lunes, 26 de abril de 2010

Inacción, elección.

Sin levantar la mirada del cuaderno en el que estaba escribiendo, le dijo suavemente: “Es que no entiendo a la gente que pasa por la vida sin causar efecto alguno a su alrededor. Se miran, se pasan por los costados, inmersos en sus propias impresiones, en sus propios egos, y se olvidan de afectarse entre unos y otros. Parecen fantasmas acomplejados.”

Él la observaba en silencio, parado contra el marco de la puerta de entrada. No terminaba de entrar, ni de salir.

“No hay cosa que soporte menos que la indiferencia”, dijo, dejando el cuaderno de lado y lanzándole una mirada despechada. “No puedo, ¡No quiero!, sólo respirar y acoplarme al viento. ¿Cómo podés vivir sabiendo que tu inacción provoca la falencia de tus necesidades más básicas? Esto es como el hambre, ¿Sabés? Cuando tenés hambre, buscás alimento. ¿Por qué, entonces, si deseás decir algo, no lo decís? ¿Vergüenza? ¿Decoro? ¿Alguna imposición moral? ¿Qué? ¿Qué es eso que te impide ir en busca de lo que deseás? No lo entiendo. Es como el hambre, y vas a morir de inanición, teniendo un plato de manjares al alcance de tu mano. Sólo tenés que ponerte en movimiento. ¿Qué esperás? ¿Qué? ¿Qué fluya qué?”, continuó, zarandeando la lapicera de aquí para allá. “Vos sos como ellos. Te vas a morir de hambre.”

Sus ojos vidriados la miraban y sus labios no se movían. Ella suspiró.

“No te preocupes. Andá. Entiendo que soy yo quien elige esto. Pude haber pasado de largo. Pero elegí no hacerlo. Elegí detenerme unos minutos frente a vos, frente a tu vida, a tu existencia y decirte: vos también podés elegir. Y claramente, tu elección no tiene por qué ser igual que la mía. Andá. No te preocupes.”

Él, no se movió.

Ella, agarró nuevamente la lapicera y asentó en una hoja en blanco: “Algún día, decidiremos no pasarnos de largo. Algún día, elegiremos darnos, en lugar de reposar contra el marco de una puerta. Ese día, quizá logremos cambiar el mundo.”

Contra toda predicción racional, la esperanza se hacía carne en sus pensamientos, mientras esperaba que él, una vez más, se marchara sin decir nada.