lunes, 19 de enero de 2009

OJOS NEGROS

Ojos negros, mirada profunda, profundísima, de esas que te penetran y te masturban la mente con sólo observarte. Ojos negros, que imaginan, que descubren mundos paralelos de aventuras extasiantes, que sueñan con el amor pero producen deseo de torturarlos con los venenos más placenteros que existan. Cabellos suaves, finos, en caída vertical perfecta, tan negros como sus ojos, complementos ideales que conforman una belleza consecuente. Cabellos que provocan enmarañar, tironear y morir en su perfume. Perfume. El perfume único de una piel sedosa y rosácea, que reclama las caricias más suaves, que grita exigiendo los arañazos más firmes, una piel dicotómica, creada para enloquecer a cualquiera con el sólo roce de su tacto. Tacto, de sus manos finas, de mujer, elegancia suprema que no se denigra por introducirse con magia, avidez y descaro en cualquier orificio que invite a la invasión. Dedos como plumas, manos pequeñas pero perspicaces, y propiciantes de los orgasmos más intensos, del fuego más candente, del sollozo más húmedo. La humedad de sus labios. Por dios, sus labios, carnosos, firmes, voraces, que sólo se detienen ante la gloria de su saciedad completa y ni un segundo antes. Labios que conforman la boca más perfecta, para besar, para morder, para empaparla de orgasmos, y una lengua que resiste las más agrios brebajes, que es destino de esencias vivas, que es la morada final de tantas pequeñas muertes, que las provoca con su fluctuante movimiento, su sabiduría de serpenteo. Serpenteo que sensuales curvas, prominentes pechos, voluptuosos y firmes, con pezones de invierno, dulces y a la vez tan mordisqueables y caderas que al moverse de un lado a otro, tintinean gluteos sabios de embestidas, y un abismo creado para la imaginación más perversa, que invita a hundir los besos más húmedos en un círculo de perfectas dimensiones, para deleite de sus espectadores, de los más entusiastas jóvenes y de los más experimentados adultos también. Sus veintiséis abriles sólo empañaron jubilosas expectativas de amor eterno, más no opacaron ni un solo centímetro de su frescura, de su picardía. Por el contrario, fueron sus incontables experiencias las que, aún tan joven, la embebieron de placeres y venenos, la azotaron con extasiantes pensamientos, la atraparon en una vida aventurada y no desventurada, plena de fervores y hervores, romance y pasiones, del sabor de una caricia funesta, que al darse muere en la piel y no conquista el alma. Plena ella, aún sin plenitud. Mujer, sin ser la mujer de nadie. Sirvienta sólo de sus conquistas y emociones, esclava sólo de sus pulsiones y sentidos, dueña de si misma y de todo aquello que la rodea, dado que con el sólo observar su mundo, cada átomo se torna aprehensible, cada ser que entrelaza su camino con el suyo se consume en su interior, se vuelve carne en su esencia, se palpa y crea, reinventa, la nutre, la alimenta y la explota.

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