sábado, 31 de enero de 2009

EFIMÉRIDES

Todo tiende a terminar demasiado rápido. Demasiado. Tiende a evaporarse en la nada como un huracán que, aún después de haber revolucionado continentes enteros, se eleva hacia el cielo y desaparece. La raza humana, en su totalidad, cada día, a cada hora, en cada segundo, tiende hacia lo efímero, hacía lo rápido, lo inconstante. Repudiamos la rutina como algo que debe ser evitado a toda costa a riesgo de perecer de aburrimiento. El hombre en particular, a diferencia del resto del reino animal, que busca el equilibrio, tiende al desequilibrio. Buscamos amor en camas vacuas. No nos relacionamos, no nos abrimos, no creamos lazos, meramente nos entrelazamos brevemente y vagamente, con el hilo lo suficientemente flojo como para no atarnos demasiado a otro. Queremos amor, pero tememos amar. Queremos amor, pero deseamos tener algo de qué quejarnos, historias nuevas para asombrar y generar la admiración de mentes propagandistas, para realzarnos en la magnificencia de lo absurdo, de lo inservible, de la nada.
Vivimos en la perpetua búsqueda de algo mágico, de mariposas en los estómagos, de cuentos de hadas, de hechizos que nos permitan volar, que nos realcen las células del cuerpo y la mente hacia lo desconocido, hacia la plenitud, hacia el gozo. La búsqueda eterna de la felicidad, aun cuando nadie tiene la certeza de conocerla, o incluso de poder afirmar su mera existencia. Me pregunto si sabemos, si somos verdaderamente conscientes de que, como en cualquier otro ámbito de la vida, no podemos conquistar aquello que desconocemos. Y como el tiempo apremia, y las cosas deben hacerse de manera práctica, rápida e indolora, por supuesto, no malgastamos un segundo de nuestros días en intentar aprehender aquello que se esconde detrás de la vitrina, en conocer profundamente algo. Al pan, pan. Y terminemos el vino y vayamos a la cama, que mañana tengo que seducir a otra. Prestame tus apuntes, que no tengo tiempo de leer todo el libro, y tengo que pasar escuetamente esta materia, para recibirme pronto y que el mundo alabe mis conocimientos titulados. Sin duda, un abogado cazador de mala praxis, debe ser el profesional con mayor éxito económico del mundo en boga.
Lo efímero. Lo efímero es lo que me repulsa. Es aquello a lo que le huyo, pero que constantemente logra atraparme en sus manipuladoras redes. Quizá debiera abandonarme a sus designios y practicar la tolerancia a mi era, a mi década, incluso a mi propia generación. Continúo negándome y me resulta inevitable sufrir de pequeñas regurgitaciones de ideas.
Me pregunto si alguien comprende, si alguien comparte. Si alguien existe. Si alguien verdaderamente sabe como amar. La soledad, por muy intelectual que pueda tornarse, cava sus propias fosas en mi, construye sus abismos y temo, en forma desesperada, perder la capacidad de conexión con otro ser humano. Los lazos, desgraciadamente, requieren dos partes. Pero inevitablemente generan ataduras, generan pesos. ¿Y quien, en la era del libertinaje absoluto, desea íntimamente, tener un lazo, ser parte de un todo?
Disfruto del sabor del Malbec, a solas, nuevamente. Nadie quiere un peso, nadie quiere cargar con nadie, y nadie quiere ser cargado. Somos todos muy autosuficientes. No nos necesitamos más que a nosotros mismos, y a nuestros analistas, para que diluciden forzosamente cómo sacarnos la tableta de clonazepam de las manos.
Esto me resulta verdaderamente desolador.
Continuamente escucho voces que vehementemente claman por valores, pero no acompañan sus pensamientos con acciones. Nos quedamos en el habla, nos decimos tanto, sin decirnos nada. Nos contamos cuentos maravillosos de sueños imbéciles que nadie oye, a nadie le importa el sueño del otro mientras se encuentran ensimismados en sus propios sueños imbéciles. Y lo trágico, es que ni el uno ni el otro se cumple. No solo por ser imbéciles, sino porque el sueño primario, el deseo primario radica netamente en la completud, en la pertenencia, en la necesidad de integración completa con otro ser humano. El retorno al vientre materno, el calor, la cercanía, y hasta la dependencia. ¿Acaso no confundimos necesidad del otro con amor, constantemente? ¿Acaso no creemos a otro necesario imperativamente para la vida cuando creemos estar enamorados? Me resulta hasta paradójico y absurdo que no notemos el hecho de que estamos elaborando mal nuestras consignas de vida. Resumido: Buscamos el amor más profundo, la contención y la completud en lo efímero, en una anécdota, en las cosas más superficiales de la vida. ¿Acaso verdaderamente somos todos infradotados? ¿Qué es lo que no es obvio?

2 comentarios:

  1. Es la eterna búsqueda del amor en la que los hombres y mujeres nos perdemos como en un laberinto. No nos damos cuenta que el amor está en el otro, y que ese otro a la vez soy yo, si es que se cómo encontrarlo.
    Me ha encantado esto que has escrito, sobre todo el fragmento de los "sueños imbéciles". Cuantas conversaciones eternas he etenido, que han terminado como monólogos inútiles, callados por el ruido ensordecedor de los propios pensamientos.
    Besos!

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  2. Me olvidaba... estas entre mis predilectas también.

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