sábado, 18 de abril de 2009

LEER A LA HORA DE LA SIESTA

No quiero reprimirlo más, no pienso reprimirlo más. Si es con el sólo evocar tu recuerdo, la imagen de tu piel desnuda, el tacto de tus manos sobre mis hombros, sobre mis pechos, sobre mi ser, que no puedo contener la excitación, el rocío húmedo que inunda mi lencería, producto de tan inigualable cristalización de la memoria. Siente un llamado, si, un llamado. Mi sexo a punto de explotar entre mis muslos, sin siquiera ser rozado por más que la sedosa tela de la ropa interior que llevo puesta. Un volcán llamado a hacer erupción, sin más remedio que soltar su calor, su lava, su infierno. Llamado a la distancia, que quema el pubis, que nubla la vista, que despoja de sentido cualquier otra imagen que no sea la de su complemento adentrándose en el abismo al que lo invita. Dios, el complemento. Dios o los demonios, que divertidos de los placeres que causan en mi vacío tus embestidas, que ahora sólo imagino, pueden hasta oler el jugo de mi femenidad recorriendo cada milímetro desde mis adentros, buscando la luz, la gloria, el destello de electricidad que sólo tener tu arma sólida, tu puñal de piel, tu alimento de lujuria dentro, tan adentro como si fuese a quebrar todas las hendijas, tan adentro como para no sentir más mis propias vísceras sino rogar que fusiones con mi piel hasta tus caderas, hasta tus testículos, todo dentro, tanto que si entrara tu persona por completo no alcanzaría, no llenaría, tan insaciables labios, tan enardecido sexo que clama por entregarse por completo, que clama por perder identidad de sexo femenino y ser parte de tus carnes, de tus reliquias, de tu colección, y sentirlo tan adentro como si hubiese nacido llamado a eso, tan adentro como para fundirse en la carne, derretirse en el grito desesperado de la furia, eterno grito, eterno gozo, eterno orgasmo, eterna lluvia. Comerse por completo el uno al otro, tu sexo al mío, el mío al tuyo, que todas las partes de mi cuerpo desaparezcan entre tus labios, entre tus dientes, entre tus besos, entre caricias, entre desenfrenos, que ni devorando estos, mis enardecidos pezones que sólo buscan tu boca para morir en ella, descansen en paz, ya que nunca podrás saciar apetito tal, nunca, siempre voy a pedirte más, siempre más, siempre más.

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