lunes, 19 de enero de 2009

DULCE HOGAR

Después de una ardua pero entusiasta y colmada de ilusiones búsqueda, finalmente la encontramos. Había imaginado en mi juventud, algo exactamente así, y sé que vos también, no hace falta que lo digas, lo sé. Fue verla y enamorarnos de ella, enamorarnos nuevamente, de nuestros anhelos compartidos, del fruto de nuestros sacrificios, de la posibilidad de poder, aún cuando algo se piensa más inalcanzable que las mismísimas estrellas en el cielo. Era ella, él. Era nosotros. No podía ser más perfecta, aún si hubiese sido construida teniendo en cuenta nuestros más profundos y acallados deseos. Quizá lo fue, quizá no sea fruto de la búsqueda obstinada de los dos, quizá si, era para nosotros, desde el primer ladrillo, desde su más íntimo cimiento. Quizá era nuestra desde antes de existir y nosotros, vos, yo, juntos, éramos de ella. Los chicos. Ahí, quizá los chicos también eran de ella, tanto como nuestros.
La belleza emanada desde lo más ínfimo de la textura de la puerta de entrada, áspera y cálida al roce de quien golpeara invitándose a la armonía que primaría de seguro en nuestro hogar. El porche, ese que ya no se construye, pero que buscaste hasta el cansancio sólo para satisfacer mi deseo de mates compartidos con la luna de testigo, en alguna noche de verano, ahora que el barrio nos permite hasta los juegos callejeros de los niños, igual que en nuestra infancia. El perfume impregnado en los rincones, producto de esa chimenea que sé que no vas a dejar de arder, y que agradezco que así sea, sabés cuánto amo el aroma de la madera quemando mientras leemos paradójicas historias que sólo terminan aseverando lo afortunados que somos de habernos encontrado, de entre tantos, de entre tantos otros. El verde que embebe el jardín, al punto de la angustia de sentirse completamente libres con sólo caminar descalzos en el rocío del pasto por la mañana, el mismo verde que amortiguará las caídas de nuestra princesa, que atolondrada en su niñez, todavía corre sin medir sus pasos, pero busca alcanzar aquello que aún no comprende, en pos de satisfacer sus ansías de vivirlo todo, experimentarlo todo, amarlo todo, con toda esa pasión que no logra limitar a su pequeño cuerpecito. Todo esplendor que escapa a la perfección, pero nos acerca tanto a sentir el paraíso dentro del mismo lugar, dentro de esas paredes donde construiremos sueños, mayores aún que los alcanzados, el sueño de envejecer el uno al lado del otro, de enseñarnos día a día a amarnos más y no menos, de acompañarnos en cada rincón de esa casa, humilde y discreta, pero tan perfecta para nosotros, tanto que sólo tus ojos y los míos, y ningunos otros, son capaces de apreciarlo, de sentirlo. Sólo vos y yo.
Entramos, por primera vez, y como no podía ser de otra manera, sostenes mi mano, con firmeza y dulzura, cómplice de los latidos que resuenan en mi pecho, palomos mensajeros de que podremos comenzar una nueva vida juntos y que todos los pesares de seguro seguirán ahí, pero tendremos ahora un refugio digno para la paz que sentimos cuando estamos juntos. Miras a tu alrededor, sé que pensas en todo lo que vas a comenzar a arreglar antes de mudarnos, pero nada puede borrar la sonrisa de tu expresión.
“Vida, estamos en casa”, y me dedicas la más tierna de tus miradas, que encuentra nada menos que el profundo amor que te transmite la mía, se sostiene por segundos que frenan el tiempo, eternamente nos hallamos el uno en el otro, y tus labios dibujan la sonrisa más auténtica que vi en mi corta vida, una sonrisa un tanto aniñada, pícara, que sólo puede adscribirse a la sensación de tocar el cielo con las manos y saberse completo.
Verte parado ahí, sosteniendo mi mano, me vuelve a llevar a mis primeras sensaciones, a mis primitivos deseos de ser tuya, completamente, en cuerpo, alma y espíritu. De seguro es el porte de toda tu hombría lo que comienza a desatar, casi como todos los días, la admiración de quien observa una obra de arte. Mantengo esa sensación, tan adrenalítica aún como en los primeros tiempos, buscando en tus facciones el mínimo rastro de imperfección, para convencerme a mi misma de que no sueño, de que no sos un ángel, pero ni el paso del tiempo pudo arrebatarte la vivacidad en el brillo de tus ojos, ni la calidez de tus besos, ni siquiera pudo arrancarte de tus ilusiones, que leo en tu expresión, ya tan cotidiano como respirar. Y todavía no logro despegar mi visión de tan sublime ser, no logro quitarte los ojos de encima, no logro desprender mi piel de tu suave caricia. Y así continúo, observando la personificación exacta de lo imposible hecho realidad, para quien mis manos nunca tendrán límites de caricias, para quien nunca el cansancio superará al deseo, para quien tendré siempre un poco más de mi que reinventar, un poco más de mi para regalar. Observo tus hombros, delineados en un perfecto complemento de suavidad y formato, creados para mi más elevada admiración, tu cuello, transporte de miel de mis labios hacia la gloria de tu boca, la más perfecta creación de los cielos, que el ni ángeles ni demonios podrían nunca resistir a su sabor.
El tiempo se detiene en esa visión de ensueño con la que te observo, ni los autos que pasan por la calle, ni la puerta aún entreabierta de nuestro nido, logran arrancarme del estupor que provoca en mi el poner todo mi ser a tu disposición. Aún perpleja, conoces esa mirada. Sabes que podría entregarme a mis pasiones en ese mismo instante, sin siquiera importar la posibilidad de que los nuevos vecinos atestigüen cuanta pasión puede existir entre dos seres humanos.
Sin poder resistir un minuto más a semejante invitación implícita, vos también lo ves en mi, se que podes sentir las yemas de mis dedos recorriéndote por completo, tocándote dentro, atravesándote la piel hasta el más recóndito escondite de tu psique, perdiendo la noción de espacio en mis caricias, saboreándote las esencias que brotan en trance desde el punto álgido de tu masculinidad, premiándome con la semilla que sólo reservaste para mi, para quien la supiera proteger.
Lejos de quebrar el velo que nos separa del resto del universo, en un suspiro, en un segundo, nos encontramos. Nos encontramos ahí, sumergidos en la hipnosis de un deseo que sólo merece satisfacerse, que sólo busca hallar entre nuestros besos la mayor de la virtudes que puede elevar a un ser a la plenitud, un deseo que parece no acabarse, no tener fin una vez alcanzado su premio, que no cesa, que no sabe cesar, no entre nosotros. Sólo puedo abandonarme, una vez más, a la curiosidad de tu lengua en mi boca, que se funde en la codicia de mantenerla para siempre en un eterno y apremiante beso, mientras imagino como recorre cada centímetro de mi cuerpo, de mi esencia de mujer, que me estremece en cada pliegue que transita, ávida de encontrar en un gemido la afirmación de que sigo siendo suya, por completo.Sin quitarme la vista de la profundidad del valle entre mis senos, observando cada detalle que despierta tus instintos más animales, cerras la puerta y me tomas de la mano, invitándome a subir hacia el destino mas esperado de cada uno de nuestros encuentros en soledad. Soledad que nos invade ahora en nuestro hogar, nido que debemos, no podemos no!, celebrar con la mas grande expresión de nuestros sentidos. Así, embriagada de la necesidad de sentirme por completo parte tuya, y de sentirte por completo parte mía, de entrelazarnos en uno, te sigo, amor, te sigo. La escalera se torna interminable, pero en cada mirada, comprendemos la voracidad que nos arrebata, nos despoja de todo lo moral que encierra a nuestros deseos, nos desnuda de prohibiciones, nos alienta a acotar el camino que nos separa del lecho que espera en la alfombra cuidadosamente elegida para nuestros lujuriosos inviernos, y te detengo entre el quinto y el sexto escalón para saciar aún una milésima del deseo que no me permite continuar esperando el sabor del ardor entre tu ombligo y tu pubis. Lentamente y con el alma mirándote a través de mis ojos, desaprisiono tu hombría oculta, lo convexo entre mis manos, con el único fin de menguar mi apetito, mi sed. Despacio, rodeando con mi aliento tu pelvis, marcando el camino andado con mis labios, jugueteando con la punta de mi lengua en los rincones más apetitosos de tus curvaturas masculinas, declarando mi espacio en tu entrepierna con la delicadeza de una pluma, con la violencia que se apodera de tus sentidos cuando percibís mis uñas rasguñándote suavemente los bordes del abismo de mi perdición. Noto tu piel erizada amor, te abandonas ahora vos ante mis labios húmedos que de a poco comienzan a besarte todo lo que te hace hombre. Mientras mis manos desorientan tus ideas entre firmes caricias en tus muslos y los delicados movimientos de mis pequeñas pero dulces yemas, te sumergís en la plenitud del placer de mi lengua recorriendo la base de tu miembro. Jugando a ser una nena inocente que poco entiende de lo que hace, pero tanto lo disfruta, te desnudo por completo y comienzo a saborear de lleno la textura de la piel que envuelve tu descendencia, primero despacio, de a sorbos casi, te los voy besando con desdén, como quien apasionado se brinda en un primer beso, voy recorriéndolos en círculos, serpenteando entre ellos, mientras escucho que tu respiración se torna más agitada a cada momento, vas perdiendo el control.

2 comentarios:

  1. lo había leído, pero no pensé que me iba a producir el mismo hervor leerlo nuevamente!!!!

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  2. Siempre son bienvenidos los hervores Sr. Kaos.
    Muchas gracias...

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