sábado, 31 de enero de 2009

CADA NOCHE

Te sueño, te pienso, te imagino. Le doy forma y gusto a tus labios, te creo, te veo. Anhelo su tacto en los míos, agua de un oasis en medio de un desierto de caras inertes y pavimento. Presiento tu roce, suave pétalo de jazmines en verano, brisa de mar. Invadida por un millar de imágenes, sé exactamente la medida de tu porte, el vaivén de tu caminar y la fortaleza de tu abrazo, refugio de ilusiones tardías, que nunca llegan a respirar, que sobreviven en el vientre, latentes, esperando finalmente tu llegada. Dueño de mis noches y mis despertares, sólo en tu mirada cobran sentido los sin-sentidos, sólo de la mano de tus luces camino entre mi oscuridad. Recuesto mi mente en la almohada, y concilio lo utópico de tu calor que me rodea, sintiéndote en mi piel, amándote desde mi imaginación. Tanto ardía, que se consumía lentamente, provocando la muerte de la esperanza. Hervores, incandescentes.
Penetras en cada espacio, y te mantienes ahí. No atravesaste. Entraste y te quedaste mofándote de mi ignorancia, de mi necesidad de vos. De la lujuria en mi mirada, que juzgaste algún día prefabricada. Mirada que se enciende al nacer tu recuerdo en mi pubis.
Duermes a mi lado, me abrazas y acaricias mis pensamientos con tus yemas.
Sabes que cada noche, duermes a mi lado, aún en la distancia, y le haces el amor a mi memoria, dicotómico en cada embestida, único.
Y despierto cada mañana, sabiéndote.

EFIMÉRIDES

Todo tiende a terminar demasiado rápido. Demasiado. Tiende a evaporarse en la nada como un huracán que, aún después de haber revolucionado continentes enteros, se eleva hacia el cielo y desaparece. La raza humana, en su totalidad, cada día, a cada hora, en cada segundo, tiende hacia lo efímero, hacía lo rápido, lo inconstante. Repudiamos la rutina como algo que debe ser evitado a toda costa a riesgo de perecer de aburrimiento. El hombre en particular, a diferencia del resto del reino animal, que busca el equilibrio, tiende al desequilibrio. Buscamos amor en camas vacuas. No nos relacionamos, no nos abrimos, no creamos lazos, meramente nos entrelazamos brevemente y vagamente, con el hilo lo suficientemente flojo como para no atarnos demasiado a otro. Queremos amor, pero tememos amar. Queremos amor, pero deseamos tener algo de qué quejarnos, historias nuevas para asombrar y generar la admiración de mentes propagandistas, para realzarnos en la magnificencia de lo absurdo, de lo inservible, de la nada.
Vivimos en la perpetua búsqueda de algo mágico, de mariposas en los estómagos, de cuentos de hadas, de hechizos que nos permitan volar, que nos realcen las células del cuerpo y la mente hacia lo desconocido, hacia la plenitud, hacia el gozo. La búsqueda eterna de la felicidad, aun cuando nadie tiene la certeza de conocerla, o incluso de poder afirmar su mera existencia. Me pregunto si sabemos, si somos verdaderamente conscientes de que, como en cualquier otro ámbito de la vida, no podemos conquistar aquello que desconocemos. Y como el tiempo apremia, y las cosas deben hacerse de manera práctica, rápida e indolora, por supuesto, no malgastamos un segundo de nuestros días en intentar aprehender aquello que se esconde detrás de la vitrina, en conocer profundamente algo. Al pan, pan. Y terminemos el vino y vayamos a la cama, que mañana tengo que seducir a otra. Prestame tus apuntes, que no tengo tiempo de leer todo el libro, y tengo que pasar escuetamente esta materia, para recibirme pronto y que el mundo alabe mis conocimientos titulados. Sin duda, un abogado cazador de mala praxis, debe ser el profesional con mayor éxito económico del mundo en boga.
Lo efímero. Lo efímero es lo que me repulsa. Es aquello a lo que le huyo, pero que constantemente logra atraparme en sus manipuladoras redes. Quizá debiera abandonarme a sus designios y practicar la tolerancia a mi era, a mi década, incluso a mi propia generación. Continúo negándome y me resulta inevitable sufrir de pequeñas regurgitaciones de ideas.
Me pregunto si alguien comprende, si alguien comparte. Si alguien existe. Si alguien verdaderamente sabe como amar. La soledad, por muy intelectual que pueda tornarse, cava sus propias fosas en mi, construye sus abismos y temo, en forma desesperada, perder la capacidad de conexión con otro ser humano. Los lazos, desgraciadamente, requieren dos partes. Pero inevitablemente generan ataduras, generan pesos. ¿Y quien, en la era del libertinaje absoluto, desea íntimamente, tener un lazo, ser parte de un todo?
Disfruto del sabor del Malbec, a solas, nuevamente. Nadie quiere un peso, nadie quiere cargar con nadie, y nadie quiere ser cargado. Somos todos muy autosuficientes. No nos necesitamos más que a nosotros mismos, y a nuestros analistas, para que diluciden forzosamente cómo sacarnos la tableta de clonazepam de las manos.
Esto me resulta verdaderamente desolador.
Continuamente escucho voces que vehementemente claman por valores, pero no acompañan sus pensamientos con acciones. Nos quedamos en el habla, nos decimos tanto, sin decirnos nada. Nos contamos cuentos maravillosos de sueños imbéciles que nadie oye, a nadie le importa el sueño del otro mientras se encuentran ensimismados en sus propios sueños imbéciles. Y lo trágico, es que ni el uno ni el otro se cumple. No solo por ser imbéciles, sino porque el sueño primario, el deseo primario radica netamente en la completud, en la pertenencia, en la necesidad de integración completa con otro ser humano. El retorno al vientre materno, el calor, la cercanía, y hasta la dependencia. ¿Acaso no confundimos necesidad del otro con amor, constantemente? ¿Acaso no creemos a otro necesario imperativamente para la vida cuando creemos estar enamorados? Me resulta hasta paradójico y absurdo que no notemos el hecho de que estamos elaborando mal nuestras consignas de vida. Resumido: Buscamos el amor más profundo, la contención y la completud en lo efímero, en una anécdota, en las cosas más superficiales de la vida. ¿Acaso verdaderamente somos todos infradotados? ¿Qué es lo que no es obvio?

lunes, 19 de enero de 2009

EL HABLABA Y ELLA RESPONDIA

El hablaba y ella respondía. Ese habría sido el pacto desde el inicio, y muy a pesar de él, ella no lo quebraría. Después de todo, él tenía mucho más que decir. Y ella sólo debía admirarlo por eso.
En repetidas ocasiones, intentó quebrar el pacto, pero a la luz de la razón, cada intento se desenvolvía como una absurda caricatura de si misma, donde no lograba manifestar ni sus pensamientos reales, ni las emociones que la asediaban, mucho menos el amor que por él sentía. Simplemente se atropellaba en una verborrágica maratón de idiotez, rebalsada de palabras que no tenían sentido alguno, siquiera para ella. El, atónito, la observaba y se compadecía.
Eso dio lugar al pacto. Pacto implícito, puesto que de la única manera que podían comunicarse era si ella se limitaba a responder, intentando y con un alto grado de esfuerzo psíquico, aquello que él planteaba. Y el pacto servía, eran felices.
El se levantaba, preparaba el desayuno y lanzaba su primera incógnita, a la cual, en la mayor parte de los casos, hasta respondía, puesto que el resultado de los inconmensurables esfuerzos de ella, casi nunca llegaban a buen puerto, y por supuesto, se equivocaba, hasta cuando sólo debía responder. El, atónito, la observaba, sonreía y se compadecía.
Así transcurrieron varios meses, de frustración para uno y fascinación para el otro. Para él, entre cada mirada y cada sonrisa, la compasión crecía a pasos agigantados y comenzaba a transformarse en frustración. ¿Verdaderamente sería tan difícil comprenderlo?, pensaba. ¿Verdaderamente, ella sería, por siempre incapaz de ser quien hablara? Guardó un resto de esperanza, no en ella, sino en quien él creía que ella sería, y continúo su monologo. Ella, por su parte, sumida en una incomprensión a medias de sus palabras, creía entenderlo todo. Incluso hasta creía ver en sus palabras significados disparatados, como quien oye un cuento fantástico y sueña despierto con hadas y príncipes. Los creía fervorosamente, tenía certeza. La certeza no es algo menor, no menos que el disparador de sus silencios. No necesitaba más, no necesitaba hablar, no necesitaba comprender, ni mucho menos brindar una respuesta correcta, apropiada. Sólo necesitaba saber, que él seguiría hablando y ella seguiría intentando, y no se agotaría jamás la fascinación que el provocaba en sus entrañas, como quien intenta resolver un rompecabezas que no tiene fin. Sería algo in-eternum, y eso estaba bien.
Pero el comprendía, mucho, demasiado. Comprendía más allá, incluso de sus propias palabras. Comprendía y callaba mucho más de lo que decía, aún siendo la voz principal.
En su comprensión, su frustración permanecía in-crescendo y su compasión de tornaba en locura. El deseaba comprensión, un igual, un espejo. Y ella, divertida, cantaba bajito para que el no escuchara.
Una mañana, él determinó sin más, callar para siempre. Si él no hablaba, ella tendría que hacerlo, era inevitable, pensaba. Así fue, como él nunca más volvió a emitir un sonido. Y pobrecita, ella, en su interminable incógnita, jamás lo comprendió. Ella tampoco habló.
Y se sumieron en el más profundo de los silencios, por toda la eternidad.
El pacto, duró menos que sus vidas, pero al contrario de lo que pensaron sus allegados, tuvieron demasiado tiempo, antes de morir.

TE DIRE, JURARE


Te diré que seré tuya hasta el fin de los tiempos,
Que nada se interpondrá en nuestro camino, que seremos grandiosos
Juraré que hasta el último suspiro,
Seré tuya, y serás mío.

Te diré que alabo con fervor quien ha creado tu magnifico rostro,
Que jamás he visto hermosura y perfección tan plenas,
Juraré que es tu cuerpo aquello que admiran mis ojos,
Y se glorifican al encontrarse en tu mirada.

Te diré que creo en ángeles, destinos y suertes,
Que todo aquello que estaba perdido, lo he reconquistado a tu lado,
Juraré y desafiaré a quien lo niegue, que no existe mayor fe,
Que creer en tu amor, que saberte real, que existes.

Te diré que cada mañana te abrazaré, y sonreiré,
Que no existirá el rencor, que jamás se apagará nuestra llama.
Juraré a cada estrella, que en cada sol y en cada luna,
Nos amaremos con fervor, como el primer día.

Te diré que nuestros hijos serán los más hermosos, sólo por ser nuestros,
Que no les faltará nada, que todo el amor del mundo será para ellos,
Juraré protegerlos con la vida misma si necesario,
Serán el más vivo retrato de querubines terrenales.

Te diré que sostendré tu mano, cobijaré tu cuerpo cansado,
Que siempre sabrás reposar en mí, que siempre tendré fuerzas
Juraré abandonarme a tus brazos, y abrazarte con los míos,
Entrelazados no caeremos jamás.

Te diré que no existe gloria mayor que besar tus labios,
Que impregnan de aire mis pulmones, de vida mis centímetros
Juraré pasión y desenfreno, en cada beso, en cada roce,
Amarnos en la carne y el pensamiento.

Te diré que eres mi príncipe encantado, dueño de mis ilusiones,
Que en tus brazos no temo de brujas o hechizos, me protegen.
Juraré ser digna de magníficas proezas, que tendrás una reina en el hogar,
Viviremos por siempre en nuestro cuento de hadas.

Te diré que en tus brazos no existirán los males,
Que lavarás con tus caricias cada lágrima del pasado.
Juraré que eres el primero y el último, el único,
Almas gemelas se hallan sólo una vez.

Te diré, susurraré en tu oído cada noche con dulzura,
Que jamás padecerás a mi lado, que la vie será en rose,
Juraré que siempre tendré para ti una palabra justa, una mano tendida,
Ya nunca me apartaré de tu lado.

Te diré que cada noche antes de dormir, te abrazaré, siempre,
Que no pasaremos nunca frío, no padeceremos soledades.
Juraré acompañarte en cada batalla, en cada éxito, en cada derrota,
Serán nuestras todas las guerras y siempre ganaremos.

Te diré que haremos el amor apasionadamente, cada día,
Que nunca estaré cansada, que siempre tendré para darte de mi.
Juraré que te desearé siempre, aún cuando nuestros cuerpos se desgasten,
Hacer el amor, incorpóreamente rozándonos las almas.

Te diré que siempre tendrás a la mesa tu plato favorito,
Que aun cuando falte el dinero, te serviré como a un Rey.
Juraré que en nuestro hogar reinará la paz,
Sólo música y risas oirán los vecinos.

Te diré que está bien equivocarse, que somos falibles,
Que siempre intentaré comprender y explicarme, para que comprendas.
Juraré que no habrá peleas o discusiones, conversaremos,
Nos besaremos con las palabras, además de con la piel.

Te diré que antes de nacer, te amaba,
Que antes de morir, te amé.
Juraré que te amaré más allá de la muerte,
Nuestro legado al mundo será inconmensurable, nuestro.

Te diré que cada día te recordaré que te amo,
Que cuando no pueda hablar, te lo diré con imágenes,
Juraré que nuestro idioma será único en el mundo,
Con una mirada sabrás, con una mirada sabré.

Te diré que no existen las certezas o las garantías,
Que aprendí de joven a no confiar en los milagros.
Juraré no dejar al azar nuestro nido, no abandonarlo a la suerte,
Enamorémonos diariamente.

OJOS NEGROS

Ojos negros, mirada profunda, profundísima, de esas que te penetran y te masturban la mente con sólo observarte. Ojos negros, que imaginan, que descubren mundos paralelos de aventuras extasiantes, que sueñan con el amor pero producen deseo de torturarlos con los venenos más placenteros que existan. Cabellos suaves, finos, en caída vertical perfecta, tan negros como sus ojos, complementos ideales que conforman una belleza consecuente. Cabellos que provocan enmarañar, tironear y morir en su perfume. Perfume. El perfume único de una piel sedosa y rosácea, que reclama las caricias más suaves, que grita exigiendo los arañazos más firmes, una piel dicotómica, creada para enloquecer a cualquiera con el sólo roce de su tacto. Tacto, de sus manos finas, de mujer, elegancia suprema que no se denigra por introducirse con magia, avidez y descaro en cualquier orificio que invite a la invasión. Dedos como plumas, manos pequeñas pero perspicaces, y propiciantes de los orgasmos más intensos, del fuego más candente, del sollozo más húmedo. La humedad de sus labios. Por dios, sus labios, carnosos, firmes, voraces, que sólo se detienen ante la gloria de su saciedad completa y ni un segundo antes. Labios que conforman la boca más perfecta, para besar, para morder, para empaparla de orgasmos, y una lengua que resiste las más agrios brebajes, que es destino de esencias vivas, que es la morada final de tantas pequeñas muertes, que las provoca con su fluctuante movimiento, su sabiduría de serpenteo. Serpenteo que sensuales curvas, prominentes pechos, voluptuosos y firmes, con pezones de invierno, dulces y a la vez tan mordisqueables y caderas que al moverse de un lado a otro, tintinean gluteos sabios de embestidas, y un abismo creado para la imaginación más perversa, que invita a hundir los besos más húmedos en un círculo de perfectas dimensiones, para deleite de sus espectadores, de los más entusiastas jóvenes y de los más experimentados adultos también. Sus veintiséis abriles sólo empañaron jubilosas expectativas de amor eterno, más no opacaron ni un solo centímetro de su frescura, de su picardía. Por el contrario, fueron sus incontables experiencias las que, aún tan joven, la embebieron de placeres y venenos, la azotaron con extasiantes pensamientos, la atraparon en una vida aventurada y no desventurada, plena de fervores y hervores, romance y pasiones, del sabor de una caricia funesta, que al darse muere en la piel y no conquista el alma. Plena ella, aún sin plenitud. Mujer, sin ser la mujer de nadie. Sirvienta sólo de sus conquistas y emociones, esclava sólo de sus pulsiones y sentidos, dueña de si misma y de todo aquello que la rodea, dado que con el sólo observar su mundo, cada átomo se torna aprehensible, cada ser que entrelaza su camino con el suyo se consume en su interior, se vuelve carne en su esencia, se palpa y crea, reinventa, la nutre, la alimenta y la explota.

EN SU ABRAZO

Magnificencia. Inmensidad. Eternidad. Tanto más, de repente envolvía su mundo, pequeño, frágil, y la elevaba en un estado de conciencia absoluto, nunca antes saboreado por sus frescos labios. Supo desde el primer instante, que no sería un hombre más en su vida. Que no sería simplemente otra copa de motel, otro perfume desperdiciado en su almohada. Abrazó el deseo de su carne como nunca antes lo había hecho, conoció. Se conoció, entre la somnolencia anestésica de sus placeres y la vulgar lucidez que la atormentaba hasta saciar sus miedos, certeramente clavados en su alma. No existe la perfección, ella lo sabía. No la buscaba tampoco. Sólo se dejó llevar, en ese primer contacto con el, se dejó caer. Cerró los ojos, y cayó, rendida. Se abandonó a sus deseos, sus virtudes, su seducción, su protección. Se abandonó a una caída que de seguro no tendría fin, acalló sus demonios y simplemente, se dejó caer. El cumplió su palabra, no la soltó. Aún cuando el peso dolía tan profundamente que rasgaba y abría heridas casi cicatrizadas, no la soltó. Había prometido no soltarla, no dejarla caer. Y no lo hizo. Pero no la sostendría por siempre, no. Remendaría algunas rasgaduras añejas, apuntalaría cimientos deteriorados, y le enseñaría cómo regenerarse luego de su partida. No la sostuvo mucho tiempo. No la sostuvo poco tiempo. Lo necesario. Hasta que pudo sostenerse nuevamente por ella misma. Su partida fue imperativa, angustiante y dolorosa. Inevitable. Un ángel quizá, que sólo de paso, extendió sus alas sobre ella y la glorificó. Un mensaje quizá, una carta astral de su vida en segundos, en palabras, en gestos, en caricias. Un camino, descubierto, alumbrado ahora, en el cual caminar con paso firme y ya sin temores. Un legado, semilla que debe de ser árbol, debe de ser naranja lima, para que algunos otros frescos labios se alimenten de su fruto. Una enseñanza, de esas que se abrazan, que se guarda en la memoria por todos los tiempos, eterna, sin final. Y un infinito agradecimiento, a quien dio vuelo a este pichón, que hoy intenta volar con alas de cóndor, en busca de horizontes más luminosos dónde encontrar su morada final, aún aleteando de tanto en tanto, pues no es sencillo volar a grandes alturas para quien recién comienza.

FEMINIDAD vs. FEMINISMO

Ok, basta. Llegué al límite del hartazgo de esta estupidez que las mujeres solemos llamar feminismo y que solamente encierra un altísimo grado de incomprensión de la realidad, de la mismísima naturaleza humana. Primero y principal, la mujer es mujer en la diferencia elemental con el hombre y no en su semejanza. O acaso nos estamos sintiendo menos que los hombres? Chicas, mujeres, señoras, por amor de dios! Aprendamos a valorar nuestra individualidad, nuestras diferencias con respecto a los hombres en lugar de calzarnos los pantalones para mucho más que salir a trabajar. Esto ya perdió el punto de poder votar y ser ciudadanas de la Nación hace mucho rato. Me encuentro por la vida con mujeres (mujeres?) que lo único que hacen es intentar superar económicamente a sus hombres, saber más de fútbol que de cocina, y tener sexo en forma libertina con cualquiera, pero ya no por placer, sino por exitismo, los contabilizan. Insólito. Pero no radica ahí el problema elemental. Si el hombre es hombre, y la mujer es hombre, por amor de dios, después no lloren por no poder mantener un hombre contento! El hombre necesita de una MUJER, y no de otro hombre, en una pareja. ES OBVIO! Así como por supuesto, la mujer necesita de un hombre, un HOMBRE. Me pregunto que es lo que lleva a una mujer del siglo XXI a no poder concebir algo tan sencillo que si concebían las mujeres de antaño, aunque por obligación y no por amor. Hoy por hoy, tenemos la libertad de poder elegir a quien amar hasta el día de nuestra muerte, pero AMAR, no torturar, no exigir, no pretender. Simplemente amar. Hay algo más sencillo que servir a quien se ama? Cuando se AMA? Como podemos dar si estamos siempre esperando que nos den? Ah no, que EL se amolde a MI, que EL me conquiste, que EL venga, que EL llame, que EL haga. Y nosotras qué? Cuando el hombre, después de cortésmente (pobre, necesita de nuestro sexo, obvio, y hace lo imposible para conseguirlo, aun a costa de su propia desvalorización y de que lo tratemos como a un perro o peor) haber cumplimentado cada imbécil requerimiento nuestro, pide que se lo cuide, como lo cuidaba la madre, porque la mujer está basada primordialmente en la imagen de mamá, nosotras nos negamos, alegando que tenemos derechos. Bien, tenemos derecho a estar solas entonces y a olvidarnos del macho protector y fértil que proveerá una linda imagen familiar. El orgullo ha llegado al paroxismo de lo estúpido. Me anula la razón ver como hoy por hoy, el feminismo y las idióticas ideas de autorrealización (que poco tienen de ello) arrastran las potencialidades de las mujeres más hermosas, más deseadas, más instruidas (no quiero ahondar en la inteligencia, si fuesen inteligentes se darían cuenta de las cosas más elementales y no nadarían en un mar de narcisismo) al más rotundo de los fracasos. La mayoría de las mujeres se mofan cuando aseveran que al hombre se lo conquista por el estomago, y se jactan a la hora de la seducción de sus habilidades culinarias, haciéndole, muy deshonestamente, creer a la victima que serán Martha Stewart y le proveerán de todo lo que mamá alguna vez les dio, pero después se niegan a cocinarle justificándose en el cansancio del día laboral. De nuevo, entonces, de seguro, estamos deseando más que derechos, más que independencia, estamos deseando soledad. Yo por mi parte, he comenzado a abrazar esta condición que el día de mañana me permitirá la gloria de ser madre, de ser MUJER plenamente. Nosotras exigimos continuamente, una lista interminable de condiciones prácticamente irrisorias, y cuando nos exigen un plato de comida, demandamos respeto! Somos demasiado para atender a nuestro hombre. Bien, entonces: a) no lo necesitamos a nuestro lado… y repito, a no llorar! A hacerse cargo de las decisiones, que después de todo las tomamos en libertad; o b) Somos solamente una consecuencia de la deformación del bien afamado feminismo, que nos aturde con su mensaje cotidiano e ilusorio, haciéndonos creer que por tener algo que los hombres desean, deben estar a nuestra merced. Yo le pregunto a cuanta mujer me lea, si nosotras no deseamos lo que los hombres nos dan. Si nosotras no deseamos la unión tanto como ellos. Si la respuesta es que si, dejémonos de joder y enorgullezcámonos de ser mujeres verdaderamente, de cuidar, de respetar, de completar, de complacer, de dar y no de tener un sueldo gordito en el cajero a fin de mes y mostrar la última cartera de Prada. Si la respuesta es que no, entonces, bien, creo que es hora de redefinir el feminismo, y no confundirlo con feminidad. La fémina completa, plena, sabe como satisfacer a un hombre. Y OJO, no hablo de someterse, sino de dar. De hacer feliz al otro, en las necesidades del otro, en tanto y en cuanto sean necesidades y no caprichos. La feminidad pasa por otro lado señoras, parte de la premisa de la diferencia, como expuse antes. Queremos, exigimos continuamente igualdad con el hombre. Queremos ser hombres. Jamás escuché a un hombre quejarse de que no lo dejaran pintarse las uñas. Ahora, las mujeres queremos tener equipos de futbol, como ellos. Es hora de dejar atrás la necesidad de tener falo y empezar a preocuparse por tenerlo introducido, como DEBE ser, y estar orgullosas de eso.
Cristina Lopez, una increíble profesora, literata y sumamente culta, digna de admiración, dijo una vez, para espanto de muchos en el aula, que estaba orgullosa de su vagina. Por supuesto, ante un grupo hormonalmente exaltado de 18 años, fue sumamente gracioso. Hoy en día, muchos y muchas de ese grupo aún no logran entender (y tampoco lo han intentado) a qué se refería. Se refería exactamente a esto. Cuidemos a nuestros hombres, que ellos aun cuidan de nosotras como si fuesemos de cristal. Hagamos renacer la feminidad en lugar de alimentar este monstruo social en que se ha convertido el feminismo despótico. O continuemos con la necia idea de la igualdad, aun cuando la naturaleza misma ha impuesto las diferencias, y aniquilemos a la raza humana.

QUISIERA

Quisiera tener poderes mágicos para hacerte feliz
Para hacer nacer sonrisas de la magnificencia de tu boca
Una notable habilidad para eliminar pesares
Quisiera

Quisiera cubrirte con mi piel de las tormentas
Protegerte de la lluvia, de las noches solitarias
Poseer en mis labios la calma de tu espíritu
Quisiera

Quisiera regalarte sueños, esperanza
Darte mis pensamientos más profundos, que te envuelvan
Para que a través de mis ojos, veas tu propia luz
Quisiera

Quisiera abrazarte en una caricia
Elevarte hacia lo divino, darte gloria
Desaparecer las angustias para siempre
Quisiera

Quisiera brindarte mi poesía, toda tuya
En una mayúscula y un punto aparte,
Embeberte de alegría, aliviarte
Quisiera

Quisiera tomarte de la mano y volar
Hacia donde no exista la corporeidad
Mostrarte que el mundo no es este que caminamos
Quisiera

Quisiera desligarte de las preocupaciones
Contarte que nada de eso importa, y que me creas
Abrirte en un pasar de manos a la aventura de la vida
Quisiera

Quisiera que nunca llorases, que nunca doliera
Transformar lágrimas en puentes, cruzarnos
Darte mi lecho para que descanses
Quisiera

Quisiera inundarte de canciones, música para el alma
Que un acorde calme toda tempestad
Sumergirte en una melodía que traiga hasta mis brazos
Y besarte, quisiera.

EL MURO

Saltar, trepar, bordear de alguna manera y esperar, aguardar para ver si en un segundo de gracia, quizá, tal vez, sea posible que sin grandes proezas, sin maratónicas destrezas, sin exhaustivos esfuerzos por demás, y simplemente porque está escrito que así debía de ser, me pueda encontrar con vos del otro lado.
Golpear cada puerta, espiar a través de cada agujero, aún cuando aparente ínfimo, soplar, soplar y soplar, hasta hacer caer cada gramo de cemento, o desgarradora y violentamente arrojarme, arremeter con todas mis fuerzas, con la furia de una leona, contra el, con la ilusoria esperanza de quebrarlo, atravesarlo, y poder encontrarme con vos del otro lado.
Indagando sobre pasadizos secretos, grietas mal remendadas, buscando el punto débil, el talón de Aquiles de semejante estructura, de aquellas con las más imponentes alzadas, algún ladrillo hueco que al tacto se desmorone, alguna hendija, algún túnel que camuflado en lo profundo del cimiento me permita el gozo de escabullirme y así poder encontrarme con vos del otro lado.
Alguna herramienta mágica, algún superpoder de mujer maravilla, algún conjuro que lo desintegre, la varita de algún hada madrina que me regale las necesarias alas para poder sobrevolarlo y mirarlo desafiante desde las alturas, algún caballo de Troya bajo el mando de mis voluntades cómplice de embaucarlo, algo, lo que sea, que me permita poder encontrarme con vos del otro lado.
Es mi deseo infinito el que inevitablemente se acota a mi ser finito, que no posee magias ni superpoderes, que conjuros rechaza por convicciones de terceros, al cual no le quedan más alas que las de la imaginación y que no cabalga aún voluntades ajenas, ni a caballo ni sin él, y que tampoco quiere aprender a hacerlo.
Por ello es que mi humanidad, imperfecta se somete frente a el, deteniéndose en el tiempo y el espacio, aún con la ilusión de que entre ambos, de a dos, con tus manos y las mías, podríamos quebrantarlo y encontrarnos en el medio.

ESENCIA HERMOSA

Tus palabras son mis marcas, me laceran las venas, me contraen los músculos y me invitan a una maravillosa comprensión de la que sólo yo me siento capaz de lograr, sólo yo. Creo que soy estúpida, no puedo ser sólo yo la receptora de tales mensajes, la única en el mundo hábil para entenderte, no puedo, soy sólo humana, y no soy especial, soy sólo yo. Aún, tus palabras me sostienen, me dan vida, me invaden y me elevan. Tus deseos se transforman en voluntades a cumplir religiosamente, en órdenes que de ser desobedecidas causarían la fatalidad más dolorosa, debo cumplirlos, quiero satisfacerlos, aún cuando esto carece de relevancia para vos. Tus pensamientos, aquellos que no llegan a verbalizarse, esos son los que me envuelven y me someten. Algunos los deduzco, otros quedan en el vacío de la incógnita, en la nada, y son esos los que quiero conquistar. Quizá, quizá serían el secreto, el arma, la herramienta para llegar a tu vida, a tu mundo, por el que alguna vez pasé, sin cruzarme, sin atravesarte, sólo pasé, te sonreí, te pedí que no desaparecieras de mi vista, y me fui sintiéndome más tonta, más niña, más falible que antes. La noche que te conocí, brillaba dijiste. Brillante como una estrella, creí. Ahora sé que ves muchas de esas, que amas mirar distintas luminosidades y que aún buscas la luz más enceguecedora. Quizá, como a mí, te duele ver. Pero te encanta que duela, necesitás que duela, porque es de la única manera en la que sabés ver. Y sabés que ver, te hace diferente, te hace especial. En un mundo de ciegos. En ese mundo, cuando dos que ven, que pueden ver se encuentran, se miran y sonríen, comprenden. Y se hallan, se elevan y se quieren. Se protegen entre sí de esos tontos ciegos, que sin malicia hieren al intentar abrirse paso en su caminar, cual invalido que bastonea a su alrededor para no tropezarse, y en un accionar de su instinto de supervivencia, le clavan el bastón al que indiscretamente paseaba por al lado, y quizá, hasta pretendía ofrecerles una mano para ayudarlos a llegar a destino.
Entonces, quizá si sea yo quien pueda comprender tus palabras. Pero quizá ese no sea el punto y no lo haya sido nunca. Quizá eso no sea verdaderamente amor, sino amistad, hermandad, comprensión y sólo eso. Quizá, el destino, si existe tal cosa, esté determinado para que aquellos que ven y comprenden. Que el camino a seguir, el sentido de su existencia esté marcado, para que poco a poco conviertan a ciegos en videntes, y se truncaría su finalidad si sólo se dedicaran a mirar y admirar a otro igual. Algo así como una vocación de docente que intenta enseñar a otro docente a enseñar, un sinsentido, una pérdida de tiempo.
Ay, pero que grato es encontrarse con quien comprende, y regalarse una estrella brillante. Que grato es saberte parte de este mundo. Que grato es poder evocar tus palabras en momentos de incomprensión y fundar sobre ellas esperanza. Que grato es haber comprendido, después de tanto andar en vano, que busco una estrella brillante también, que los opuestos no se atraen porque la naturaleza es cínica, sino sabia, que oscuridad con oscuridad sólo crea más oscuridad y que luminosidad con luminosidad es intolerable para quien puede ver, enceguece. Que el equilibrio es el secreto de nuestra búsqueda y que la búsqueda quizá, sólo quizá, requiera casi toda una vida.
Que grato es saberte parte de este mundo, y amarte, sólo porque creo poder comprenderte, más allá de lo que brindes. Amarte porque en mi tengo oscuridad y luminosidad, amarte porque en vos, también existen ambas. Amarte sin que me regales estrellas. Amarte sin que seas una idea, un concepto, amarte porque en la idea de lo que sos, está la esencia. Y no hay amor más noble, más real y más intrínseco, que amar la esencia de lo que se ama. Conocerla, comprenderla, y amarla. Que grato es amarte, esencia hermosa.

¿SEREMOS?

¿Será esta la primera vez que entreguen sus bocas a la pasión que los arrebata? O quizá… quizá, tal vez, sea esta la última vez que se puedan mirar a los ojos, con añoranza de tiempos mejores que supieran compartir cuando toleraban su mutua presencia, y hasta en algunas ocasiones, creían disfrutarla.
¿Le estará contando sus aventuras juveniles con fervor y gran encanto, imitando cuerpos de historias pasadas? O simplemente estará explicándole que su madre la quiere, que no quiso decir lo que dijo, que en el fondo, a su manera, mamá… “Mamá te adora gorda. Aunque odie todo de vos, a vos te adora”, con ademanes contundentes, a modo de convencer de lo inverosímil.
¿Será ese ardor en la mirada una profunda paz que lo sumerge en un mundo aterciopelado de fantasías y posibilidades? O la completa certeza de que no habrá castigo suficiente en esta tierra que pueda expiarle sus traiciones, y ella tan pura, ella tan ignorante, tan a su merced.
¿Existirá entre ellos esa agónica energía que todo lo arrastra, hasta perderse en ambos las esencias más profundas de aquello que fueron antes de encontrarse, para fundirse en una sola miel, una sola caricia, una sola, uno solo, solo eso? O quizá no, quizá solamente sea la desesperada soledad que de tanto en tanto se repara del frío en brazos de algún amante volátil y perezoso de coraje.
¿Serán? ¿Seremos?

DULCE HOGAR

Después de una ardua pero entusiasta y colmada de ilusiones búsqueda, finalmente la encontramos. Había imaginado en mi juventud, algo exactamente así, y sé que vos también, no hace falta que lo digas, lo sé. Fue verla y enamorarnos de ella, enamorarnos nuevamente, de nuestros anhelos compartidos, del fruto de nuestros sacrificios, de la posibilidad de poder, aún cuando algo se piensa más inalcanzable que las mismísimas estrellas en el cielo. Era ella, él. Era nosotros. No podía ser más perfecta, aún si hubiese sido construida teniendo en cuenta nuestros más profundos y acallados deseos. Quizá lo fue, quizá no sea fruto de la búsqueda obstinada de los dos, quizá si, era para nosotros, desde el primer ladrillo, desde su más íntimo cimiento. Quizá era nuestra desde antes de existir y nosotros, vos, yo, juntos, éramos de ella. Los chicos. Ahí, quizá los chicos también eran de ella, tanto como nuestros.
La belleza emanada desde lo más ínfimo de la textura de la puerta de entrada, áspera y cálida al roce de quien golpeara invitándose a la armonía que primaría de seguro en nuestro hogar. El porche, ese que ya no se construye, pero que buscaste hasta el cansancio sólo para satisfacer mi deseo de mates compartidos con la luna de testigo, en alguna noche de verano, ahora que el barrio nos permite hasta los juegos callejeros de los niños, igual que en nuestra infancia. El perfume impregnado en los rincones, producto de esa chimenea que sé que no vas a dejar de arder, y que agradezco que así sea, sabés cuánto amo el aroma de la madera quemando mientras leemos paradójicas historias que sólo terminan aseverando lo afortunados que somos de habernos encontrado, de entre tantos, de entre tantos otros. El verde que embebe el jardín, al punto de la angustia de sentirse completamente libres con sólo caminar descalzos en el rocío del pasto por la mañana, el mismo verde que amortiguará las caídas de nuestra princesa, que atolondrada en su niñez, todavía corre sin medir sus pasos, pero busca alcanzar aquello que aún no comprende, en pos de satisfacer sus ansías de vivirlo todo, experimentarlo todo, amarlo todo, con toda esa pasión que no logra limitar a su pequeño cuerpecito. Todo esplendor que escapa a la perfección, pero nos acerca tanto a sentir el paraíso dentro del mismo lugar, dentro de esas paredes donde construiremos sueños, mayores aún que los alcanzados, el sueño de envejecer el uno al lado del otro, de enseñarnos día a día a amarnos más y no menos, de acompañarnos en cada rincón de esa casa, humilde y discreta, pero tan perfecta para nosotros, tanto que sólo tus ojos y los míos, y ningunos otros, son capaces de apreciarlo, de sentirlo. Sólo vos y yo.
Entramos, por primera vez, y como no podía ser de otra manera, sostenes mi mano, con firmeza y dulzura, cómplice de los latidos que resuenan en mi pecho, palomos mensajeros de que podremos comenzar una nueva vida juntos y que todos los pesares de seguro seguirán ahí, pero tendremos ahora un refugio digno para la paz que sentimos cuando estamos juntos. Miras a tu alrededor, sé que pensas en todo lo que vas a comenzar a arreglar antes de mudarnos, pero nada puede borrar la sonrisa de tu expresión.
“Vida, estamos en casa”, y me dedicas la más tierna de tus miradas, que encuentra nada menos que el profundo amor que te transmite la mía, se sostiene por segundos que frenan el tiempo, eternamente nos hallamos el uno en el otro, y tus labios dibujan la sonrisa más auténtica que vi en mi corta vida, una sonrisa un tanto aniñada, pícara, que sólo puede adscribirse a la sensación de tocar el cielo con las manos y saberse completo.
Verte parado ahí, sosteniendo mi mano, me vuelve a llevar a mis primeras sensaciones, a mis primitivos deseos de ser tuya, completamente, en cuerpo, alma y espíritu. De seguro es el porte de toda tu hombría lo que comienza a desatar, casi como todos los días, la admiración de quien observa una obra de arte. Mantengo esa sensación, tan adrenalítica aún como en los primeros tiempos, buscando en tus facciones el mínimo rastro de imperfección, para convencerme a mi misma de que no sueño, de que no sos un ángel, pero ni el paso del tiempo pudo arrebatarte la vivacidad en el brillo de tus ojos, ni la calidez de tus besos, ni siquiera pudo arrancarte de tus ilusiones, que leo en tu expresión, ya tan cotidiano como respirar. Y todavía no logro despegar mi visión de tan sublime ser, no logro quitarte los ojos de encima, no logro desprender mi piel de tu suave caricia. Y así continúo, observando la personificación exacta de lo imposible hecho realidad, para quien mis manos nunca tendrán límites de caricias, para quien nunca el cansancio superará al deseo, para quien tendré siempre un poco más de mi que reinventar, un poco más de mi para regalar. Observo tus hombros, delineados en un perfecto complemento de suavidad y formato, creados para mi más elevada admiración, tu cuello, transporte de miel de mis labios hacia la gloria de tu boca, la más perfecta creación de los cielos, que el ni ángeles ni demonios podrían nunca resistir a su sabor.
El tiempo se detiene en esa visión de ensueño con la que te observo, ni los autos que pasan por la calle, ni la puerta aún entreabierta de nuestro nido, logran arrancarme del estupor que provoca en mi el poner todo mi ser a tu disposición. Aún perpleja, conoces esa mirada. Sabes que podría entregarme a mis pasiones en ese mismo instante, sin siquiera importar la posibilidad de que los nuevos vecinos atestigüen cuanta pasión puede existir entre dos seres humanos.
Sin poder resistir un minuto más a semejante invitación implícita, vos también lo ves en mi, se que podes sentir las yemas de mis dedos recorriéndote por completo, tocándote dentro, atravesándote la piel hasta el más recóndito escondite de tu psique, perdiendo la noción de espacio en mis caricias, saboreándote las esencias que brotan en trance desde el punto álgido de tu masculinidad, premiándome con la semilla que sólo reservaste para mi, para quien la supiera proteger.
Lejos de quebrar el velo que nos separa del resto del universo, en un suspiro, en un segundo, nos encontramos. Nos encontramos ahí, sumergidos en la hipnosis de un deseo que sólo merece satisfacerse, que sólo busca hallar entre nuestros besos la mayor de la virtudes que puede elevar a un ser a la plenitud, un deseo que parece no acabarse, no tener fin una vez alcanzado su premio, que no cesa, que no sabe cesar, no entre nosotros. Sólo puedo abandonarme, una vez más, a la curiosidad de tu lengua en mi boca, que se funde en la codicia de mantenerla para siempre en un eterno y apremiante beso, mientras imagino como recorre cada centímetro de mi cuerpo, de mi esencia de mujer, que me estremece en cada pliegue que transita, ávida de encontrar en un gemido la afirmación de que sigo siendo suya, por completo.Sin quitarme la vista de la profundidad del valle entre mis senos, observando cada detalle que despierta tus instintos más animales, cerras la puerta y me tomas de la mano, invitándome a subir hacia el destino mas esperado de cada uno de nuestros encuentros en soledad. Soledad que nos invade ahora en nuestro hogar, nido que debemos, no podemos no!, celebrar con la mas grande expresión de nuestros sentidos. Así, embriagada de la necesidad de sentirme por completo parte tuya, y de sentirte por completo parte mía, de entrelazarnos en uno, te sigo, amor, te sigo. La escalera se torna interminable, pero en cada mirada, comprendemos la voracidad que nos arrebata, nos despoja de todo lo moral que encierra a nuestros deseos, nos desnuda de prohibiciones, nos alienta a acotar el camino que nos separa del lecho que espera en la alfombra cuidadosamente elegida para nuestros lujuriosos inviernos, y te detengo entre el quinto y el sexto escalón para saciar aún una milésima del deseo que no me permite continuar esperando el sabor del ardor entre tu ombligo y tu pubis. Lentamente y con el alma mirándote a través de mis ojos, desaprisiono tu hombría oculta, lo convexo entre mis manos, con el único fin de menguar mi apetito, mi sed. Despacio, rodeando con mi aliento tu pelvis, marcando el camino andado con mis labios, jugueteando con la punta de mi lengua en los rincones más apetitosos de tus curvaturas masculinas, declarando mi espacio en tu entrepierna con la delicadeza de una pluma, con la violencia que se apodera de tus sentidos cuando percibís mis uñas rasguñándote suavemente los bordes del abismo de mi perdición. Noto tu piel erizada amor, te abandonas ahora vos ante mis labios húmedos que de a poco comienzan a besarte todo lo que te hace hombre. Mientras mis manos desorientan tus ideas entre firmes caricias en tus muslos y los delicados movimientos de mis pequeñas pero dulces yemas, te sumergís en la plenitud del placer de mi lengua recorriendo la base de tu miembro. Jugando a ser una nena inocente que poco entiende de lo que hace, pero tanto lo disfruta, te desnudo por completo y comienzo a saborear de lleno la textura de la piel que envuelve tu descendencia, primero despacio, de a sorbos casi, te los voy besando con desdén, como quien apasionado se brinda en un primer beso, voy recorriéndolos en círculos, serpenteando entre ellos, mientras escucho que tu respiración se torna más agitada a cada momento, vas perdiendo el control.

TERAPIA

Terapia o mucho más, con decir mucho menos, es esto que hallo en un sinfín de adjetivos que atraviesan mi pensar, amontonándose sin lograr el mal aventurado cometido, que borre tu imagen en un pausar eterno de mi mente.
Si escribirte sin ser leída calma mis temblorosos latidos, de seguro besar el néctar de tus labios me invitaría a la más inmensa demencia, incontrolablemente deseada por la psique que me aqueja desde que no tengo tus manos sobre mi piel. Anhelada locura, desdichada calma. Calma, desdichada, ten calma.
Millar de páginas desnudas de versos frente a mí, expectantes de mis pasiones, mis desenfrenos, mis profundas esperanzas de encontrarte nuevamente, de tenerte sin segundos, sin tiempos, maldito el tiempo. Maldigo, ese maldito tiempo, que sin avisos me dejó flotando, creyendo, anhelando, un segundo más, Dios, tan sólo uno.
Pido sólo aquello, que estas mis confidentes más intimas intercedan ante el universo, que conspira según quien más sabio que ésta que escribe un sinsentido, a la espera de un milagro, de magia, de brujería, de Dios mediante, de algo más que el vertiginoso dejo de un mero deseo. Sólo eso, un deseo. Te deseo.
Blanca terapia, blanca agonía, que permite desagotar este vacío, esta carencia de tu roce que me agobia, que me asedia hasta elevar el último pensamiento de mi mente hacia tus labios de nuevo, la imagen de tu boca. Por dios, esa boca.
Me descubren una vez más, desnuda, quizá hasta más que su dejo de blancura, sin otra ropa que sostenga mi tacto más que la de tu piel que sigue tocándome como si estuvieras aquí, escribiendo sobre este papel conmigo. Me descubren digo, pues yo no me descubro, miedos me acongojan hasta de mis propias palabras, no me resulta posible abandonarme a este sentir tan apremiante, temo de mi propio corazón, mis latidos mienten, esto no es amor. No, no es amor, no puede serlo, es sólo mi pensamiento desparramándose inconteniblemente de tintas y acentos, con el imperturbable fin de acallar el zumbido que retumba en mis oídos, susurrando tu nombre, repitiendo tus palabras, percibiendo por última vez, mis latidos. Mis últimos latidos. No es amor, no puede ser amor.
Es sólo mi terapia. Sólo eso, si. Sólo eso.

domingo, 18 de enero de 2009

DE TRUCOS

Fue magia. Si, magia, de la más sorprendente. De la que nos deja boquiabiertos en un truco, en un pasar de manos. La mano más veloz que la vista. Un truco, sólo eso, sí. Mágico. Letal para quien aún creía en ella, aún creía en paradójicas sincronizaciones que solamente pueden engañar al ojo humano, con un rápido movimiento estudiado. ¿Qué es la magia, sino la habilidad de hacernos creer que lo que no está pasando, en realidad puede pasar? De magos, trágicamente conozco bastante. Quizá aún ahora, después de conocer muchos trucos, todavía pueda caer en alguno. Letal. Todavía estoy de pie, todavía no me derribó, no logró hacerme desaparecer. Pero, ¿Y el próximo? Si la paloma que sale del sombrero ya no causa el efecto deseado en esta espectadora, ¡Dios! ¿Qué lo habrá de causar? La sierra, ¿La muerte misma? El deseo de ver trucos, el anhelo por descubrir el velo de lo inaprensible, el maldito impulso de saciar sedes de develar los misterios, de seguro será mi tumba. De seguro seré yo, quien ilusa, le regale la sierra a mi ejecutor. ¡Cómo entender que no debo! ¿Cómo anteponer la razón al corazón, cómo desear mirar hacia otro lado? Cómo, en su defecto, desear y apagar esa llama, esa ridiculez que me arrastra al fracaso. ¿Cómo? Si me gusta tanto la magia… ¿Cómo? Si aún espero como una niña, que me deslumbren con artilugios banales, aún cuando debo, y puedo, ser yo la que tome la varita entre sus manos y hacerlos desaparecer de entre mis sueños. Magia. Magia estúpida, irreal, engañosa. Magia que detesto, que con todo, desearía erradicar de la faz de este mundo y crear fantasías reales. Posibles. Estupida magia, el deseo, el aprendizaje. ¿Cuántos más habrá?. Debo abandonarme al conocimiento de sus venenos, debo. Debo echar raíces en lo más profundo de mi ser, raíces de desconfianza, raíces de recelo, raíces de ira, de agonía, de antimagia. Debo convertirme en ilusionista, para no caer en trucos ajenos. Debo, pero no está en mi naturaleza, aún cuando todo me indica ese camino, cuando cada señal, cada ínfima partícula de este mundo me guíe hacia eso. No lo deseo. No lo deseo. Acabaré por desterrar inescrupulosamente algún ser que aun crea en magias. ¿Y quien soy yo para quitar ilusiones? Si aun logro vivir de ellas. ¿Quién? No me las arranquen. Sé como es el truco, sólo quiero volver a creer que puede ser magia. No puedo dejar de creer. Y lejos de ser simplemente una necedad absoluta, es simplemente el saberme incapaz de trucar un corazón. Y la esperanza de no ser la única, que no se saca la galera para armar un escenario de palabras.