admiración, desenfreno y pasión, el amor y la plena entrega se deshicieron en pedazos en cuestión de segundos. No toleraba la incongruencia entre sus sentires y los de su sexo. Y, buena mujer de principios, no concebía la idea de amar sin alimentar el frenesí de su sexualidad cual fiera voraz, era preferible darse placer propio y morir en la agonía impúdica de la masturbación.
Asi fue, como una fatídica noche, recostó su cabeza en su almohada cuasi vacía, resolvió no volver a entregarse jamás a esa ilusión, no brindarle a ningún indigno más su monte de Venus, tan venerado por ella e incomprendido por un millar de manos vacuas, no volver a intentar emular las alucinaciones propiciadas por la lujuria en su mente, que no existiría ya más que en su memoria, se propició una adecuada dosis de tibio placer, y murió mientras dormía, aferrada a su desazón, a sus recuerdos, y al dulce éxtasis de su entrepierna.

martes, 22 de diciembre de 2009

21 de Diciembre de 2009

¿Tendremos miedo de estar juntos? ¿Será pánico, terror, parálisis? Rechazo. Nos odiamos por ser libres y podernos poseer. No deseamos poseernos, sólo nos buscamos cuando somos imposibles. Cuando somos incorrectos, cuando somos inmorales, cuando él está comprometido, cuando yo voy un poco más allá que el resto de las mujeres, sólo por el placer de satisfacerlo. Por el placer de poder volverlo loco. Nos deseamos por que nos permitimos todo, cuando todo lo demás nos prohíbe todo. Ambos sabemos que no hay deseo sin libertad. Pero cuando él es libre y yo soy libre, hay fuerzas que nos repelen, con la misma intensidad con la que nos necesitábamos antes. Dos imanes, idénticos, que atraen todo lo demás mientras se rechazan entre sí. Demasiada energía concentrada. Explotamos. O mejor dicho, él explota, yo implosiono. Él lo sabe y yo lo sé, nos vemos, nos entendemos, aún cuando lo intentemos esconder, aún cuando juguemos a querernos.
No pasó mucho tiempo desde que nos buscábamos el uno al otro, provocándonos, hincando los dientes en los límites. La necesidad de su piel me quemaba como una yaga en carne viva. Deseaba tanto que fuese libre, deseaba tanto poseerlo, quería sus pensamientos, sus noches y su cuerpo, lo quería todo. Podría tenerlo todo ahora, si lo intentara, pero me repliego en mi caverna como una sombra y desaparezco. Soy yo quien tiene temor. Le temo, le amo y le huyo. Es el único hombre a quien podría entregarle la vida, si el lo exigiera. Pero me niego a entregarle todo, porque no lo quiere todo, no de mi, no de nadie, y yo lo sé. Alimentarse de mí, fagocitarme, mientras eso le brinde un escape, una válvula, una salida, mientras tenga de dónde escapar, de qué o de quién. Sólo siente su libertad cuando intentan atraparlo, sólo entonces es cuando despliega las alas y vuela, aunque sea por tan sólo un momento, para sentir el golpe del viento en la cara, llenar sus pulmones, vivir. Si pudiera poseerme por completo, y lo puede, no lo haría. Se justificaría en un sin fin de pretextos altruistas e iría a parar a los brazos de otro fracaso. Conmigo no fracasaría, y odia tener éxito, detesta que lo amen. Yo, en cambio, tengo mucho más que perder: mi juventud. Y yo amo, amo con cada fibra de mi persona. Quizá por eso me alejo, temo no poder evitar darme toda y perderlo todo, todo lo que tengo, lo único que tengo. A mí misma. Ya perdí suficiente: mis pensamientos le pertenecen, mis fantasías le pertenecen, mis orgasmos le pertenecen. Todo lo demás lo voy a proteger.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Enceguecedora bolita de papel

El café está frío y me estoy quedando sin cigarrillos. En alguna parte del mundo, en este momento, en este preciso segundo, está amaneciendo, y yo me pregunto en dónde. Una pareja se está conociendo, otra besando, alguna otra está teniendo sexo increíble y otra, esta evitando tenerlo. Yo estoy pensando en la noche en que nos conocimos, la noche en la que nos besamos, la noche en la que tuvimos sexo increíble – Si, está bien, es la misma noche para todo -, y la noche en la que las excusas fueron más fuertes que las ganas. Claro, tus excusas y mis ganas. Estoy pensando en cuántas veces más se repetirá la misma historia, con otros protagonistas, en cuántas veces mis ganas desaparecieron sin decir adónde iban, en cuántas excusas habré escuchado. En que no creo en la suerte, en el karma, en el destino o en la fortuna, pero decididamente alguno de ellos está en mi contra. Sino, ¿Cómo se explica que esté tomando café frío y no quede un cigarrillo en 7Km a la redonda? ¿Cómo se explica que esté pensando en tus manos mientras acarician el cuello de otra mujer?
Quizá sea que he leído demasiado ya. No tolero que le llamen escribir a poner una palabra delante – o detrás – de otra. Las palabras también pueden decir nada. El símbolo es símbolo en tanto represente y tenga un sentido. Por eso nunca me gustaron los Cronopios. ¿Qué demonios es un cronopio? “La noche es espejada, la enceguecedora bolita de papel que se arrastra entre tus manos se duerme al unísono de los claveles”. Es una palabra detrás de otra. Se lleva un Nobel, y yo sigo tomando café frío y rezándole a cualquier ser que esté vagando por el éter que me traiga un cigarrillo. Y pensando en lo estúpida que es la dueña de ese cuello por caer en tus brazos. Ya verá, ya verá lo implacables que son tus excusas y lo rápido que se fugan tus ganas detrás de otro cuello. Y entonces quizá, habrá en alguna parte del mundo, una pareja que se está conociendo, otra besando, alguna otra que está teniendo sexo increíble y otra, que esta evitando tenerlo, además de dos tazas de café frío y dos mujeres con incontrolables deseos de fumar. La buena noticia es que en algún lado, siempre amanecerá, aunque sólo sepa dónde, cuando suceda en mis narices.