viernes, 20 de marzo de 2009

CUANDO FINALMENTE LA VEAS

Cuando finalmente la veas, vas a sentirte orgulloso, pero no de tu creación, sino de haberla abandonado. Enseñaste a través de la ausencia, del dolor, esa fue tu más magnifica acción para con ella, desaparecer.
Cuando finalmente la veas, quizá no sea usando la vista. Quizá la percibas desde alguna dimensión paralela, dudo que la veas en esta vida. Y dudo que exista otra vida para resarcirte.
Cuando finalmente la veas, maldecirás a tu soberbia por no haberte permitido verla antes. Era tan hermosa. Era tan plena. Era tan tuya.
Cuando finalmente la veas, sin lugar a dudas será demasiado tarde. Y la gente miente, se hipnotiza idioticamente haciéndose creer a si misma que siempre hay segundas chances y que nunca es demasiado tarde. Se equivocan. Cuando la veas, finalmente, será tarde. Será tardísimo para que te dé un abrazo, será tarde para que te profese amor infinito, será tarde para tu beso de las buenas noches, pues ya habrá amanecido sola, con tu recuerdo clavado en las venas, supurando nostalgia de lo que nunca sucedió.
Cuando finalmente la veas, sabrás que tu ausencia la hizo mujer. Y llorarás una lágrima por cada sonrisa que no viste, por cada logro que no compartiste, por cada pensamiento suyo que debía pertenecerte y sólo fue desgracia.
Cuando finalmente la veas, no podrás verla en verdad, porque dejó de ser una niña. No podrás verla correr, jugar, abrazarte, no podrás dormirla en tus brazos, no podrás curarle una herida. Cuando la veas, la niña habrá muerto y la mujer que tomó su lugar, no sabrá quién eres.
Cuando finalmente la veas, morirás. Y trágicamente, morirás sin verla.

lunes, 9 de marzo de 2009

Del yugo.

- ¿Quién es?

Preguntó asombrada, para éstas épocas ya casi nadie tocaba a su puerta, y mucho menos con tal desdén, como quien intenta derribar el estorbo entre una víctima y su victimario.

- Sabés perfectamente bien quien. Abrí.

¡Diablos, era él! El asombro se había convertido en temor en cuestión de segundos. Parecía remembrar aquella promesa lejana ya en el tiempo, como si hubiese sido ayer. Promesa que jamás creyó que debría de cumplir. Pudo sentir un escalofrío naciendo en su nuca.

- Abrime, dale. Hace frío.

Dubitativa, miró el picaporte, de donde colgaban majestuosas las llaves, invitándola a enfrentarse con su soberbia, a dejar pasar a su hogar aquel a quien habría, hacía ya algún tiempo, neurotizado de deseo.

- Busco las llaves, dame un segundo.

Ganar tiempo, le valdría de poco. Tarde o temprano debería tener que erguir la espalda y mirarlo a los ojos. O darle la espalda, dependiendo de cómo quisiera él perpetrar el acto.

Inmutada frente a la puerta, deseaba pensar rápido, aún cuando corrieran los segundos y no lograra hacerse de un pensamiento coherente. Blanco, completamente todo en blanco. No podía dejarlo fuera. No podía dejarlo entrar. No habría vuelta atrás, y ella lo sabía.

- ¿Las estás fabricando? Dale que no tengo mucho tiempo.

No estaba preparada, probablemente nunca lo estaría. Continuó mirando la puerta, en silencio, temblorosa y transpirada. Maldijo haberlo provocado, maldijo sus mentiras. Maldijo su compulsión a provocar a quien no debía, y su compulsión a provocar, a secas. Maldijo su apetito incesante por aquel hombre que la obligaba a someterse a sus perversos deseos. Maldijo haber asegurado dar lo que no tenía para dar. Lo maldijo y le abrió la puerta.

- Tanto tiempo princesa.

Lo maldijo y se entregó al furioso ímpetu de su embestida. Tragó una lagrima y volvió a perder aquello que nunca había sido suyo. La inocencia.