lunes, 19 de enero de 2009
EN SU ABRAZO
Magnificencia. Inmensidad. Eternidad. Tanto más, de repente envolvía su mundo, pequeño, frágil, y la elevaba en un estado de conciencia absoluto, nunca antes saboreado por sus frescos labios. Supo desde el primer instante, que no sería un hombre más en su vida. Que no sería simplemente otra copa de motel, otro perfume desperdiciado en su almohada. Abrazó el deseo de su carne como nunca antes lo había hecho, conoció. Se conoció, entre la somnolencia anestésica de sus placeres y la vulgar lucidez que la atormentaba hasta saciar sus miedos, certeramente clavados en su alma. No existe la perfección, ella lo sabía. No la buscaba tampoco. Sólo se dejó llevar, en ese primer contacto con el, se dejó caer. Cerró los ojos, y cayó, rendida. Se abandonó a sus deseos, sus virtudes, su seducción, su protección. Se abandonó a una caída que de seguro no tendría fin, acalló sus demonios y simplemente, se dejó caer. El cumplió su palabra, no la soltó. Aún cuando el peso dolía tan profundamente que rasgaba y abría heridas casi cicatrizadas, no la soltó. Había prometido no soltarla, no dejarla caer. Y no lo hizo. Pero no la sostendría por siempre, no. Remendaría algunas rasgaduras añejas, apuntalaría cimientos deteriorados, y le enseñaría cómo regenerarse luego de su partida. No la sostuvo mucho tiempo. No la sostuvo poco tiempo. Lo necesario. Hasta que pudo sostenerse nuevamente por ella misma. Su partida fue imperativa, angustiante y dolorosa. Inevitable. Un ángel quizá, que sólo de paso, extendió sus alas sobre ella y la glorificó. Un mensaje quizá, una carta astral de su vida en segundos, en palabras, en gestos, en caricias. Un camino, descubierto, alumbrado ahora, en el cual caminar con paso firme y ya sin temores. Un legado, semilla que debe de ser árbol, debe de ser naranja lima, para que algunos otros frescos labios se alimenten de su fruto. Una enseñanza, de esas que se abrazan, que se guarda en la memoria por todos los tiempos, eterna, sin final. Y un infinito agradecimiento, a quien dio vuelo a este pichón, que hoy intenta volar con alas de cóndor, en busca de horizontes más luminosos dónde encontrar su morada final, aún aleteando de tanto en tanto, pues no es sencillo volar a grandes alturas para quien recién comienza.
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