jueves, 22 de octubre de 2009

TIEMBLO

Vuelvo a temblar. Vuelvo a temblar y significa que aún vivo, que no han logrado desgarrarme por completo, que todavía algo late por dentro, todavía algo siente. Vuelvo a temblar mientras te siento. Te vuelvo a sentir en cada temblor, como si te hubiera tenido antes, como si supiera a qué saben tus besos, como si temblar fuese un estado natural, como si hubiese nacido temblando, hubiese transcurrido la vida catatónica y ahora se restaurara el orden universal, todo dentro de mi propio ser, en una vibración constante y etérea.
Tiemblo despacio, tiemblo en el interior de mi pecho, entre mis senos, por debajo de los huesos. Como si una brisa ladrona entrara a hurtadillas desde mi boca y me arrebatara un suspiro, sin querer, solapadamente y en silencio. Tiemblo en el alma, tiemblan mis anhelos y la esperanza de saberte en alguna parte de este mundo, también tiembla. Se desliza entre el corazón y los pulmones tu fotografía, y tiemblo completa.
Tiemblo a través de mis manos, tiemblan mis palabras mientras te escribo y tiemblan las teclas que aprieto, como si pudieran absorber el roce de las yemas de mis dedos que ansían morir en tu piel, en tus labios, recorrerte la boca como quien toca por primera vez, como quien sólo ve a través del tacto. Puedo ver esa suave boca desde lo digital de mis huellas y trazar el camino exácto desde las comisuras de tus labios hasta impunemente robarte un beso. Me tiemblan y me sudan las manos cuando existes. Existen mis escritos cuando te tiemblo.
Me tiembla la vista, por el amor de dios, cuando mis ojos encuentran los tuyos en medio del vacío que reina en el océano, cuando la luna es testigo de nuestras miradas, cuando es cómplice. Cuando la miras desde allá, cuando la miro desde acá, y temblamos los dos, un poco de miedo, un poco de placer, un poco por insanidad. Me obliga a cerrar los ojos, a restregarme los párpados, a fruncir el seño, y a querer volver a mirar, a necesitar el temblor en los ojos, a convencerme de que no es un sueño, de que estás ahí, de que estoy acá, mirándote, aún tan lejano. Me tiemblan los ojos porque te puedo ver, más allá de la carne, más allá de la piel y más allá del mar.
Tengo un desfile en el vientre, tiembla. Un desfile estrepitoso, calamitoso, caótico, amazónico, angustiante, extasiante y febril. Un desfile que hace ruido, un desfile de temblores, agudos, intensos, voluptuosos, epilépticos. Todos tiemblan a la par, a veces alguno marca un cambio de compás, y los demás le siguen. Son temblores aventureros, que escalan del vientre al ombligo, se enroscan y piden una cesárea. Temblores que pujan por salir, que creaste con sincronismos y poesía. Mi vientre tiembla con tu poesía. Ansía tu poesía creadora en lo más profundo de su abismo. En el infinito, desea temblar y bailar al ritmo de tu rima. Mi temblor quiere bailar con tu temblor.
Me tiemblan las rodillas, las pantorrillas, los meniscos, las articulaciones. Me tiembla el esguince que tuve en el tobillo a los dieciséis. Me tiemblas por todos lados, indiscriminadamente, absurdamente, descaradamente. Me tiembla la voz, cuando pronuncio tu nombre. Ese nombre del que poco sabes y yo sé tanto, que tengo sabido por demás desde antes de encontrarte. Ese nombre que tantas noches perteneció a otro, que tantos soles eclipsó y que ahora me encandila nuevamente. El sincronismo tiembla hasta en tu nombre, que es ahora sólo tuyo, al igual que yo. Me tiemblan el pensamiento y los sentidos, la imaginación. No. No tiemblan, colisionan. Colisionan como estrellas fugaces, sin saber si son producto del azar o de la fortuna, o estuviste ahí esperándome todo este tiempo, todo el mismo tiempo que estuve yo esperándote. Si siempre estuviste del otro lado del horizonte, cada vez que miraba el mar, pensándote, soñándote, sabiéndote. Siempre supe que había algo detrás del horizonte, el horizonte temblaba acompasando mi deseo de que existieras. Me tiemblan la voz, el pensamiento y los sentidos, si, todo junto y articuladamente se desarticulan entre sí, y agradezco que no escuches lo que digo, o leas lo que escribo, la coherencia se me escapa, también tiembla, y me pregunto si es posible temblar tanto sin morir. Luego, recuerdo. Recuerdo, que en cada explosión tiemblo. Recuerdo, que cuando muero, tiemblo. Y recuerdo, que cuando tiemblo, vivo. Y que ahora, tiemblo deseándote a mi lado, para vibrar en cada estallido cuando el mar finalmente se seque y la humedad esté toda entre nosotros.